martes, 31 de diciembre de 2019
CAPITULO 34 (TERCERA HISTORIA)
Christopher, el hermano mayor de Dani, de treinta y cinco años, moreno, ojos azules, barba perfectamente cuidada, alto y delgado, apareció segundos después. Pedro lo saludó de igual manera. Se conocieron Daniel y él en primero de Medicina, en Harvard. Enseguida, se hicieron amigos y le presentó a Christopher, igual que Pedro hizo con Manuel y Mauro.
—¡Suerte a todos! —les dedicó Johnson.
Los presentes aplaudieron.
Los hermanos Alfonso y los hermanos Allen se dirigieron a las cuadras.
Dani y Chris eran expertos consumados del polo. Provenían de una familia de profesionales que se habían dedicado a ese deporte. De hecho, eran los únicos médicos Allen. Christopher era fisioterapeuta por cuenta libre, regentaba su propia clínica desde hacía cinco años.
—Dicen que los miembros del equipo ganador tendrán un fin de semana de alojamiento gratuito en el hotel —comentó Chris.
Estaban en la galería de los establos, esperando a que los empleados les entregaran los caballos, además de los cascos que requerían para el juego.
—Pues que gane el mejor, que, para variar, seré yo —bromeó Dani, dándole un codazo a Pedro—, ¿verdad que sí, Alfonso?
Todos se rieron, menos Pedro. Sacaron a los cuatro sementales al césped, se montaron y cada uno probó al suyo, bien trotando o bien trazando círculos por el campo.
—¿Qué te pasa, Alfonso? —quiso saber Daniel, que se acercó despacio—. Estás más serio de lo habitual.
—Tenemos en nuestro equipo a un auténtico gilipollas.
—¿Te refieres a Anderson?
—Sí —contestó él—. Su prometida está en el equipo de Chris. No se la merece —tensó la mandíbula—. Anderson es... —respiró hondo—. Ya veremos qué tal juega en equipo, porque a Paula la trata fatal.
—¿Paula? —repitió su amigo, frunciendo el ceño.
—Paula Chaves, su prometida —aclaró.
—Sé que Chaves es su prometida. Lo sabe todo el país. Lo que no sabía era que se llamase Paula, pero no te lo digo por eso, sino...
—Sí, es ella —lo cortó Pedro, adivinando lo que iba a decir—. Es la chica que estuvo en coma en el hospital.
—Tu Paula es la Paula de Anderson —acertó Daniel en un silbido—. Se te olvidó mencionarme que se casa.
—Porque no lo supe hasta hace poco —se removió incómodo en la silla.
No había perdido contacto con Dani, a pesar de que no habían quedado desde que Paula había ingresado en el Hospital General. Habían hablado por teléfono y se habían escrito e-mails relatándose su vida, una vez al mes.
Daniel era el único de sus amigos que había oído hablar de ella por el propio Pedro. Les unía una amistad muy especial, pues entre ellos nunca pasaba el tiempo, aunque coincidiesen poco en persona.
—Atención, por favor —solicitó el presidente a través del micrófono—. El amarillo y el verde correspondientes al número uno que se preparen. El primer partido comenzará en cinco minutos.
En la siguiente hora, Dani y Pedro observaron los tres partidos que se sucedieron. Ganaron dos verdes, Manuel entre ellos, y un amarillo, el de Mauro.
Le tocó el turno al equipo verde de Christopher y Paula. Ella galopó desde las cuadras hasta el campo con una soltura increíble, bien erguida con naturalidad, como si hubiera nacido sobre un caballo. Pedro se quedó embobado en ella... Paula llevaba unas mallas negras, botas de piel marrones, ligeramente gastadas, un polo verde que se ajustaba a su pequeño, pero curvilíneo, cuerpo, del mismo tono que el pañuelo que sujetaba su coleta lateral. Acostumbrado a verla utilizar ropa de colores pastel o claros, se sorprendió. De negro y verde oscuro estaba impresionante, resaltaba el inverosímil tono de sus luceros, que chispeaban de manera radiante. Y estaba sonriendo, lo que significaba que le gustaba el polo, o cualquier cosa relacionada con la equitación, pensó convencido.
—Joder... —siseó su amigo—. Es ella, ¿no?
Él miró a Daniel sin comprender.
—Avísame la próxima vez y vengo preparado con un cubo para tus babas —lo pinchó su amigo, adrede, antes de estallar en carcajadas.
—Daniel... —lo avisó.
—Tranquilo, tío —levantó las manos, sonriendo—. Tienes muy buen gusto, Alfonso.
Pedro suspiró, temblando por dentro. Su leona blanca era preciosa, la mujer más guapa que había conocido en su vida, por supuesto que tenía buen gusto.
Veinte minutos después, el equipo de Paula y de Chris ganaba al amarillo.
Ella miró a Pedro al terminar y este le guiñó un ojo, a lo que Paula respondió con una sonrisa tímida que a Pedro lo revitalizó por entero, y lo
excitó tanto que su erección casi reventó los pantalones. A punto estuvo de gemir, pero se controló para no ridiculizarse delante de Dani, aunque este soltó una risita al descubrirlos, nunca se perdía detalle de lo que acontecía a su alrededor, era un entrometido redomado.
Los dos se dirigieron al campo a prepararse, jugaban el último partido de la primera ronda.
—Suerte, Doctor Pedro —le susurró Paula al pasar a su lado.
Pedro le arrebató las riendas para frenarla.
—Espero que llegues a la final, Pau —le deseó, en voz muy baja, inclinándose hacia su oído—. Yo lo haré y solo quiero jugar contra ti.
Ella se ruborizó, paralizada por la proximidad. Él ocultó una sonrisa diabólica, aspiró su fresco aroma floral y se alejó.
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