domingo, 29 de diciembre de 2019

CAPITULO 27 (TERCERA HISTORIA)





Todas las estancias eran suites, de igual decoración, tamaño y color, sin excepción. 


Contenían un pequeño recibidor, un amplio salón, un espacioso dormitorio, un baño y una terraza, en ese orden. No había puertas, sino vanos cuadrados. Los techos eran bajos y el espacio, rectangular. Los muebles oscuros y recargados poseían un estilo clásico y tradicional. Las alfombras eran grandes y existía una en el centro de cada sala.


Se dirigieron al servicio, al fondo y a la izquierda de la gigantesca cama alta con dosel descorrido. Por el otro lado del lecho se accedía a la terraza alargada que ofrecía las vistas del campo de golf, pues la suite de sus padres se hallaba en el lateral izquierdo del hotel.


Cogió el neceser de su madre y sacó la bolsita del kit de emergencia.


Buscó el bote que quería. Se sentó en el borde del jacuzzi de mármol y abrió las piernas.


—Levántate la camisa y bájate las bermudas y las braguitas.


Ella, más roja imposible, le dio la espalda y obedeció.


Pedro se quedó sin respiración cuando la vio descalzarse y quitarse los pantalones. Anduvo hacia atrás, hacia él, se subió la camisola hasta debajo del pecho, se colocó los cabellos sobre el hombro y esperó.


La visión de aquel trasero respingón, tapado por unas finas y diminutas braguitas de algodón blanco y liso, lo enmudecieron. ¿Cómo algo tan sencillo podía convertirse en lo más excitante que había contemplado en su vida?


¡Céntrate! ¡No peques! ¡No! ¡NO!




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