jueves, 30 de enero de 2020
CAPITULO 122 (TERCERA HISTORIA)
Desde la terraza, Pedro contempló la precipitada fuga de Paula. Estaba huyendo. La había visto colocarse el iPhone en la oreja, mirar la pantalla, llorar y salir corriendo.
Él apretó los puños a ambos lados del cuerpo, rechinando los dientes e intentando controlar la respiración. No le hacía falta preguntar a quién había llamado, porque la otra persona la había colgado. Solo podía tratarse de Karen Chaves.
Lo que no entendió fue que Paula utilizara el teléfono rosa que Pedro le había regalado.
Frunció el ceño.
¿No se suponía que solo sería para nosotros dos? Esto va de mal en peor...
Los días transcurrieron sin cambios entre ellos.
Apenas se cruzaban porque Pedro lo evitaba. La vigilaba y la observaba en las sombras, escondido como un acosador. Él apenas dormía porque había regresado el insomnio, por lo que escuchaba cuándo se despertaba, cuándo entraba en el baño, cuándo se vestía, cuándo bajaba a desayunar...
La rutina de Paula era simple. Tras tomarse una infusión con Julia, cabalgaba un rato a solas y después enseñaba a Claudio algunos pasos de doma.
Sí, doma. Pedro alucinaba con la cantidad de sorpresas que escondía su leona blanca. Y era inevitable sentirse celoso, no porque no confiara en Claudio o en ella, sino porque veía con sus propios ojos que Paula parecía feliz sin Pedro.
Reía con Claudio, se divertía con la preciosa yegua gris, que era también de Pedro, por cierto, además del negro semental español.
En los almuerzos y en las cenas, ella también sonreía a su familia; por las tardes, jugaba con los dos niños en la piscina, charlaba con Mauro y Manuel, bromeaba con Zaira y Rocio... Sin embargo, por las noches desaparecía por la propiedad. No se molestaba en buscarla porque él mismo se refugiaba en el estanque de peces de colores. Bueno, en realidad, los ratos que no la espiaba se escondía en el estanque, su rincón favorito. Si se bañaba en la piscina era
de madrugada, cuando todos dormían. Y, antes de meterse en el vestidor e intentar dormir en el sofá, la observaba mientras soñaba. A diario se la encontraba en la hamaca de la terraza, dormida bajo las estrellas. La cogía en brazos con un inmenso cuidado y la llevaba a la cama.
Y la contemplaba eternos minutos, arrodillado a sus pies, como un auténtico bobalicón enamorado.
La echaba tanto de menos... Cuando la alzaba en vilo, tardaba en alcanzar la habitación para permanecer más tiempo con ella en su pecho, acunándola.
No tenía remedio...
El sábado se cruzó con Mauro por primera vez desde que llegaron a Los Hamptons. Justo salía Pedro del pabellón. Su hermano llevaba el bañador húmedo, zapatillas y una camiseta gris de la universidad, que se estaba humedeciendo por las gotas de agua que le caían del pelo.
Llevaba las lentillas puestas. Su semblante no pronosticaba nada bueno.
—Solo vengo a decirte que esta noche vamos a cenar a Southampton. Daniela y Julia cuidarán de Caro y Gaston.
—¿Y Paula?
—¿Acaso te interesa? —enarcó una ceja, prepotente.
—Ahórrate el sermón —se introdujo en el laberinto.
Mauro lo agarró del brazo para frenarlo.
—Me vas a escuchar, ¿entendido? —inquirió su hermano, muy enfadado.
—Dilo ya y déjame en paz.
—Si de verdad la quisieras, estarías con ella. ¿Para qué la has invitado, Pedro?, ¿para dejarla sola?
—No está sola —gruñó, molesto, celoso e irascible. Cerró las manos en dos puños—. Os tiene a vosotros y a Claudio.
—Paula está aquí por ti —lo señaló con el dedo índice—. ¿Qué clase de tontería estás haciendo? ¿Por qué la ignoras?
—No es asunto tuyo.
—Se ha convertido en el asunto de todos en el momento en que empezaste a comportarte como un imbécil, Pedro. Y te aconsejo que huyas de Zaira y de Rocio, porque no les caes muy bien que digamos ahora mismo. El jueves estuvieron las tres de compras e interrogaron a Paula —chasqueó la lengua —. A mí tampoco me caes bien, por si te interesa —suspiró con fuerza—. ¡Esa niña te adora! —levantó los brazos en señal de impotencia—. Ayer la pilló Zaira llorando en la piscina después de cenar. Paula no entiende qué te pasa, como ninguno de nosotros. Le estás haciendo más daño que Anderson y su madre, y lo peor de todo es que no te estás dando cuenta —permaneció unos segundos callado—. Anoche lloraba porque su madre la había llamado para gritarla otra vez —lo miró con fijeza—. Solo respóndeme a algo: ¿estás así porque negó que fuera tu novia?
—No es solo por eso... —se hundió en la tristeza, en los remordimientos y en el dolor.
—Entonces, ¿por qué?
Pedro se revolvió los cabellos, recostándose en la pared.
—Siempre hay algo que se interpone entre nosotros, Pa, siempre... Tengo miedo de acercarme a ella y que vuelva a aparecer cualquier cosa que intente separarnos otra vez. No soy bueno para Paula... —se sinceró por completo. Tragó el nudo de la garganta—. Fue mi culpa que Anderson casi la forzara... Es mi culpa que su madre la trate así... Y te parecerá una tontería más añadida a la lista, pero, sí, me dolió que negara que fuera mi novia. Me dolió mucho... ¿Qué soy para ella, Pedro? —lo observó sin ocultar sus más profundos sentimientos—, ¿un amigo? Le grita a su madre que me ama, pero luego dice que soy su amigo... Es un tira y afloja constante. Es una de cal y otra de arena, y no puedo más... Siempre me dice una cosa y luego actúa de otra manera... Y yo siempre vuelvo a tocar su puerta, siempre vuelvo a ella, siempre insisto en más, más y más...
Su hermano respiró hondo. Se colocó a su lado y le rodeó los hombros.
—Ay, Pedro... —suspiró—. Vente a cenar con nosotros. Habla con Paula. Necesitáis hablar. Ella también tiene miedo de acercarse a ti. Se echa la culpa de que no quieras acercarte a ella. Y anoche le dijo a Zaira que estaba pensando en llamar a su padre para que viniera a buscarla y regresar a Boston. Está convencida de que solo te ha provocado problemas y dolor y de que serás feliz si se aleja de ti.
Él se sobresaltó por la noticia.
—Tranquilo —lo previno su hermano enseguida—. Da las gracias a mi bruja, que la convenció para que esperara unos días —sonrió, aunque sin alegría—. Nos iremos dentro de dos horas —y se marchó.
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