sábado, 11 de enero de 2020
CAPITULO 60 (TERCERA HISTORIA)
Pero no se detuvo hasta que llegó a su casa. Y su novio tampoco paró hasta que llegó al loft.
Paula se giró al escuchar cómo abría la puerta.
Sufrió un escalofrío.
—Ramiro... —retrocedió por instinto.
—No, Paula, no vas a huir de mí —su tono era demasiado afilado. La agarró del brazo y la tiró al sofá. Le quitó el bolso y sacó el iPhone.
—No encontrarás nada —le avisó ella, asustada, flexionando las piernas y rodeándoselas para ofrecerlas de escudo.
Era cierto. Cuando su madre descubrió los mensajes de Pedro, Paula los borró de inmediato. Era una tontería guardarlos cuando no iba a volver a verlo. Y se reprendió a sí misma por no haberlo hecho antes; de esa manera, se hubiera evitado lo que estaba viviendo en ese instante.
Su prometido hurgó en el teléfono y se lo entregó unos segundos después.
Se colocó frente a Paula y se cruzó de brazos.
Entonces, el iPhone vibró. Ella ahogó un grito.
—¿Qué has hecho, Ramiro?
Era un mensaje de Pedro:
DP: No te preocupes, Paula, no volverás a saber de mí y de mi familia.
Les diré a Zaira y a Rocio de tu parte lo que me has dicho. Adiós.
—¡¿Qué has hecho?! —repitió, incorporándose.
—¿Crees que soy imbécil, Paula? Resulta que las cuñadas del médico son ahora tus alumnas. ¡Qué casualidad! —soltó una carcajada carente de alegría —. Eres mi novia y a partir de ahora harás lo que yo te diga. Cancela todas tus clases. Dejarás de trabajar desde ya y te centrarás en la boda —arrugó la frente y apretó la mandíbula—. Y he desviado tus llamadas a mi teléfono, así que cualquier llamada que recibas, me llegará a mí —se dirigió a la puerta—. Mañana te recogeré a las cinco para la fiesta del Colegio de Abogados —y se fue.
Paula se derrumbó en el suelo. Buscó el mensaje que Ramiro le había enviado a Pedro en su nombre, pero no lo encontró porque lo había borrado tras mandarlo.
Lloró... Lloró de forma desconsolada, histérica...
Y no se calmó. Tampoco durmió.
Su madre se presentó, sin llamar, después del desayuno.
—Dúchate y vístete, que tenemos cita con Stela Michel en menos de una hora.
Paula agachó la cabeza y obedeció. Se montaron en un taxi minutos más tarde.
—Me has decepcionado, hija —le dijo Karen, sin mirarla—. No esperaba que nos engañaras —chasqueó la lengua—. Y da gracias de que Ramiro es un hombre muy bueno. Ya nos ha dicho que te ha perdonado. Te quiere tanto que
es capaz de pasar página. Ahora te toca a ti actuar como corresponde.
Paula tragó en repetidas ocasiones el nudo de la garganta que le impedía respirar con normalidad.
Cuando entraron en el taller de la diseñadora, Zaira las recibió con una intachable educación. No había rastro de su espíritu alegre, ni tampoco la saludó con un abrazo o un beso.
Dios mío... Qué ha hecho Ramiro...
Stela se reunió con madre e hija y les mostró dos bocetos hechos a lápiz: uno era un vestido largo, de falda voluminosa, encaje en el corpiño y una inmensa cola; el otro era corto, pero no pudo apreciarlo porque Keira lo desestimó antes de verlo.
—¿Corto? ¡Ni hablar! El largo, sin duda. Me encanta el encaje. Vas a estar preciosa, cariño —añadió su madre, de repente, con dulzura.
—Necesito... —pronunció ella en un hilo de voz. Carraspeó—. ¿Podría ir un segundo al baño, por favor?
—Por supuesto, querida —asintió la diseñadora—. Zaira te indicará dónde es.
La pelirroja atravesó el probador, con Paula a su espalda, hasta el servicio, una puerta al final de un pasillo.
—Zaira, yo... —tragó por enésima vez, pero las lágrimas al fin se derramaron—. Lo siento... Yo no... —cerró los párpados con fuerza. Se ruborizó por la vergüenza—. No recuerdo qué le dije ayer a Pedro, pero... — se detuvo.
¿Cómo podía disculparse de algo que desconocía?
Entonces, Zaira la contempló con una expresión de confusión, analizó su rostro, suspiró y le dedicó una triste sonrisa.
—Entra ya en el baño, no sea que tu madre se preocupe.
Ella asintió. Se refrescó la cara y la nuca.
Respiró hondo para serenarse, en vano. Y regresó al probador.
—Súbete al podio para tomarte las medidas, por favor —le pidió Stela con una sonrisa de fingida alegría.
Paula así lo hizo.
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