domingo, 12 de enero de 2020

CAPITULO 62 (TERCERA HISTORIA)




Cuando entró en su casa, descubrió a Ramiro en el sofá, frente a un televisor gigante y ultraplano que había sobre un mueble oscuro. 


Se había quitado la corbata y la chaqueta. 


Estaba tumbado, con los zapatos manchando la piel del sofá, viendo un partido de baloncesto.


—¿Qué hace esta televisión y este mueble en mi casa? Y, por favor, retira los pies del sofá.


—Hola a ti también, Paula —se levantó y se acercó, pero ella retrocedió hacia la cocina—. ¿Todavía estás enfadada?


—¿Enfadada por qué? —ironizó. Se estiró el vestido, impaciente y desconfiada—. Yo no me presento en tu casa sin avisar.


—Nunca te has presentado en mi casa en los últimos tres años —la corrigió, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón—. No has venido a mi casa desde que murió tu hermana, y no será porque yo no lo haya intentado.


—No quiero una televisión ni un mueble nuevo —lo ignoró—. Lo que quiero ahora mismo es estar un rato tranquila. Me apetece una larga ducha y hacer algunos ejercicios. Por favor. Un momento... —avanzó hacia el salón—. ¿Dónde está mi esterilla?


—¿Me estás echando, Paula? —la siguió y entornó los ojos—. Creía que me habías dado una copia de la llave para algo. Y la televisión es para mí. ¿El mueble no te gusta?


—El mueble no pega. Es marrón. Mi casa es blanca y gris, Ramiro —abarcó el espacio con los brazos—. No me gusta el marrón, tampoco la tecnología. Ya lo sabes.


—No, Paula, en realidad no sé nada —se cruzó de brazos, irguiéndose—. ¿Son los nervios por la boda?


—¿Qué? —pronunció, de repente sin entender nada.


—Estás irascible, me hablas mal, me desobedeces y me avergüenzas delante de la gente, sea importante o no. O son los nervios por la boda o es el doctorcito Alfonso. Pero no te preocupes —sonrió con frialdad—, te olvidarás de él. Yo te ayudaré. Y, por cierto, te perdono.


—¿Te importaría decirme qué has hecho con mi esterilla, por favor? — apretó la mandíbula.


—La he tirado al contenedor de la esquina —regresó al sofá.


—Pero...


—Y me he tomado la libertad de cancelar tus clases. Por cierto —se tumbó —, deberías cambiar la clave de tu correo electrónico, es demasiado obvia — se rio, desdeñoso.


Paula desorbitó los ojos, boquiabierta. Él subió el volumen para oír mejor el partido de baloncesto que estaba viendo.


—Vete a hacer lo que tengas que hacer —le indicó Ramiro—. Te he dejado el vestido, los zapatos y el bolso encima de la cama —agitó el mando en dirección a la habitación—. Ten cuidado con mi traje, que también está ahí. Me cambio aquí.


Ella se mordió la lengua. Las consecuencias de romper la relación con su novio y cancelar la boda, el miedo a otra decepción para su familia, pues las palabras de su padre habían sido demasiado esclarecedoras, impidieron que gritara y lo echara de su casa a patadas.


Acató el mandato, como de costumbre.


Cuando vio el vestido... ¡quiso tirarse por la ventana! ¡¿Rojo?!


Al final, la ducha fue corta. Tenía verdadero pánico de estar en ropa interior delante de Ramiro, por lo que se arregló en el servicio.


El vestido era incomodísimo... El corpiño era ajustado en exceso, apenas podía respirar, pues tenía corsé. La falda, además, era recta y tipo bombón, en la cintura se abombaba y, como alcanzaba el suelo, debía caminar con pasos muy cortos. Se maquilló con un poco de rimel y brillo labial y se dejó el pelo suelto.


—Recógetelo —le ordenó él, analizando su aspecto con el ceño fruncido —. Y córtatelo esta semana, es demasiado largo para una mujer de tu posición. Y píntate los labios de rojo. Fíate de mí, cariño.


Paula se recogió los cabellos en un moño discreto. ¡Aborrecía los moños!


Pero no se pintó los labios de rojo, y no porque no le gustara, sino porque el vestido ya era demasiado llamativo, como para añadir más carga al disfraz de payaso de circo que llevaba...


Y se dirigieron a la fiesta.


—¡Cariño! —exclamó su madre, abrazándola—. ¡Qué preciosidad de vestido!


—Sonríe —le susurró su padre, sonriendo.


Ramiro se deshizo en halagos y en atenciones para con Paula, obviamente por Karen y Elias. Delante de los Chaves, demostraba lo que no hacía a solas.


Le presentó a las mujeres estiradas y perfectas de sus colegas de profesión.


Más de una repasó a su prometido con claro deseo. A Paula no le molestó, pero sí comenzó a sentirse mal cuando Ramiro y sus padres se desperdigaron por el salón y la dejaron con esas mujeres, que directamente le cerraron el círculo en sus narices.


Uno de los camareros del cóctel se acercó a Paula en ese instante.


—¿Paula Chaves?


—Sí, soy yo.


—¿Puede acompañarme? Tiene una llamada.


—¿Una llamada? —se extrañó.


—Por aquí, por favor —el hombre le indicó con la mano que lo precediera.


Salieron de la concurrida estancia y atravesaron el pasillo que conducía a los baños. Había una cabina con un teléfono en el interior, colgado en la pared.


—Descuelgue, marque el uno y podrá hablar.


—Gracias —le dijo al camarero antes de meterse en la cabina. Hizo lo que le pidió—. ¿Hola?


Pau... —contestó una voz masculina a través de la línea.


Ella se cubrió la boca con la mano libre. La felicidad que sintió fue... incomparable con nada que había sentido hasta entonces.


—Doctor Alfonso...




No hay comentarios:

Publicar un comentario