lunes, 16 de diciembre de 2019
CAPITULO 151 (SEGUNDA HISTORIA)
Las dos parejas se metieron en la suite principal.
—Dejadme adivinar —habló Pedro, sonriendo sin humor y enlazando una mano con la de Paula. Contempló a Ariel y a Melisa sin esconder el odio que sentía hacia ellos—. Te quedaste embarazada de Howard y decidisteis aliar las fuerzas, tenderme una trampa para encasquetarme al niño y separarme de Paula. Así, Melida se quedaba conmigo y Howard recuperaba a Paula. Pero os arrepentisteis y decidisteis deshaceros del bebé —arqueó las cejas—. ¿Lo del hospital era parte de la treta? ¿Ese perdón que querías pedirle a tu hermana, Melisa, era para tener la dirección de nuestra casa y así conseguir engañarme? ¿Y si no me hubiera emborrachado?, ¿me habrías puesto alguna droga en la bebida, aunque fuera en agua, para dejarme sedado y así poder lograr vuestro objetivo? ¿Y tú? —observó a Ariel con desprecio—, ¿pretendías que otro hombre criara a tu propio hijo?
Los culpables se ruborizaron.
—Melisa se acercó a Ariel para vengarse de mí —afirmó Paula, mirando a Pedro—, pero no contó con que se enamoraría de él.
Él adoptó una actitud de desconcierto.
—Melisa es como tu padre, son dos personas incapaces de amar a nadie —escupió.
—Melisa no es como Chaves —lo corrigió Howard, apretando los puños a ambos lados de su cuerpo—. Su padre es un ser mezquino que, cuando su hija se presentó asustada en la clínica para pedirle que la acogiera de nuevo en casa, porque se había quedado embarazada y no sabía a quién más recurrir, le dio la tarjeta de un médico sin licencia, y —levantó la mano para enfatizar — con varias demandas por practicar medicina ilegal, para que abortara. Le dijo que si hacía eso, a lo mejor, le permitía regresar a casa, pero que, mientras tanto, la quería lejos de la clínica, de su casa y de él.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Paula, horrorizada.
Melisa se giró, ofreciéndoles la espalda, orgullosa y dolida a partes iguales. Estaba cabizbaja y sus hombros se convulsionaban.
—Meli, mírame, por favor... —le pidió Paula. Su hermana la miró—. ¿Papá siempre ha sido así contigo? —le preguntó con suavidad.
Melisa se mordió el labio inferior.
—Incluso peor —masculló Howard.
Pedro se fijó en varias cosas que lo dejaron impresionado: en primer lugar, la fragilidad de su cuñada, que parecía una niña maltratada, aterrorizada y, lo que era peor aún, sola y vacía; por increíble que fuera, sintió lástima por ella y hasta empezó a ablandarse. No era justificable el daño que una hermana le había hecho a la otra, cómo Melisa había tratado a Paula desde que esta naciera, pero él, en ese momento, se percató de que el causante de tanto mal, el único culpable, era Antonio Chaves, y Melisa... Melisa, por primera vez desde que Pedro la conocía, estaba completamente rota y no se molestaba en disimularlo. Quizás, siempre había estado rota.
—Cuando papá me volvió a echar, vine en busca de Ariel —confesó Melisa, con los ojos en la moqueta, sonrojada y todavía con lágrimas en los ojos.
—Yo estaba muy cabreado —señaló Howard, dirigiéndose a Paula—. Estaba dolido por la discusión que habíamos tenido en el hospital y la que luego tuve con Melisa. Tu hermana me había mentido desde el principio. Rompimos. Melisa acudió a tu padre, pero, dos días después, se presentó en el hotel para contarme que estaba embarazada.
—Y para tejer el engaño —bufó Pedro, meneando la cabeza.
—Estaba muy cabreado —insistió Ariel, apretando la mandíbula con excesiva fuerza, controlándose— y dolido —respiró hondo para relajarse—. Sí. Decidimos engañaros. Tú nos ayudaste al emborracharte —sonrió, desafiante.
Pedro gruñó y avanzó un paso, pero su mujer se interpuso entre los dos.
—Continúa —le exigió Paula.
—Papá tuvo que pagar mucho dinero a los demandantes —siguió Melisa —, y perdió más de la mitad de sus clientes. Se arruinó, pero nadie se enteró, salvo yo. Hasta que alguien filtró la noticia a la prensa.
—¿Pensabais decírnoslo en algún momento? —inquirió Paula, frunciendo el ceño—. ¿Y lo del aborto? —se acercó a Ariel, furiosa—. ¿Qué pretendías?, ¿separarme de Pedro y que me lanzara a tus brazos? No lo he hecho nunca. Desde el principio, desde que te conocí —lo apuntó con el dedo índice—, fui sincera contigo. No sé qué esperabas... ¡Amo a Pedro con toda mi alma! — apoyó las manos en el pecho, enfatizando el hecho, llorando sin emitir sonido —. ¡Ni siquiera su falsa infidelidad fue capaz de borrar mis sentimientos! — respiró hondo—. Ayer lo vi, después de cuatro malditas semanas, y no pude... —tragó por la emoción—. Lo primero que pensé al verlo fue que lo perdonaba... —dejó caer los brazos, derrotada—. Recordé la ecografía de Melisa, pero lo amo tanto que preferí volver con Pedro, a pesar del dolor — se estrujó el jersey—, que seguir alejada un solo instante de él.
Pedro no lo resistió más, la agarró del brazo, la pegó a su cuerpo y la besó, sin importarle nada más que demostrarle cuánto la amaba solo por lo que acababa de confesar.
—Rubia... —le acarició las mejillas—. Yo también te amo con toda mi alma, con todo mi corazón... —su voz se quebró—. No soy nada sin ti...
—Soldado... —sonrió entre lágrimas, rozándolo a su vez en los pómulos con dedos temblorosos.
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