lunes, 23 de diciembre de 2019
CAPITULO 19 (TERCERA HISTORIA)
Las mariposas de su estómago eran una manada de búfalos arremetiendo unos contra otros cuando regresaron al loft.
—Te ayudo —anunció él, sacando los alimentos de la bolsa—. Quítate la chaqueta y el bolso.
Paula asintió, algo confusa por tal despliegue. ¿De quién era la casa? ¿Y por qué ese hombre la esclavizaba con su mera presencia?
Y lo que te encanta, ¿eh, pillina?
Colgó la cazadora en el perchero y se dirigió a la habitación, donde dejó el bolso encima de la cama y se descalzó. Regresó a la cocina. Pedro justo cerraba la nevera.
—¿Una cerveza? —le sugirió ella, abriendo el frigorífico.
—Vale.
Entonces, Paula descubrió una botella de champán rosado en la puerta.
—No me lo puedo creer... —cogió el Cristal Rosé y lo sacó—. ¿Me has comprado esto?
Él se encogió de hombros, despreocupado.
—Pero si yo no bebo alcohol... —musitó ella, con una súbita emoción creciendo en su interior—. Te dije que...
—Y no te creí —la observó con tanta intensidad que se acaloró—. Creo que te encanta el champán rosado, y más este en particular —se lo arrebató y buscó por los cajones hasta encontrar un cuchillo para romper el plástico.
—Pero... —se tapó la boca con las manos. Le picaron los ojos y se le formó un nudo en la garganta. ¿Cómo podía ser tan atento? ¿Y cómo era capaz de adivinarlo todo?
Da miedo...
¡Ja! De miedo, nada. Repito: te encanta...
Pedro retiró el corcho sin apenas esfuerzo, aunque tensó la chaqueta en los hombros y en la espalda, una imagen que le debilitó las magulladas rodillas a Paula. Después, se acercó a las baldas y cogió una copa de champán de exquisito cristal que le habían regalado sus padres al estrenar el loft; había guardado casi todas menos dos de cada: agua, vino blanco, vino tinto y champán. Aunque había sido una completa absurdez, porque Ramiro no soportaba que ella bebiese alcohol, y con una copa de cada hubiera bastado.
—Aquí tienes, Pau —le guiñó un ojo, entregándole la copa llena—. Disfrútalo.
Ella se relamió los labios. Lo probó. Sus párpados se cerraron de inmediato. Gimió.
—¡Está riquísimo!
Hacía tanto que no bebía champán rosado...
—El champán debería estar helado —le aconsejó él—. Lo meteré en el congelador mientras te lo vas bebiendo.
—Espera... —frunció el ceño—. No creerás que me voy a beber la botella entera yo sola, ¿verdad?
—Bébete lo que quieras —sonrió—. Prometo cuidarte. Soy tu médico —lo guardó en el congelador y se abrió un tercio de cerveza—. ¿Brindamos?
—¿Por qué brindamos?
—¿Por tu recuperación?
Paula entornó la mirada, pensativa.
—Se me ocurre algo mejor —declaró ella, elevando la copa—. Por los comienzos —soltó una risita.
—Por los comienzos, Pau.
Chocaron y dieron un sorbo, mirándose a los ojos.
—Y ahora, ponte cómodo y yo cocino —le indicó Paula, apoyando la copa en la encimera—. Lamento decirte que no hay televisión, aunque puedes utilizar mi ordenador para ver las noticias —se ató el mandil a la cintura, blanco, con flores de colores, que colgaba de un gancho de uno de los dos tabiques que separaban la estancia del salón.
—No veo la tele —se quitó la chaqueta— y tampoco me interesan las noticias. Prefiero escuchar música.
—Estás en tu casa —sus mejillas ardieron.
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