sábado, 11 de enero de 2020

CAPITULO 59 (TERCERA HISTORIA)




—La semana que viene encargaremos las invitaciones —anunció su madre, antes de dar un sorbo a la copa de vino tinto—. ¿Te gustaron, Ramiro? Te envié la invitación definitiva por e-mail, pero no me has respondido.


Estaban cenando en un restaurante; Elias había reservado para disfrutar de un rato en familia. Esperaban el primer plato.


—¿Las invitaciones? —pronunció Paula, pasmada—. ¿Cuándo has hecho eso, mamá?


—Un momento... —dijo su padre, receloso—. Karen, me dijiste que Paula había sido la que había elegido las invitaciones.


—Tu querida hija ha estado un poco distraída últimamente —comentó Karen, dirigiéndole una escueta mirada a la aludida, a su derecha—. Las clases y el móvil la tienen absorbida.


—Eso no es verdad —contestó ella, sintiéndose traicionada—. Es pronto para las invitaciones, mamá, te pedí...


—¿Pronto? —la cortó su novio, a su izquierda, con el ceño fruncido—. Nos casamos en menos de tres meses, Paula. Ya deberían estar enviadas a los invitados.


Paula desvió los ojos a su plato vacío. Había sido una semana horrible en la que su mente había rememorado las escenas vividas con Pedro. Lo echaba tanto de menos que cada segundo se ahogaba más...


Había tenido que acudir al psicólogo dos veces en cinco días porque no había podido tranquilizarse, debido a la presión a la que estaba sometida. El doctor Fitz le había aconsejado que hablase con su familia, que ya no callase más, pero le resultaba tremendamente difícil hacerlo, sobre todo porque Karen había conseguido quitarle el iPhone el día anterior...


Su madre se había presentado en su casa con otra copia de las llaves. Era obvio que había sido Ramiro quien se la había proporcionado. Y Karen se enfureció cuando la descubrió impartiendo una clase de yoga a una señora de mediana edad. Mientras Paula terminaba la clase, su madre la esperaba en la cocina bebiéndose una infusión. Pero no solo hizo eso... había buscado su teléfono y había leído todos los mensajes de Karen...


—Mi niña —la llamó su padre, sonriendo con tristeza, enfrente. Alargó una mano y apresó una de las suyas—. ¿Estás bien?


—Está demasiado bien, diría yo —respondió Karen en un tono irritante, agudo.


—Le estoy preguntando a ella —la reprendió Elias—. ¿Qué demonios está pasando, Karen? ¿Tomas decisiones de la boda cuando no eres tú quien se casa, ignorando a Paula, a la novia, que resulta que es tu hija? —se recostó en la silla y cruzó los brazos—. Y llevas toda la semana de mal humor.


—Hombre —bufó su madre—, si a ti te parece normal cómo actúa tu hija...


—¿Y cómo actúa, Karen? —inquirió él, entrecerrando la mirada—. Porque yo lo único que veo es que tanto Ramiro como tú no dejáis de decirle lo que tiene o no tiene que hacer. Es adulta, y bastante madura para su edad.


—Yo solo me preocupo por ella —se defendió su prometido, irguiéndose, orgulloso.


—Karen, habla —la exigió Elias, ignorando a Ramiro—. Dime qué sucede.


Paula estaba a punto de echarse a llorar. Su madre la observó un interminable momento, como si estuviera decidiendo qué paso dar a continuación. Paula le suplicó con los ojos que no abriera la boca, pero...


—Lo siento mucho, Ramiro —comenzó Karen, firme en su voz, aunque con la expresión compungida—, pero mi hija te ha estado engañado, a ti y a nosotros, que somos sus padres —hizo una pausa—. Eres como un hijo para nosotros y estamos a menos de tres meses de la boda. Tenías que saberlo.


Su novio palideció, al igual que Paula, y su padre. ¿Cómo se atrevía su madre a delatarla de ese modo? ¿Desde cuándo Ramiro era más importante que su propia hija, la única que le quedaba?


—Pero no te preocupes, Ramiro —continuó Karen—, que yo sepa, solo ha sido un beso, nada más. Y si quieres saber quién...


—¡Karen! —vociferó Elias—. ¡Cállate!


—Pero, Elias...


—¡Que te calles de una maldita vez! —lanzó su servilleta a la mesa.


—¿Cómo has podido engañarme, Paula? —pronunció su novio, rechinando los dientes, conteniéndose, a juzgar por su rostro enrojecido. No obstante, no parecía sorprendido—. Déjame adivinar... —se inclinó— el doctor Pedro Alfonso. ¿Me equivoco?


Ella se levantó de un salto, cogió el bolso y salió corriendo del restaurante.


—¡Paula! —le gritó Ramiro a su espalda.




No hay comentarios:

Publicar un comentario