sábado, 18 de enero de 2020
CAPITULO 83 (TERCERA HISTORIA)
Al final, comieron en el ático porque hacía mucho calor en la calle para Caro y Gaston.
—El apartamento es increíble —le obsequió Paula en voz baja, impresionada por su casa.
—Luego te enseño mi habitación —le guiñó el ojo—. Te gustará, muñeca... —añadió, con doble intención.
Habían acordado, en una discusión, que Pedro mantendría sus manos alejadas de ella en público, porque no se sentía cómoda. Por supuesto, Pedro se había negado, recordándole el beso en la piscina de Dani y los besos en Hoyo delante de sus amigos, alegando, además, que nadie de su entorno la juzgaría, pero Paula ganó la batalla.
Sin embargo, después de las últimas horas, no tocarla le estaba resultando la peor de las sanciones. Ya había comenzado a pecar y admitió para sus adentros que jamás se saciaría. El dolor de su erección se había convertido en un mordisco venenoso de serpiente de tanto como lo aguijoneaba. No obstante, le importaba bien poco sufrir. Quería enamorarla despacio. No era suya, por mucho que se lo dijera ella, por desgracia, no lo era... Pero lo sería.
—¿Por qué no me dijiste que venías a la fiesta de mi padre? —le preguntó Pedro, en la cocina.
Había aprovechado que se había levantado Paula a por más agua para interrogarla. Ella se giró y lo miró con esa pesada carga en sus preciosos luceros.
—Porque viene Ramiro y no sabía cómo decírtelo.
Él sonrió y le alzó la barbilla con dos dedos.
Es una muñeca preciosa... Joder... ¡Que termine la comida ya!
—No me tengas miedo, Pau. La próxima vez dímelo, ¿vale? Me gusta saber de tu vida por ti, no por mi madre. Fue ella quien me lo contó anoche — frunció el ceño—. Y, si te soy sincero, me cabreé.
—Lo siento...
—No pasa nada —la besó en la comisura de los labios. Y le susurró al oído—: Estoy deseando enseñarte mi cuarto —le rozó la oreja con la lengua.
—Contrólate, por favor... —le rogó, en un resuello entrecortado.
—Contigo es imposible —la tapó con su cuerpo para que no la viera su familia y depositó un beso húmedo en su cuello.
—Pedro... —gimió, cerrando los ojos.
—Ay, Pau... —suspiró, teatrero—. Creo que empezaré a castigarte cada vez que me llames por mi nombre —la besó de nuevo—. ¿Te gustaría eso?
—Depende del castigo... —tenía las mejillas acaloradas y respiraba de manera irregular.
¿Acaba de decir lo que creo que acaba de decir?
—Joder...
Él contempló su boca, mordiéndose la suya propia para dominarse, pero no lo resistió y besó su piel detrás de la oreja una última vez, utilizando la punta de la lengua.
—¿Estáis fabricando el agua? —inquirió Manuel desde el salón, provocando las risas de los demás.
Pedro y Paula regresaron al salón con una jarra de agua fría.
—Bueno, Paula —le dijo Rocio—, ¿cuándo retomaremos las clases de yoga?
—Cuando queráis —sonrió, radiante—. ¿A la misma hora y los mismos días?
—¡Sí! —respondieron Rocio y Zaira al unísono.
—Por cierto, había pensado en ir mañana al taller de Stela —le informó Paula a Zaira—, para la fiesta de Samuel.
—Yo estaré allí desde las diez hasta las cuatro —le contestó la pelirroja—. Podíamos comer juntas.
—¿Y si coméis en el hospital? —les sugirió la rubia, ilusionada ante la idea.
Las dos asintieron.
—Podíamos comer todos juntos —sonrió Pedro.
—Conmigo no contéis —anunció Mauro—. Tengo una reunión con Jorge y con papá.
A Pedro se le borró la alegría del rostro.
—¿Ya te has decidido? —quiso saber él.
—Voy a aceptar el cargo, pero no empezaré hasta el año que viene.
—¡Enhorabuena! —exclamaron Manuel y Rocio, muy contentos.
—¿No me dices nada, Pedro? —señaló Mauro con una sonrisa divertida.
—Felicidades.
El silencio se apoderó de la estancia debido al tono seco que empleó Pedro, quien se incorporó y empezó a recoger los platos para llevarlos a la cocina.
Mauro lo siguió.
—¿Qué te pasa? ¿No te alegras por mí?
—Claro. Te acabo de felicitar.
—Pues no me lo ha parecido —gruñó su hermano, cruzándose de brazos—. ¿Cuál es tu problema?
—Ninguno. Me alegro por ti —lo rodeó y se sentó de nuevo en el suelo cerca del sofá.
Se tomaron el postre con los ánimos caldeados y sin pronunciar palabra.
—Necesito ir al baño —dijo Paula, poniéndose en pie. Se acercó a él—. ¿Me acompañas, por favor?
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