viernes, 10 de enero de 2020

CAPITULO 57 (TERCERA HISTORIA)




Media hora después, Pedro ya estaba con la bata blanca en su despacho, hablando con Tammy, la jefa de enfermeras de su planta. Era el encanto personificado, amable, educada y cariñosa; rubia ceniza de pelo muy corto, ojos azules y pecas por todas partes, se la consideraba una de las mujeres más atractivas del General; tenía treinta y ocho años.


Entre los dos organizaron las guardias del siguiente mes antes de que él empezase a pasar consulta. No era algo que debiera hacer Pedro, pero prefería supervisar todo, incluso prepararlo; le gustaba ayudar a su equipo, a todos sus compañeros.


—Perfecto, doctor Pedro —le dijo Tammy, cerrando la carpeta que tenía en la mano. Se incorporó de la silla—. Que pases un buen día —sonrió.


—Gracias, Tammy. Igualmente.


La enfermera salió justo cuando Rocio entraba.


—Ya ha llegado tu primer paciente —le anunció su cuñada, sujetando el pomo de la puerta—. ¿Lo hago pasar a la consulta?


—Sí —asintió, serio, levantándose de su asiento de piel.


—Quizás, te interese saber que esta tarde tengo mi primera clase de yoga en casa de Paula.


La noticia lo frenó en seco.


—¿Hablaste con ella? —quiso saber él, con el corazón envalentonado de repente.


—Sí —respondió Rocio, sonriendo—. Zai también se ha apuntado. Nos dará tres horas semanales, a las cuatro de la tarde en su casa, los martes y los jueves, noventa minutos cada clase —y añadió, adoptando una expresión reservada—: Estaba rara. Su voz. Como si hubiera estado llorando.


Pedro apretó los puños a ambos lados del cuerpo. No soportaba saber que estaba sufriendo. ¿Acaso había discutido con su madre o con su prometido otra vez? ¿Y si las lágrimas habían sido por Pedro?


—Vamos a trabajar —zanjó él, impotente.




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