lunes, 30 de diciembre de 2019
CAPITULO 30 (TERCERA HISTORIA)
Regresaron al hotel. Se reunieron con la familia Alfonso en el hall, Pedro entre ellos. Sin embargo, ella retrocedió un par de pasos cuando él avanzó en su dirección. De repente, se asustó porque su piel se erizó y su ritmo cardíaco se activó al recordar el episodio de la pomada. Pedro frunció el ceño por su reacción, deteniéndose a gran distancia.
—Nos vemos luego —les dijo Paula—. Ramiro se preguntará dónde estoy. Disculpadme —se escabulló hacia los ascensores.
Se encerró en la suite y se tumbó en la cama.
Se hizo un ovillo, abrazándose las piernas contra el pecho. Su prometido estaba demasiado ocupado, como de costumbre. Ella estaba a salvo en la habitación, o eso creyó...
Cerró los ojos con fuerza. Su mente recordó una conversación sin sentido que una vez soñó. Y fue un sueño extraño. Una escena sin rostros, en blanco, con dos voces...
—¿Te preocupas tanto por ella por lo que le pasó a su hermana? — dijo la voz femenina.
—Al principio sí... —contestó la voz masculina—. Cuando la operé, estaba muy nervioso. Había llevado a cabo muchas intervenciones de ese tipo, pero estuve las veinticuatro horas anteriores repasando todos mis apuntes, por si me quedaba en blanco. La operé sin haber dormido. Tenía tanto miedo de que saliera mal... Los días pasaron. Las pruebas salieron perfectas, pero no salía del coma. Me volqué en ella por su hermana, sí, pero... no sé en qué momento Lucia se marchó y solo quedó Paula.
—Cuando despierte...
—Si despierta... —la corrigió la voz masculina.
—Si despierta, ¿qué harás?
—Tratarla como a los demás pacientes.
—No he dicho nada —aclaró la voz femenina con un deje divertido.
—Pero lo estás pensando.
—Pues es muy guapa. Y, según tú, tiene los ojos más verdes que has visto jamás.
—Yo nunca he dicho eso... —se quejó la voz masculina—. Es una chica normal y corriente.
—Sí lo has dicho. Y no es una chica normal. Tiene la cara tan perfecta que parece una muñeca, ¿verdad?
—No lo sé... —dudó la voz masculina.
—A mí no tienes que engañarme. Te recuerdo que trabajo contigo, doctor Pedro.
—Está bien... Es preciosa...
Aquel sueño se sucedía en su mente y alteraba su corazón desde que despertó del coma. Y no era el único. Más conversaciones, en las que la voz femenina cambiaba, pero la masculina, que no era otra que la de Pedro, permanecía, la perturbaban. Por eso, necesitaba continuar con el psicólogo. El doctor Fitz le había aconsejado que, cuando reviviera esas escenas o soñara con ellas, dejara a su cuerpo aflorar las emociones que su interior experimentaba en esos momentos.
El problema era que se sentía confusa, desorientada... ¿Habría sido real o era producto de su imaginación?
En otros sueños, la voz de Pedro preguntaba cosas sobre Paula y una voz femenina, distinta, más sabia y experta, la voz de su madre, departía sobre ella con naturalidad.
Se secó las lágrimas que estaba derramando.
No lo compliques más, Paula, no lo hagas, por tu bien, pero, sobre todo, por el bien de tu familia...
Se refrescó la cara y la nuca y bajó al comedor del hotel, en la planta principal, pegado al gran salón. Estaba abierto —la mitad sin techar— a las bellas vistas del campo de golf. Caminó entre los presentes hacia la barandilla, donde se recostó sobre los codos. No conocía a nadie, salvo a la familia Alfonso. Bueno, sí conocía a más gente, del mundillo de la abogacía, pero no encajaba. Había perdido el interés por el Derecho.
—¿Dónde estabas? —inquirió Ramiro con el ceño fruncido. Parecía furioso —. Y, ¿por qué no te relacionas? No puedo permitirme una novia retraída, Paula. Dañas mi imagen, una imagen que me ha costado mucho crear —se irguió, altivo.
—Lo siento, Ramiro —se disculpó al instante—. No me encontraba bien. He vuelto a tener esos sueños y...
—No te escudes en esas estúpidas fantasías que te inventas —la reprendió, severo, aunque en un tono lo suficientemente bajo como para que no lo escuchara nadie más—. Voy a cambiarme de ropa. Relaciónate o vete a dar un paseo —se giró y la miró por el rabillo del ojo—. Haz algo útil, Paula, pero no te margines o pensarán mal de mí —y se fue. —Tranquilo, Ramiro —murmuró para sí misma en un suspiro de agotamiento—, no te haré quedar mal, no te preocupes —arrugó la frente, dolida por la actitud de su novio, y se escabulló de la reunión.
Lo último que necesitaba era esperarlo para que la ignorase por enésima vez. Nunca entendería por qué Ramiro le pedía que lo acompañara a eventos de la alta sociedad, si no la presentaba a nadie, se centraba en sus importantísimos contactos y se olvidaba de ella.
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