sábado, 4 de enero de 2020

CAPITULO 36 (TERCERA HISTORIA)





El árbitro sopló el silbato y retomaron el partido.


Paula todavía no se creía la actitud de Ramiro para con ella. Lo conocía.


Era competitivo, pues había jugado con él al golf y al tenis y había sido insoportable... Ramiro Anderson no sabía jugar a nada sin convertir el juego en un combate, y tampoco sabía lo que significaba la palabra equipo, además de que era un perdedor horrible.


No obstante, ella alucinó. Era la primera ocasión en que competían el uno contra el otro, y, cuando habían practicado algún deporte en parejas, tipo un partido de pádel o de tenis, no la había dejado rozar la pelota, pero, allí, en el Club, se estaba comportando como un tirano, con Paula y con sus propios compañeros de equipo.


—¡Paula! —la llamó Christopher antes de lanzarle la pelota.


Ella asintió y galopó hacia la portería, dando pequeños golpes con el mazo para controlar la pelota, elevándose un ápice sobre los estribos, como todo buen profesional del polo, pues así rotaba las caderas con facilidad.


Pero Ramiro la interceptó y corrió veloz en su dirección. Paula se paró en seco, temiendo un nuevo ataque... Y su novio le quitó la pelota.


—Lo siento... —se disculpó ella con evidente pesar.


—No te preocupes —le aseguró Chris, con una dulce sonrisa.


Ramiro marcó gol.


Paula intentó concentrarse, pero le resultó imposible.


Entonces, ocurrió algo extraño... Daniel Allen le pasó la pelota a Cindy Clark y esta, a Pedro


Ramiro, que luchaba contra todos, compañeros y contrincantes, intentó arrebatársela, pero Pedro la lanzó de nuevo a Daniel y este, a Cindy. Y así estuvieron unos segundos, hasta que el propio Pedro permitió que Christopher se la quitara, quien se rio y marcó un tanto, logrando el empate.


El equipo contrario se reunió, excluyendo a Ramiro adrede. Hablaron unos segundos en privado y se desplegaron por el campo.


—¿Te gusta jugar al polo, Pau? —le preguntó Pedro, deteniéndose a su lado.


—Sí —respondió ella en un susurro.


Pedro sonrió. A Paula le invadió esa paz tan maravillosa, sin añadir el aguijonazo que sufrió en el vientre al apreciar a su médico, ligeramente sudoroso, con esa desenvoltura y gallardía relajadas, naturales, propias de un héroe invencible, tan arrebatador... Y con las gafas de sol en la cabeza como si se tratase de una diadema. Era guapísimo hasta sucio por el ejercicio...


—Pues a jugar, muñeca —le guiñó el ojo y se alejó.


¿Me acaba de llamar «muñeca»?


El mariposeo de su estómago se prendió como una cerilla... Suspiró de manera irregular y muy sonora. Se colocó en posición y esperó el saque de Daniel. Ramiro le arrebató la pelota, pero Cindy se interpuso en su camino, provocando que Pedro se la quitara con una facilidad increíble. Entre los tres, rodearon a Ramiro, obligándolo a retroceder hacia una esquina. Él comenzó a gritar que le dejasen jugar, incluso se quejó a voces al árbitro, pero todos lo ignoraron. 


Desde las gradas, lo abuchearon.


Lo siento, pero lo tienes bien merecido.


Pedro galopó hacia el centro del campo, donde estaba Chris, que se rio y le permitió avanzar sin oponer resistencia.


Algo está pasando... ¿Por qué no lo frena?


Paula decidió probar suerte y se acercó a él. 


Pedro sonrió con travesura y paró al caballo, igual que ella al suyo. Apenas los separaban unos centímetros de distancia. Él movió el mazo con agilidad, guiando la pelota hacia Paula, para después retirarla a tiempo de que ella la rozara. Paula gruñó tras cuatro tentativas fallidas.


—¿La quieres, Pau? —ladeó Pedro la cabeza—. Pues aquí la tienes —la colocó justo en el centro del campo y se alejó lo justo para que ella tuviera espacio suficiente para golpear la pelota hacia la portería, libre.


Paula observó el campo. Los de su equipo no se movían, sonreían en su dirección. Y los contrincantes mantenían a Ramiro ocupado.


—No me gusta que me dejen ganar —farfulló ella, estirándose el polo en las caderas.


—No te estoy dejando ganar —le dijo él, cruzándose de brazos—. Es una distancia bastante grande. Parece fácil, pero no lo es. El tiro es recto, pero la pelota puede atravesar algún bache que la desvíe, o que tu fuerza resulte insuficiente. Te creía valiente, está claro que me equivoqué.


—¡Oh! —exclamó, boquiabierta—. Soy valiente, doctor Pedro —añadió, indignada, irguiendo los hombros—. Te vas a tragar tus palabras.


—Eso quiero verlo. Soy un hombre de ciencia, necesito hechos —sus ojos emitieron un fogonazo desafiante.


Ella entrecerró la mirada y espoleó al caballo. 


Echó hacia atrás el mazo, elevándose sobre la silla, y realizó lo que se llamaba el tiro de corbata, que consistía en meter la pelota en la portería desde el centro. El lanzamiento fue perfecto y el gol, asegurado.


—¡Sí! —gritó Paula, eufórica, soltando el mazo y alzando los brazos en victoria.


Los aplausos y los vítores retumbaron por el espacio. El silbato anunció el final de la competición.


—¡Felicidades al equipo verde número tres! —les obsequió el presidente del Club a través del micrófono.





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