lunes, 16 de diciembre de 2019
CAPITULO 152 (SEGUNDA HISTORIA)
Se besaron de nuevo unos segundos más, con un cariño incuestionable. A continuación, Paula se acercó a su hermana y la tomó de las manos.
Ambas, serias, muy serias... contemplaban el suelo, pero se apretaban los dedos sin darse cuenta ninguna de las dos.
—¿Sabes? —comenzó Paula, en un tono apenas audible—. La primera vez que trabajé de enfermera fue en el Kindred, un hospital para pacientes terminales o que necesitan una larga recuperación. Muchos de los pacientes terminales estaban allí porque tenían cáncer y ya no se podía hacer nada por ellos, salvo esperar... —tragó saliva—, esperar su final. Vi tantas familias rotas por el dolor de saber que tenían los días contados para despedirse obligados de sus hijos, padres, abuelos, amigos, hermanos... —suspiró, temblando—. Se te pasa por la cabeza que, a lo mejor, un día, puedes ser tú ese paciente postrado en una cama a punto de morir, pero nunca te lo llegas a creer del todo —volvió a suspirar, entrecortadamente—. Hasta que te pasa.
Pedro contuvo el aliento.
—Y cuando te pasa —continuó su valiente mujer—, te das cuenta de que has malgastado el tiempo en tonterías, y empiezas a ser consciente de lo que de verdad es importante. Por ejemplo, no necesitaba raparme la cabeza, pero lo hice —sonrió a su hermana, ambas con los rostros surcados por las lágrimas—. ¿Sabes por qué me rapé? Por la misma razón por la que mamá se colaba en mi habitación para darme pastelitos de crema —suspiró de nuevo, la sonrisa desapareció—. Nunca me sentí sola, Melisa, porque tenía a mamá, pero tú no tenías a nadie. ¿Y sabes otra cosa? Que ahora lo entiendo. Por fin, te entiendo. Pedro se alejó de mí porque creyó de verdad que me había engañado, aunque no se acordara, y sintió que no me merecía, y yo... —le tembló la voz otra vez—. Yo, por primera vez, me sentí sola. Me sentí como tú te has sentido siempre. Y es... —tragó saliva—. Es horrible...
Pedro no pudo evitarlo... Se le había formado un nudo tan grande en la garganta al escucharle decir aquello, que las lágrimas descendieron por sus pómulos sin contención.
—No creo que olvide lo sucedido en mucho tiempo, Meli —añadió Paula, secándose la cara con dedos temblorosos—, pero entiendo que cada una hemos sufrido a nuestra manera, porque hemos sufrido las dos. No me has pedido perdón, pero tampoco lo quiero. El pasado es el que es —se encogió de hombros, sin soltarla—. Yo tampoco me disculparé. Me has hecho mucho daño, Meli, muchísimo... Lo de Diego... Lo de Pedro... —agachó la cabeza—.Y ahora que te he escuchado por primera vez en mi vida —suspiró, relajada —, me doy cuenta de que yo también te lo he hecho a ti.
Melisa, entonces, cayó de rodillas al suelo.
—Solo quiero saber una cosa más —le dijo Paula—: ¿por qué querías abortar?
—Porque estaba harta de mentiras y de engaños... —susurró, ronca—. Quería empezar de cero lejos de aquí, lejos de todos... Una parte de mí veía a este bebé como... Había momentos que lo odié... pero otros... —miró a Howard y sonrió—. Es el hijo del hombre al que quiero, y, aunque él no me corresponda, quiero tener el bebé —se acarició el vientre.
—Melisa, yo... —comenzó Ariel, avanzando. La ayudó a incorporarse, tomándola de las manos. Sonrió—. Quiero cuidaros a los dos. Quiero una oportunidad.
Melisa sollozó y él la acogió entre sus brazos.
Paula tiró de Pedro hacia la habitación donde estaban Juana y Ale, y se encontraron con que lo habían presenciado todo desde la puerta. La madre, llorando, se acercó a su hija mayor lentamente, asustada, pero esta, en cuanto la vio, corrió hacia ella... Se abrazaron. Los otros dos hijos se les unieron.
Pedro y Ariel sonrieron, aunque, cuando sus ojos se cruzaron, saltaron chispas venenosas.
Jamás se llevarían bien, ¡eso seguro!
Pero Pedro reconocía a un hombre enamorado, y no precisamente de su mujer, ¡y ya era hora!
Decidió empezar a olvidar.
Se marcharon a casa, por fin, en paz.
Le contaron a su familia lo acontecido sin omitir detalle. Cenaron allí, con Juana y Ale.
En mitad del postre, su adorable rubia se quedó dormida en el sofá del salón. Habían sido demasiadas emociones vividas en apenas un día. La transportó a la cama, la desnudó y la arropó con las sábanas y el fino edredón, sin ponerle el camisón, sin ropa interior, completamente desnuda, pero por un motivo: Pedro la quería preparada para cuando despertase.
Tendrían su cita pendiente en la ducha.
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