jueves, 9 de enero de 2020
CAPITULO 54 (TERCERA HISTORIA)
Pedro salió del servicio.
—¿Paula? —se asomó al pasillo—. ¡Joder! —exclamó, revolviéndose los cabellos.
No perdió un solo segundo. Atravesó el corredor, bajo la atenta mirada del personal. Descendió las escaleras dando saltos. Esquivó a las personas con las que se cruzaba. Corrió hasta la calle, pero Paula no estaba.
¡Joder, joder, joder, joder!
Sacó el iPhone del bolsillo de la bata y la telefoneó.
—¿Pe... Pedro? —tartamudeó ella, al descolgar.
—¿Dónde estás?
—No puedo quedarme. Es lo mejor.
—¿Lo mejor para quién?
—Por favor, no me lo hagas más difícil...
Pedro se mordió la lengua para no gritar.
—Ven, por favor. Comemos juntos y hablamos como dos adultos. No intentaré nada, Pau. Te lo prometo. Solo... —suspiró, abatido—. Solo quiero comer contigo.
Mentira.
—No lo entiendes... —se le quebró la voz—. No puedo verte más, porque tú también me gustas... mucho... Y no te mereces esto. Adiós, Doctor Pedro—y colgó.
Apretó el móvil, rabioso. Regresó al despacho y se encerró de un portazo.
—¿Qué pasa, Pedro? —Rocio entró sin llamar—. El hospital está revolucionado contigo y con Paula, más incluso que tu pelo —lo señaló con el dedo índice.
Él la miró con el ceño fruncido.
—Habíamos quedado para comer y...
—No, Pedro —lo cortó su cuñada, seria, levantando una mano—. Empieza desde el principio, porque sé que Paula ha venido. Unos minutos más tarde, la han visto salir del hospital llorando y, luego, te han visto a ti ir detrás de ella, así que... —se sentó en el sofá—. Te escucho, Pedro.
Los interrumpieron Manuel y Mauro. El mediano de los Alfonso sonreía con picardía.
—¿Qué has hecho ahora, Pedro? Todo el mundo habla de ti y de tu Pau —se rio.
Pedro gruñó como respuesta.
—Venid aquí —les ordenó Rocio— y calladitos. Sobre todo tú, soldado — añadió a su marido.
—Lo que mi rubia mande —accedió Manuel, acomodándose a su lado y estampándole un sonoro beso en la mejilla.
Pedro no pudo evitar sentir celos al presenciar la escena, que podía ser común y corriente en otras parejas, pero no en esos dos, porque Rocio y Manuel siempre, siempre, se miraban con tal intensidad que jamás, jamás, nada entre ellos era común y corriente.
Respiró hondo y procedió a relatarles lo sucedido, desde el beso en la piscina de Dany y Chris. Cuando terminó, se desplomó en la silla de piel.
—Tienes que olvidarte de ella, Pedro —le aconsejó Mauro, poniéndose en pie—. Lo siento, pero Paula tiene las ideas muy claras. Ha elegido a Anderson. Respeta su decisión.
—Pues yo no lo creo así —le rebatió su cuñada, incorporándose también. Se aproximó a Pedro—. Ella te ha reconocido que le gustas mucho, Pedro, y que no está enamorada de Ramiro —sonrió con dulzura, acariciándole el
hombro—. Solo necesita un empujoncito. Paula está empeñada en que...
Zaira y Caro irrumpieron en el despacho.
—Os he buscado por todo el hospital —señaló la pelirroja antes de besar a su marido, otro beso que nada tenía de corriente porque los ojos de Pedro relampaguearon, como siempre le ocurría cuando estaba con su mujer—. ¿Y esas caras? —quiso saber cuando los observó con fijeza.
—Paula —respondió la rubia, sin necesidad de añadir más.
—Pues si os cuento lo de Stela... —silbó Zai, arqueando las cejas—. Han estado Paula y su madre en el taller para... —se detuvo un momento. Miró a Pedro—. Para encargar su... —carraspeó, incómoda—, su vestido de novia.
A él se le cayó el mundo encima... Se levantó como si le pesaran las extremidades.
Joder, y yo preguntándole qué tal en el taller de Stella sin saber que estaba allí por su vestido de novia...
—¿Y qué ha pasado? —se interesó Rocio.
—Telita con la madre de Paula... —declaró la pelirroja—. No ha dejado que decidiera Paula. Pero Stela me ha dicho que dibujará dos vestidos, uno acorde al gusto de Karen y otro del que cree que es el gusto de Paula — contempló a Pedro con tristeza—. Lo siento, Pedro...
Él hizo un ademán para restar importancia.
—Cuando se fueron del taller, su madre parecía enfadada —añadió Zai—. No me dejó hablar con Paula. Prácticamente la arrastró a la calle.
—Porque su madre estaba enfadada —aclaró Mauro—. Paula se lo ha dicho a Pedro. Karen le quitó el móvil justo cuando Pedro le escribió un
mensaje a Paula. Lo leyó y le exigió explicaciones.
—¿Y qué le dijo Paula?
—No tengo ni idea —murmuró Pedro, pensativo—, pero luego vino aquí y... —se pasó las manos por los cabellos—. Se ha ido. No quiere verme más.
—No puede verte más —lo corrigió Manuel, ladeando la cabeza—. Hay una gran diferencia entre querer y poder.
—No entiendo... —musitó Zaira, con una expresión de confusión—. ¿Es que la has visto más, después del cumpleaños de la abuela? Pero si eso fue ayer...
—Luego te lo cuento, bruja —le indicó Mauro, antes de besarla en la sien.
Los presentes guardaron un tenso silencio durante unos segundos interminables.
—Danos su móvil, Pedro—le pidió Rocio, sacando su teléfono de la chaqueta blanca del uniforme de enfermera.
—¿Qué vas a hacer? —inquirió él, arrugando la frente—. No quiero que os metáis en esto.
—Paula está sola, Pedro. No tiene amigas, no tiene a nadie, excepto a un prometido al que no ama y a una madre controladora. Su única amiga, que encima era su mejor amiga y hermana, se murió hace más de tres años. Estuvo dos años viviendo sola en China. Se ha despertado de un coma larguísimo hace nada y todavía se siente perdida. ¿Te basta mi resumen? —levantó las cejas—. Dame su móvil. Nos necesita a Zai y a mí.
No, me necesita a mí...
—No le gustará a su madre —vaticinó Pedro, chasqueando la lengua—, y eso se traduce en que a que a Paula, tampoco. No hará nada que crea que pueda decepcionar a sus padres.
—¿No imparte clases de yoga? —comentó el mediano de los Alfonso—. Zai y mi rubia se pueden apuntar, sería la excusa perfecta para acercarse a Paula.
—¡Sí! —exclamó Zaira, saltando de la emoción.
Los presentes se rieron por su reacción.
—No es mala idea —suspiró Pedro.
—¡Es una maravillosa idea! —convino Rocio, golpeándole el brazo con suavidad—. El móvil de... ¿Pau? —parpadeó, coqueta—. Por favor.
—Solo yo la llamo Pau, ¿de acuerdo? —gruñó él.
Su familia estalló en carcajadas.
—¡Ya vale! —se quejó, sonrojado—. Apunta, Rocio.
—¿Te lo sabes de memoria?
—¿Apuntas o no, joder?
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