jueves, 9 de enero de 2020
CAPITULO 53 (TERCERA HISTORIA)
Paseó un rato para hacer tiempo y, media hora más tarde, se presentó en el General. Subió a la planta de Neurocirugía y caminó hacia el despacho del doctor Pedro directamente.
Algunas enfermeras la observaron, curiosas. La
conocían. Ella las saludó con la cabeza y una sonrisa tímida.
Llamó a la puerta.
—Adelante —dijo una inconfundible voz masculina, aterciopelada y profunda.
Paula suspiró, agitada, y abrió. Pedro, sentado en su silla de piel detrás del escritorio, estaba escribiendo en unos papeles con su magnífica pluma estilográfica, muy concentrado. Sujetaba el documento inclinado con la mano libre. Fruncía el ceño.
A la derecha, había dos ecografías cerebrales en el negatoscopio encendido. Ella se acercó y analizó las imágenes.
—¿Cuál es el diagnóstico, doctor Pedro? —le preguntó, ocultando una risita, ofreciéndole la espalda—. Hay una mancha más grande en una ecografía que en otra.
Le escuchó levantarse y acercarse. Paula suspiró de manera irregular, demasiado afectada por ese hombre...
—Radio y quimio para eliminar lo que queda de la neoplasia —respondió él en un tono enrojecido y bajo—. Ya ha empezado con los medicamentos. Hay que esperar a ver cómo sigue evolucionando.
—¿Se curará? —se preocupó.
—No se ha extendido a los demás tejidos, lo que significa que puede tener suerte, pero nunca se sabe con el cáncer.
—¿Lo operaste tú?
—Sí. Una citorreducción, que es la extracción quirúrgica de la mayor cantidad posible de un tumor. Puede aumentar la posibilidad de que la quimioterapia y la radioterapia destruyan las células tumorales. Se puede realizar para aliviar los síntomas o ayudar a que el paciente viva más tiempo —la cogió de la cintura y la giró lentamente. No la soltó—. Hola, Pau.
Ella se humedeció los labios y sonrió, cohibida. Oírle hablar de ese modo tan profesional y verlo con la bata blanca, ceñida con reserva a sus músculos, le aceleró las pulsaciones. Para relajarse, le abrochó el botón del cuello y le ajustó la corbata negra de seda, pero, al alzar los ojos a los suyos, se le borró la sonrisa... Pedro la contemplaba de forma tan penetrante que Paula emitió un resuello discontinuo.
—Doctor Pedro...
La mirada de él se ensombreció.
Paula se mordió el labio inferior y lo apretó sin darse cuenta.
¿Amigos?
Imposible... Sus manos hormiguearon y ascendieron por sí solas hacia su nuca.
Enterró los dedos en sus cabellos desordenados y gimió por su suavidad. Él la atrajo hacia su embaucadora anatomía, muy despacio, giró la cara y depositó un casto beso detrás de su oreja.
Jadearon los dos...
A Paula se le doblaron las rodillas. Pedro la sujetó con fuerza, pegándola a su cuerpo. Ella se alzó de puntillas y lo abrazó, recostando el rostro en el hueco de su clavícula. Suspiró. Él la envolvió entre sus brazos, adecuándose a su altura para estar más cómodos, pero aquello no podía definirse como cómodo...
—Esto no está bien... —murmuró Paula—. Tengo mucho calor... —lo ciñó por la nuca con más presión, apreciando cada músculo de él, hasta su fiero corazón, que latía tan desatado como el suyo—. Estoy muy a gusto...
—Somos... amigos... —emitió, entrecortado.
—Esto no lo hacen los amigos.
—Solo es un abrazo.
—No es solo un abrazo —le acarició el pelo.
—No... Pero no quiero dejar de abrazarte... —le recorrió la espalda de arriba abajo con manos mágicas, suaves, que conectaron con su piel, pues el vestido estaba descubierto en la mitad superior de la espalda, y sus dedos la condujeron al cielo.
—Yo tampoco quiero que dejes de hacerlo... doctor Pedro.
—Pau... —gimió al escuchar el apodo—. Quiero besarte... Un beso, solo uno...
Paula se encogió. Las lágrimas se agolparon en sus ojos. Le arrugó la bata.
—No puedo...
—Lo sé. Lo siento —se disculpó Pedro en un gruñido.
—No, por favor... —se aferró a él entre temblores—. Perdóname tú a mí. Yo...
—Cállate. No lo digas.
Ella inhaló aire y lo expulsó intermitentemente.
Con lo fácil que sería levantar la cabeza y besarlo... Hacía dos días que se habían besado y necesitaba repetirlo tanto como el agua un sediento. Pero no era justo para nadie, ni siquiera para...
Ramiro...
Paula, de pronto, se separó.
—Ramiro no se merece esto... —paseó por el despacho sin rumbo, frotándose la cara, desesperada—. He engañado a Ramiro... y lo hago cada vez que hablo contigo o te veo, Pedro —tragó con dificultad—. ¿En qué me convierte eso? —tragó de nuevo—. Yo no soy así. Yo no...
Pedro la tomó de una mano, deteniéndola. Se miraron una eternidad, en suspenso. Él estaba furioso, respiraba de forma enloquecida; ella, en cambio, no podía ni coger aire...
La expresión de Pedro, la de un animal apresado con cadenas, era aterradora, pero por arrebatadora... Y eso la asustó. Se sentía vulnerable en su presencia, pero protegida...
—No has hecho nada malo.
—He besado a otro que no es mi prometido —señaló ella en un hilo de voz — y quiero volver a hacerlo... —tragó de igual modo—. Eso es engañar. No estoy enamorada de Ramiro, pero no se merece algo así.
—¿Y tú sí mereces unirte a un hombre que te hará infeliz de por vida, solo porque es la elección de tus padres? —inquirió, en un tono contenido.
—Pedro... —se tapó la boca con la mano libre—. Esto es un error y...
—Como vuelvas a decir la palabra error en algo relacionado contigo y conmigo, no respondo de mis actos, Paula—entornó los ojos.
—No te enfades, por favor... —odiaba que se enojara por su culpa—. No puedo soportarlo... —declaró en un tono apenas audible.
—No estoy enfadado contigo —chasqueó la lengua—. Bueno... un poco.
—Pedro...
—Soy tu amigo y te estoy diciendo la verdad, aunque duela —la soltó—. No has hecho nada malo, Paula, porque no lo amas —frunció el ceño más allá del límite—. Pero no insistiré. Prometí ser tu amigo y los amigos no se besan. Lo único que... —retrocedió y se dirigió a una puerta que existía a la izquierda del escritorio—. Necesito un par de minutos para serenarme —y se metió en el baño.
Paula ahogó un sollozo. Tragó infinitas veces más. Tenía que salir de allí.
Aquello solo los dañaría a los dos, sobre todo a Pedro... y eso jamás se lo perdonaría.
Se fue sin mirar atrás.
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