martes, 14 de enero de 2020
CAPITULO 69 (TERCERA HISTORIA)
Desayunaron en la mesa del salón, tímidos y silenciosos. Después, Pedro fregó los platos mientras Paula se duchaba y se arreglaba. Eligió un vestido blanco con flores diminutas rosas, a juego con su nuevo iPhone, sin mangas, con escote silueteando los senos en forma de corazón, entallado hasta las caderas y tableado hasta la mitad de los muslos. Se calzó las Converse rosas.
Decidió no recogerse el pelo, a pesar de que hacía mucho calor —ya estaban en el mes de julio—. Cuando volvió al salón, los ojos de él se oscurecieron al contemplarla.
Paula ocultó una risita, acalorada por el vehemente escrutinio que recibió.
—¿Crees que debería cortármelo? —le sugirió ella, levantando unos mechones de pelo en el aire. Curiosamente, se fiaba de su opinión.
—¡Ni hablar! —contestó Pedro al instante—. Bueno... —se corrigió—, si quieres cortártelo, seguro que te quedará muy bien.
—No me lo quiero cortar, pero gracias por tu respuesta —se ruborizó.
—Entonces, ¿por qué me lo has preguntado?
—Por nada —se dirigió a la puerta principal.
—No —la asió del brazo y la giró. Entrecerró la mirada, examinando su semblante.
—No preguntes más.
—No me hace falta —la soltó—. No se te ocurra cortarte el pelo. Y, ahora, vámonos —abrió y salió del apartamento, furioso.
En la calle, caminaron en tenso silencio. Él guiaba, agitándose los cabellos de tanto en tanto. Ella lo seguía, prácticamente corriendo. Prefirió no quejarse.
No soportaba verlo enfadado, le punzaba el pecho y experimentaba cierta asfixia.
Sin embargo, cinco minutos después, ya no lo resistió más y tiró de su camiseta.
—¿Te importaría ir más despacio, por favor? —le pidió Paula en un tono apenas audible.
Pedro la observó con el ceño fruncido y asintió.
Otros diez minutos más tarde, ella se paró en mitad de la acera y comentó con suavidad:
—Estamos dando vueltas en círculos.
—Lo sé —se detuvo, ofreciéndole el perfil y cruzándose de brazos.
—¿Y se puede saber por qué —apoyó los puños en la cintura—, o vas a seguir volviéndome la cabeza tarumba de tanto como estás hablando? — bromeó, intentando sacarle una sonrisa.
Él se giró y la observó. Tenía los mechones en infinitas direcciones hacia arriba. La imagen era demasiado atractiva como para obviarla y el corazón de Paula se entusiasmó.
—Estamos dando vueltas en círculos porque estoy muy cabreado.
—No me había dado cuenta —ironizó, arqueando las cejas.
—Y yo que creía que solo eras Doña Cortesía —refunfuñó, irguiéndose—, resulta que también practicas el sarcasmo. Me encantaría saber si contestas de esa manera a Anderson o solo lo haces conmigo.
—Estás cabreado conmigo —afirmó ella, sintiéndose cada segundo más nerviosa.
—Sí, Paula, lo estoy. Contigo. ¡Joder! —exclamó, tirándose de los cabellos con saña.
—¡Pedro! —se asustó. Acortó la distancia y agarró sus brazos—. ¿Qué te pasa? —lo zarandeó—. ¡Deja de tirarte del pelo, luego me dices a mí con la ropa! Por favor...
Él obedeció y retrocedió, alejándose un par de pasos, rechazando su contacto.
Paula agachó la cabeza y hundió los hombros.
—Me voy a casa —anunció ella, dándose la vuelta para emprender el camino al loft.
Pero Pedro, de repente, la rodeó con los brazos, pegando su espalda a su pecho.
—Perdóname... —le susurró él en un tono castigado—. Es que no quiero que te cortes el pelo y sé que lo vas a hacer. Y no quiero que lo hagas porque tú no quieres hacerlo. Pero lo harás.
—Yo no...
—No, Paula. Te lo ha dicho Anderson. Y tú le harás caso porque no quieres defraudarlo. Y eso me... —tragó—. Me duele que alguien te arrincone. Si por mí fuera... —chasqueó la lengua—. Si yo fuera él, te veneraría continuamente porque eres preciosa. Eres una muñeca tan bonita, Pau, no solo en el exterior, que me duele hasta mirarte y saber que eres de otro...
La respiración de Paula se esfumó.
—Y sé que acabo de cometer un error al decirte todo esto —continuó él—, pero ni me arrepiento ni me disculparé. Por eso estoy cabreado, porque te mereces todo lo bueno y recibes lo contrario —respiró hondo—. No me odies por esto, por favor...
—Jamás podría odiarte... —emitió un sollozo, impactada por aquellas palabras—. No me odies tú a mí...
—Jamás podría odiarte, Pau. Jamás —enfatizó, rechinando los dientes—. Y, ahora, me vas a dar un abrazo como los amigos que somos y compraremos una esterilla para tus ejercicios de yoga. Y será rosa —la soltó despacio, arrastrando las manos por su cuerpo.
Ella, sonriendo con infinita tristeza, se giró y lo abrazó por el cuello.
Pedro no se hizo de rogar y la correspondió de inmediato.
—Tú y yo no somos amigos —apuntó Paula, abrumada por las intensas sensaciones que experimentaba solo con él.
—Lo intento. Intento ser tu amigo, pero...
—Yo también lo intento... pero es tan difícil... y soy tan injusta... —se le aceleró el corazón de manera desagradable—. No te mereces esto... Ramiro tampoco... Soy mala, Pedro, soy...
—Cállate —ascendió las manos por su espalda hasta sujetarle la nuca. La obligó a mirarlo—. No sé qué estamos haciendo... —apoyó la frente en la suya —. No creo que esto sea bueno para ninguno de los dos, pero no puedo alejarme de ti, y tampoco quiero que te alejes de mí.
—Yo tampoco quiero... ¿En qué me convierte esto? —comenzó a llorar.
Pedro tenía razón... y ella también. Una buena persona no hacía lo que estaba haciendo Paula... Pero, reconoció al fin, se había enamorado de Pedro Alfonso, lo amaba con toda su alma... No podía ni quería alejarse de él... Debía hacerlo, nadie se merecía vivir una situación así, mucho menos Pedro...
Ya no estoy perdida, ahora estoy en un callejón sin salida...Y no sé qué es peor...
—Eres humana —le susurró Pedro, secándole las lágrimas con una sonrisa celestial, amarga, pero preciosa—. Y yo soy un egoísta, porque no te permito alejarte de mí —suspiró con fuerza y la tomó de la mano—. Vamos a disfrutar de hoy sin pensar en nada, ¿vale? Solo disfrutar.
—Pero...
Él posó un dedo sobre sus labios, y tal gesto les entrecortó la respiración a los dos. Se obligaron a sonreír y empezaron a andar, ruborizados, pero sin soltarse.
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