sábado, 4 de enero de 2020
CAPITULO 37 (TERCERA HISTORIA)
Ella galopó hacia Pedro, que la esperaba con una deslumbrante sonrisa.
—Perdona, pero eres un mentiroso —lo acusó ella, fingiendo seriedad.
Procuraba disimular su dicha, pero las carcajadas brotaron de su garganta sin remedio.
Él se contagió, pegó el animal al suyo y se inclinó.
—Prometo no volver a mentirte.
—¿Por qué lo has hecho? —quiso saber ella, sonrojada.
—Quédate con la victoria, Paula. Solo tú te la mereces —giró en la montura y se fue.
—Tú y yo vamos a hablar ahora, Paula —le ordenó Ramiro en ese momento, con voz contenida.
Paula asintió. Su interior regresó a la normalidad de inmediato. Condujo al caballo a los establos y le entregó las riendas a un empleado.
Enseguida, su novio la agarró del brazo de malas maneras y la arrastró hacia el hotel.
—No tan rápido, por favor... —le rogó, tropezándose con los pies.
Todos, sin excepción, murmuraron a su paso.
Ella suspiró por el bochorno.
Ramiro jamás había perdido los nervios, mucho menos en público, era Don Apariencias. Y nunca lo había visto tan enfadado. Tiró para que la soltara, pero él la apretó con más fuerza y aceleró el ritmo.
—Nos están mirando, Ramiro, por favor... —la vergüenza la inundó.
Ramiro se paró de golpe, chocándose Paula con su asqueroso pecho sudado. La giró hacia los invitados: Pedro, a unos metros de distancia, con Daniel y Christopher susurrándole cosas, quería socorrerla. Ella lo supo al descifrar la expresión salvaje de su más que atractivo semblante: sus ojos inyectados en sangre, sus labios cerrados en una línea blanca, sus fosas nasales aleteando con evidente desasosiego, su mandíbula marcada con énfasis al comprimirla...
—No soy ningún estúpido, Paula —declaró Ramiro en su oído en un tono gélido, pegándola a su cuerpo, que vibraba de cólera—. Sé que te gusta el médico y tú también le gustas a él, pero eres mía, no suya —le clavó los dedos en la piel—. No serás de nadie más, ¿entendido? Bastante tengo que soportar con no poder tocarte hasta la boda por tu estúpido duelo a tu hermana. Soy tu novio, tu prometido —aclaró, rechinando los dientes—, pero tonteas con otro en mi cara.
—Ay... —hizo una mueca—. Me haces daño...
—No te acercarás a él, ¿entendido, Paula? —la zarandeó.
—Sí... —pronunció en un hilo de voz.
—Se acabó lo de esperar a la boda. Somos novios y vivimos en el siglo XXI, más claro, agua.
Paula palideció. El miedo la poseyó. Ramiro emprendió de nuevo la marcha. Ella tuvo que correr para no caerse, aunque la mantenía bien sujeta. Y no la soltó hasta que entraron en la suite.
—¡Cómo has podido ser tan estúpida! —vociferó su novio, gesticulando de forma frenética—. ¡Cómo te has atrevido a ganarme! Solo eres una mujer — escupió, señalándola con el dedo.
—Lo siento, yo...
—¡Cállate, joder! —acortó la distancia.
Paula retrocedió, trastabilló y aterrizó en el suelo del salón sobre el trasero.
—¡Ay! —exclamó, frotándose el bulto que tenía por haberse caído del caballo por la mañana.
—No vas a ir a la fiesta —se agachó—. Prepara tus cosas. Te vas a tu casa. Y me esperarás despierta hasta que yo llegue —sonrió con malicia—. Porque llegaré y reclamaré lo que es mío. Me harté de respetarte cuando tú no me respetas a mí —se incorporó y se encerró en el baño de un portazo.
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