domingo, 5 de enero de 2020
CAPITULO 39 (TERCERA HISTORIA)
Ella se soltó con un esfuerzo sobrehumano y se alejó hacia la puerta del hotel.
—No te vayas... —le rogó Pedro, a su espalda, la había seguido—. Quédate conmigo...
Las lágrimas descendieron por el rostro de ella.
—No puedo, Pedro, y tú lo sabes —y se fue al gran salón con un dolor indescriptible en el alma.
Se secó las mejillas antes de entrar. Los invitados comenzaban a sentarse alrededor de las mesas circulares que ocupaban toda la estancia. Buscó a Ramiro, que ya estaba acomodado con el odioso fiscal de aquella mañana y varios abogados con sus respectivas parejas.
—Buenas noches —saludó ella, retirando la silla libre, frente a su prometido.
—Buenas noches —contestaron algunos.
Ramiro, en cambio, palideció. Analizó su vestido con desagrado. Paula lo ignoró y se sentó.
—¿Se puede saber qué llevas puesto? —escupió su novio.
—Gracias por el cumplido —bromeó ella, fingiendo alegría.
—No era ningún cumplido —la corrigió, incorporándose—. Creo que te has olvidado de ponerte el vestido.
—¿Perdón? —articuló Paula en un hilo de voz al comprender sus crueles palabras.
—Te has puesto la combinación, pero no el vestido —le aclaró Ramiro, gélido y decidido—. Sube a por lo que te falta y no bajes hasta que no estés lista —y añadió al resto de comensales—: Disculpen a mi futura esposa, últimamente está algo despistada.
El tiempo se congeló. El gran salón se silenció de golpe.
—¿A qué esperas, Paula?
Ella se levantó. Caminó hacia la puerta con la cabeza bien alta, pero, antes de llegar, un brazo rodeó el suyo, deteniéndola. Giró el rostro.
Pedro... Su expresión era espeluznante...
—Por favor, Pedro... —le rogó Paula en un susurro roto por la vergüenza y por la desesperación de huir.
Pedro la soltó y observó cómo se perdía de vista hacia los ascensores. A pesar de haber protagonizado la peor y más humillante escena de su vida, no había hundido los hombros ni agachado la cabeza. Era su leona blanca.
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