sábado, 28 de diciembre de 2019

CAPITULO 24 (TERCERA HISTORIA)




Pedro gruñó. ¿Acababa de confundirlo con un empleado? ¿No lo reconocía del hospital? ¿Este gilipollas es el novio de Pau? ¡¿En serio?!


Él sí lo recordaba del General. En realidad, solo lo vio al día siguiente de que ella despertara del coma, cuando Pedro la había conducido de vuelta a la habitación tras realizarle las pruebas y Ramiro los había recibido con el anillo.


Ese rubio engominado, de gélida mirada, cuerpo asqueroso de gimnasio y postura cínica y petulante no podía ser el prometido de Paula... ¡Imposible!


Entrecerró los ojos mientras lo observaba entrar en el hotel. Y, entonces, comprendió ciertas reacciones de ella... El día anterior, uno de los mejores y peores de su vida, había atisbado a una nueva Paula: la había notado relajada y feliz por primera vez; no había apreciado esa pesada carga en sus luceros, excepto cuando habían hablado de Lucia y cuando se habían despedido.


—Deberías aprender a controlar tus emociones con Paula —le previno Mauro, a su derecha, seguido de Manuel—. Se ha ido a su habitación
aguantando las lágrimas.


Aquello supuso una puñalada directa a su corazón.


—El gilipollas de Anderson me ha confundido con un trabajador del Club —les informó a sus hermanos.


—¿Era el que entraba ahora en el hotel? —quiso saber Manuel.


—Sí —masculló Pedro, aún con los ojos fijos en las puertas del hotel.


—Vamos a montar un rato a caballo, ¿te vienes? —le preguntó Mauro, palmeándole el hombro—. Los caballos siempre te han relajado.


—Estoy relajado —mintió, su cuerpo repiqueteaba de ira, y lo miró—. Pero sí, me apetece cabalgar un rato.


—Tenemos tiempo hasta el discurso —convino Manuel, sonriendo con su característica picardía.


Y eso hicieron.


Zaira y Rocio compartieron caballo con sus maridos porque no sabían y porque solo deseaban pasear. Los hermanos Alfonso aprendieron siendo pequeños; cada uno contaba con un caballo propio desde hacía muchos años, en la mansión que tenían sus abuelos en Los Hamptons.


Se dirigieron hacia el ancho sendero en forma de óvalo que cercaba la pista de obstáculos, donde varios jinetes esperaban su turno para realizar el recorrido de saltos.


—El penúltimo sábado de julio es la fiesta de jubilación de papá — comentó Mauro—, dentro de un mes.


Se colocaron en paralelo para ir a la vez, juntos.


—Será a lo grande —afirmó Pedro, sonriendo.


—Seiscientos invitados —declaró la pelirroja.


—Podíamos irnos luego a Los Hamptons. ¿Habéis pensado en las vacaciones? —preguntó Mauro—. Rocio y yo queremos celebrar el primer año de Gaston allí, como es el dos de agosto...


—¡Qué gran idea! —se entusiasmó Zaira.


—Yo todavía no sé cuándo cogerlas —respondió Pedro, soltando las riendas para guiar al semental negro con las piernas, experto y tranquilo—. Hablé con Jorge. Tengo tres meses seguidos si quiero, por guardias que he hecho por mi cuenta y porque, desde hace más de un año, no me tomo un respiro.


—¡Tres meses! —exclamó Rocio—. Eso es mucho tiempo.


—Sí —se encogió de hombros—. De momento, estoy a gusto, aunque no os niego que necesito unos días de descanso. Últimamente duermo fatal.


—¿Has vuelto a las pesadillas? —se preocupó Mauro.


—He vuelto a no dormir más de tres horas diarias.


Ninguno dijo nada. Continuaron paseando en silencio.



No hay comentarios:

Publicar un comentario