lunes, 6 de enero de 2020

CAPITULO 43 (TERCERA HISTORIA)




Paula no supo cuántas horas estuvo llorando en la entrada de su apartamento.


Nada más cerrar, se había deslizado al suelo y había permanecido allí hasta que el sol anunció un nuevo amanecer, cuando se había tumbado en la cama.


Se despertó porque escuchó un portazo. Se levantó, restregándose los ojos, hinchados por la cantidad de lágrimas que había derramado. Le dolían, pero, más que eso, le pesaba el corazón.


Atravesó los flecos blancos y descubrió a sus padres. Estaban serios, demasiado... Y no habían tocado el timbre, y siempre lo hacían aunque tuvieran una copia de las llaves.


—Será mejor que te duches y te arregles —le dijo su padre en un tono suave, pero autoritario—. Tenemos reserva en una hora para comer con Ramiro y antes queremos hablar contigo.


Elias Chaves era un hombre que infundía férreo respeto por su altura, su aspecto correcto e impecable y la arruga perenne en su frente. 


Exudaba una poderosa y fría elegancia aristocrática. Cualquiera se sentiría cohibido en su presencia. Además, era un tiburón en los tribunales. Arrasaba. Nunca había perdido un juicio. Jueces, fiscales e incluso los abogados contrarios lo admiraban.


Su físico, a sus cincuenta y seis años, todavía conseguía atolondrar a las mujeres a su paso, algo por lo que Karen se enorgullecía. Paula recordaba que sus compañeras de la universidad estaban enamoradas platónicamente de él. Era muy atractivo, de facciones selladas, masculinas, cejas gruesas, nariz recta y boca un poco carnosa y perfilada. 


Dominaba los rizos de sus cabellos rojizos, ligeramente encanecidos, con gomina, peinados con la raya lateral.


Sus enormes ojos castaños solían revelar bondad, aunque en ese momento transmitían demasiada seriedad. Elias imponía en apariencia, pero luego era el hombre, el marido, el padre, el amigo y el vecino más bueno del universo, el más leal, el más justiciero, el más entregado, el más dispuesto a ayudar.


—No te pongas zapatillas, hija —le aconsejó su madre—. Vamos a...


—Déjala, que se ponga lo que quiera, Karen —la cortó él.


Elias y Karen se sentaron en el sofá a esperar.


Paula se metió en el baño. Se duchó con premura. Se secó el pelo al aire y se lo sujetó en una coleta lateral con una cinta rosa perla. Eligió un vestido camisero a juego, liso, sin dibujos, con botones diminutos y cerrados hasta el pecho, de mangas cortas y abombadas en los hombros, de cuello redondo y con un cinturón fino y redondeado de piel marrón en las caderas. 


Se calzó las Converse rosas y cogió el bolso bandolera.


Cuando se reunió con sus padres, Elias se incorporó y acudió a su encuentro delineando una dulce sonrisa.


—Mi niña —la tomó de las manos—. Tan bonita como tu madre —la besó en la cabeza y la condujo al salón.


Karen también sonreía, aunque sin humor. Paula se sentó entre los dos.


—Por cierto, Adela nos ha dicho que subirá por la tarde, que quiere hablar contigo sobre un asunto de la comunidad de vecinos —le informó su padre.


Ella asintió como respuesta.


—Cuéntanos qué pasó ayer, cariño —le pidió su madre—. Ramiro nos ha dicho que discutisteis y que te marchaste antes de empezar a cenar. Eso no es propio de ti —negó con la cabeza, chasqueando la lengua.


—Se enfadó porque jugamos un partido de polo y perdió. Ganó mi equipo.


—Ahora lo entiendo —dijo su padre, riéndose—. Ramiro es un perdedor horrible.


—Elias, por favor —lo reprendió Karen—. ¿Y el vestido nuevo? —añadió hacia su hija—. ¿Te regala un vestido precioso y no te lo pones? Eso es un desplante, Paula. Y más desplante aún es no presentarte a la cena solo por una discusión.


¿No presentarme a la cena? Pero ¡si me humilló delante de todos!


—Pero...


—Ramiro nos ha llamado asustado hace un rato —la interrumpió su madre, levantándose—. Dice que no le contestas a las llamadas desde anoche y que vino aquí, pero que no abriste.


Paula sacó el móvil del bolso y comprobó las llamadas y los mensajes.


No había rastro de su novio. ¡Había mentido!


—Será mejor que nos vayamos a comer ya —anunció Ramiro—. Es solo una discusión, Karen.




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