martes, 24 de diciembre de 2019
CAPITULO 22 (TERCERA HISTORIA)
Paula se apoyó en la puerta y se deslizó hacia el suelo. Flexionó las piernas y escondió la cara en ellas, abrazándose. Inhaló aire y se dirigió a su habitación. Debía preparar una bolsa con la ropa, neceser y demás cosas que necesitaba para la fiesta del Club de Campo, pues se llevarían a cabo diversas actividades deportivas.
En cuanto al vestido destrozado, decidió ocultárselo a Ramiro. Limpió la funda para utilizarla y así no levantar sospechas hasta que la viese con el traje soso.
A la mañana siguiente, ya preparada con el pequeño equipaje y vestida con unas bermudas con el borde doblado y una camisola sin mangas, blancos los dos, sus Converse azul celeste, como la cinta que sostenía su coleta lateral, y la cazadora vaquera, Ramiro la llamó al móvil para indicarle que saliera a la calle porque no quería ver a la señora Robins.
Juan la ayudó con la bolsa.
—Buenos días, señorita Paula —le dedicó una cariñosa sonrisa—. ¿Preparada para disfrutar de un día completo? —le guiñó el ojo.
—Sí —se rio—. Gracias, Juan.
Adoraba a ese hombre.
Se montó en el Audi.
—Paula—la saludó su prometido, ojeando el iPhone—. Tengo unos correos pendientes. Solo será un momento —ni siquiera la miró.
Ramiro estaba impecable con sus mocasines oscuros, unos pantalones de pinzas color camel y un polo blanco, azul marino en el cuello, a juego con sus ojos. El pelo estaba engominado hacia atrás, como siempre. Estirado, recto y... pagado de sí mismo.
—Claro —contestó ella, que se ajustó el cinturón y se recostó en el asiento, observando el exterior a través de la ventanilla.
Su novio no abandonó el teléfono hasta que se detuvieron en el Club, ninguna novedad.
El parking era de gravilla blanca y estaba atestado por los coches de los demás invitados, que estaban llegando. Nada más apearse, contempló los preciosos campos verdes de golf, donde se podía ver a jugadores recorriendo los hoyos; a la derecha, estaba el hotel exclusivo del Club, en el que se hospedarían para cambiarse.
Caminaron hacia las dos recepciones del hall del hotel: una, para acceder a las habitaciones y otra, dedicada a los diferentes deportes que se practicaban en el lugar.
—Reservé una de las suites —señaló Ramiro, entregándole su maleta—. He visto al juez que lleva mi último caso. Encárgate tú, luego nos vemos.
—Pero... —consiguió coger el pesado equipaje y se lo colgó en el otro brazo.
—Es importante, Paula. Ya sabes que los contactos son necesarios —le acarició la barbilla con un dedo frío y se fue.
Ella se acercó a la recepción con esfuerzo. Un empleado corrió a auxiliarla.
—¡Gracias! Soy Paula Chaves.
—Bienvenida, señorita Chaves —le dijo la recepcionista, amable y sonriente—. Su suite es la número tres de la última planta. En la habitación, hallará el dosier en el que se detallan las actividades, que empezarán dentro de una hora con el discurso del presidente del Club en el gran salón.
Paula aceptó la llave electrónica y se dejó guiar por el empleado que llevaba sus maletas.
—¿Paula? —pronunció una voz femenina a su espalda antes de entrar en el ascensor.
Ella se giró y descubrió a Zaira.
—¡Hola! —la saludó, encantada de verla.
Se abrazaron. Rocio se les unió.
—No sabía que estaríais aquí —declaró Paula, con un mariposeo en el estómago.
Entonces, murmullos procedentes de las mujeres presentes en el hall inundaron el ambiente. Ella giró el rostro hacia la entrada del hotel: los hermanos Alfonso, seguidos de Catalina y Samuel, caminaban en su dirección, con paso confiado y ajenos al espectáculo que estaban protagonizando.
Se paralizó.
Pedro, escoltado por Mauro y Manuel, le sonrió...
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