domingo, 15 de diciembre de 2019

CAPITULO 149 (SEGUNDA HISTORIA)




—¡Melisa va a abortar! ¡Tenemos que impedirlo! —exclamó Paula al entrar en casa como un vendaval.


—¡¿Qué?! —dijeron todos al unísono.


—No hay tiempo. ¡Vamos!


—Rubia...


—¡Pedro! —lo interrumpió. Su expresión era fiera—. Melisa está embarazada. Es cierto. Pero el padre es Ariel. Te tendieron una trampa para separarnos. Los escuché —agachó la cabeza—. Escuché demasiadas cosas... —alzó la mirada, vidriosa por las inminentes lágrimas—. Luego, os lo explicaré todo, pero Melisa está asustada y no voy a permitir que cometa un error del que se va a arrepentir.


—¿Y desde cuándo te importa tu hermana? —preguntó él, incrédulo.


—Desde ahora —se irguió y observó a Juana y a Ale.


Pedro analizó su dulce rostro, ya surcado por el llanto silencioso, y su postura regia, demostrando una determinación intimidante. 


Asintió. Su familia se quedó para cuidar de Gaston y a la espera de noticias. Él, su suegra, su cuñado y su mujer partieron rumbo al hotel.


—Entraremos por la puerta de los empleados, en la parte de atrás, para que los guardias no te vean, Pedro, y a mí, tampoco, porque tengo la llave de la habitación de Ariel y el recepcionista lo sabe.


Y eso hicieron. Subieron en el ascensor de personal a la última planta.


Caminaron por un pasillo ancho hasta la puerta del fondo. Se metieron en una de las suites, siguiendo a Paula. Atravesaron una habitación enorme, que dedujo era la de Howard, pasando un hall, un salón, un dormitorio y otro salón. Existía una puerta a la derecha de un sofá alargado, tapizado a juego con el papel de la pared.


Cuando ella abrió, Juana ahogó un grito, pero Paula no se calló:
—¡No!


Era una habitación pequeña y luminosa, con grandes ventanales en los laterales. Paula corrió hacia la cama, al fondo, donde estaba Melisa, tumbada de perfil y con las rodillas pegadas a la barbilla, en camisón de hospital; una enfermera le sostenía la mano y un médico, un hombre con bata blanca y guantes de látex, estaba a punto de pincharle la anestesia. Todo estaba perfectamente preparado y, a juzgar por el olor, también perfectamente esterilizado.


—Dios mío... —pronunció Melisa, tapándose con una almohada, pálida, retrocediendo sentada hacia el cabecero, al verlos a ellos.


—¡Largo de aquí! —le gritó Paula al médico y a la enfermera, furiosa.


—¡Paula! —vociferó Howard, que en ese momento salió del baño, a la izquierda.


Pedro entrecerró los ojos cuando vio a Ariel avanzar hacia su mujer, firme y enfadado. Le cortó el paso.


—Acércate o rózale un pelo a cualquiera de las dos —sentenció él, señalando la cama con la mano— y te devuelvo el puñetazo que me dieron tus guardias, ganas no me faltan.


Howard gruñó, pero retrocedió. El doctor y la enfermera salieron de allí.


—No lo hagas —le rogó Paula a Melisa, entre lágrimas.


—¡Déjame en paz! —estalló, también llorando—. ¡Te odio, Eli!


—No, Melisa, no me odias —sonrió con tristeza—. Lo he oído todo. Estaba escondida en la suite cuando hablaste con Ariel. Lo sé todo y, ¿sabes qué? Te perdono.


Los presentes se paralizaron.


—Pero quiero que me lo cuentes todo, Meli —le pidió ella, acomodándose en el borde del colchón—. Mamá, Ale y Pedro tienen derecho a saberlo también.


—No me llamabas Meli desde que tenías siete años... —susurró, sobrecogida.


—Fue la primera palabra que aprendió Eli —señaló Juana, aproximándose junto con su hijo—. Dijo Meli antes que mamá y papá.


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