martes, 7 de enero de 2020

CAPITULO 45 (TERCERA HISTORIA)




Las dos familias intercambiaron unas frases de cortesía y se despidieron. Pedro le acarició la muñeca antes de regresar a su mesa, de forma tan sutil que ella creyó imaginárselo.


—Tenías razón en que Zaira se parece a Lucia, tesoro —señaló su madre al sentarse—. Es una buena familia. Son muy simpáticos y agradables. Y muy sencillos. Son muy queridos y conocidos en la alta sociedad.


Paula no comentó nada al respecto, pues los suspicaces ojos de su padre la inquietaron. Se colocó la servilleta sobre las rodillas para distraerse.


—No sabía que te llevases tan bien con ellos —le comentó Elias, sin variar su astuta mirada, la mirada de un gran observador, paciente y taimada—. ¿Estaban ayer en el Club de Campo?


—Sí —respondió Ramiro—. El doctor Pedro formó parte de mi equipo en el partido de polo. Por desgracia, no es buen jugador porque se le iban todas las pelotas al equipo contrario, ¿verdad, Paula? Confundía el territorio —se rio.


Pedro era un magnífico jugador, pero Paula decidió no decir nada, su novio la estaba provocando, ya no había duda.


—Pero tú sí que lo eres, Ramiro —le obsequió Karen—. Le mostrarías las reglas, aunque perdierais, ¿no?


—Por supuesto. En ocasiones, uno debe marcar el área para afianzar su propiedad.


El camarero los atendió en ese instante. 


Pidieron la comida y la bebida.


Disfrutaron de un aperitivo previo, aunque Paula no lo cató, su estómago se cerró en un puño.


—Creo que me perdí, Ramiro —sonrió Elias, sin humor—. ¿Estás hablando de deporte?


Paula dio un respingo por la cuestión planteada y, sin pensar, giró el rostro y buscó a Pedro, que la estaba mirando. El mariposeo de su interior se
aceleró. Él le guiñó el ojo y ella se ruborizó, sonriéndole con timidez.


—Paula —la llamó Ramiro, sobresaltándola.


Paula se giró de nuevo y ahogó un grito. Su novio se encontraba a un milímetro de su cara. La sujetó por la nuca y le estampó un beso casto, pero prolongado y húmedo en exceso, en la boca. Después, la soltó y retomó la conversación con sus futuros suegros.


Ella se sintió asqueada, se le revolvieron las tripas. Se disculpó y se encaminó hacia el servicio, en el otro extremo del restaurante, donde se encerró y respiró hondo repetidas veces hasta que su corazón se normalizó. 


Se refrescó la nuca y regresó a su asiento.


—Bueno, ahora hablemos de la boda, niños —anunció Karen, dichosa—. ¿Ya reservaste, Ramiro?


—Sí, Karen. El hotel Harbor ya está reservado. Tenemos que ir esta semana para ultimar los detalles, pero yo estoy muy ocupado —sonrió—. Confío en ti, querida suegra.


—Por supuesto, Ramiro —le devolvió una sonrisa deslumbrante—. Paula y yo nos encargaremos de todo. Además, cariño —añadió a su hija, acariciándole la mano—, ya pedí cita para tu vestido, mañana, a las once, en
el taller de Stela Michel.


Paula comenzó a asfixiarse. Un horrible sudor le inundó las manos.


—Tengo clase de yoga a las once y media, mamá. No puedo.


—Pues la cancelas —zanjó su novio, ladeando la cabeza—. Nos casamos dentro de tres meses y todavía no tienes vestido, ni lista de invitados, ni regalos, ni flores... nada. Necesitas todo tu tiempo. ¿O acaso no quieres casarte, cariño?


Ella, sin pensar, buscó a Pedro, que en ese momento se reía por una broma de su hermano Manuel.


—Paula —Ramiro la tomó de la barbilla, obligándola a mirarlo. Sonreía, aunque sus ojos azules transmitían su característica frialdad—. ¿Tus clases son más importantes que nuestra boda? —se recostó en el sillón—. No entiendo por qué te has empeñado en volver a tus clases de yoga y a vivir sola. Viviremos en mi casa y no te hará falta trabajar. Por cierto... —frunció el ceño y metió las manos en los bolsillos de la americana—. Vaya... —chasqueó la lengua—. Se me ha olvidado la llave. Ya te hice la copia. Lo siento —se encogió de hombros, despreocupado y dio un sorbo al vino—. La próxima vez te la daré.


¿Ya te hice la copia? Pero ¿de qué está hablando?


—¡Uy, qué casualidad! —exclamó su madre, sacando un juego de llaves del bolso—. Toma, Ramiro —se lo entregó—. Paula lo tenía preparado para ti.


Paula desorbitó los ojos. ¡Eran de sus padres, no de su novio!


Bueno, no te preocupes que Ramiro odia a la señora Robins.


Karen le propinó una suave patada a su hija.


—Gracias, cariño —le dijo Ramiro, antes de besarla de nuevo en la boca.


La comida fue la más larga de su vida... No habló. No comentó nada.


Asintió a todo y fingió alegría. Después, su padre pagó la cuenta y se acercaron a la mesa de la familia Alfonso para despedirse de ellos, aunque Paula rehuyó a Pedro, ni siquiera lo miró.




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