domingo, 12 de enero de 2020
CAPITULO 63 (TERCERA HISTORIA)
Pedro suspiró de alivio al escuchar su apodo, al oír esa voz delicada como el pétalo de una flor. ¡Cuánto la había extrañado! ¡Cinco eternos días!
—¿Cómo has sabido dónde estaba? —quiso saber ella, a través del teléfono.
Él se rio.
—Agradéceselo a tu padre.
—¿A mi... padre?
—Tengo que verte, Pau, por favor...
—No puedo. Estoy en la cena de gala del Colegio de Abogados.
—Cuando llegues a casa, avísame y voy. Da igual la hora. Esperaré despierto, no me importa.
Se reprendió por sonar tan desesperado...
¡Prácticamente se lo había suplicado!
—Pedro...
—Paula... —frunció el ceño.
—Hoy he comido con mi padre y, al volver a casa después, estaba Ramiro en el salón. Se ha cambiado en mi casa y no sé qué querrá hacer luego. Y tampoco puedo utilizar mi móvil.
Pedro gruñó.
—¿Te has acostado con él? —le exigió, sin disimular los celos y la increíble ira que lo poseyó en un segundo escaso.
—¡Pedro!
—Contesta, Paula —se paseó por su habitación, sin rumbo—. Si se ha cambiado en tu casa, no tienes puertas porque es un loft y solo hay un dormitorio... más claro, imposible.
—¡No me hables así! ¡No tienes ni idea de lo que he estado pasando esta semana!
Él se sobresaltó, deteniéndose en mitad de la estancia.
—Perdona... —su característica disculpa—. Y no me he acostado con él. Además, no sé a qué viene la pregunta. Y mi baño sí tiene puerta —suspiró sonoramente—. Esto es ridículo... ¡Yo soy ridícula y patética! No sé qué hago diciéndote todo esto...
Pedro sonrió como un idiota enamorado.
—Me acabas de hacer muy feliz, Nika. No te imaginas...
—Pedro, por favor, no sigas por ahí... —lo cortó en un tono bajo.
—Vale. Y ahora dime por qué no puedes utilizar el móvil, porque ayer lo utilizaste muy bien, ¿no?
—Ay, Dios... Pedro, lo que sea que te escribí ayer, olvídalo, por favor... ¡Bórralo!
—Tranquila —sonrió—. Ya hablaremos de eso luego.
—No puedo utilizar el móvil porque mi madre leyó tus mensajes el otro día y anoche se lo contó todo a Ramiro delante de mi padre y...
—¡¿Qué?! —exclamó, impresionado por la noticia—. ¿Por qué tu madre ha hecho algo así?
—El caso es que Ramiro se enfadó y desvió mis llamadas a su móvil y ha estado cotilleando mi correo electrónico. No puedo avisarte de ninguna manera, porque no quiere que me acerque a ti, quiere que me olvide de ti. Lo siento, Pedro... —su voz se rompió por la tristeza.
El corazón de Pedro desaceleró al notarla tan abatida, tan...
—Pedro, yo... No soy justa diciéndote esto, pero... necesito a mi amigo...
Pedro tragó, sobrecogido por sus palabras. Respiró hondo de forma intermitente.
—Vuelve a la fiesta y, no te preocupes, encontraré la manera de verte pronto, te lo prometo.
—Sí, tengo que irme ya. Gracias por llamarme —se rio con suavidad—. Te echaba de menos, Doctor Alfonso...
Él se mordió la lengua para no gritarle sus sentimientos.
Se despidieron y colgaron.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario