sábado, 18 de enero de 2020
CAPITULO 82 (TERCERA HISTORIA)
Entrelazó las manos con las suyas y la empujó con las caderas. Como tenía el vaquero desabrochado, la grandiosa erección rozó su intimidad. Y Paula se mareó... Entonces, comenzaron a mecerse. Ruidos graves se mezclaron con sonido agudos, con besos lánguidos, húmedos...
Él la tanteó con la lengua, buscó la suya y la devoró... Ambos se curvaron hacia el otro. Se abrazaron, saboreándose sin prisas. Oscilaban entre gemidos ásperos. La cadencia no variaba.
Estaban disfrutando. Mucho. Y la sensación era... increíble.
El corazón de ella se saltó numerosos latidos al percatarse de la realidad: ¿qué hacía un hombre como él, que podía tener a cualquier mujer, con ella, prometida a otro?
—No pienses —le susurró Pedro, adivinando sus inquietudes. Apoyó la frente en la suya, respirando con dificultad—. Te has puesto rígida.
—Es que...
—He dicho que no pienses —gruñó y se apoderó de sus labios con un claro objetivo: que Paula se rindiera a él.
Y lo hizo... sobre todo cuando Pedro descendió una mano a su pantalón de lino y la introdujo por dentro de las braguitas... Ella sufrió un latigazo al sentir ese mágico roce en su intimidad, su respiración se enloqueció, al igual que la de él, y el beso se volvió urgente.
—No puedo dejar de tocarte... —gimió Pedro, dirigiendo la boca a su cuello, que chupó y mordisqueó con deleite.
—No... lo... hagas...
—No dejaré de hacerlo...
Ella, atrevida, le apresó el prieto trasero con las manos, pero no se quedó satisfecha porque la ropa se interponía, así que las metió por dentro de los bóxer.
—¡Joder! —exclamó él, sobresaltado de pronto. Se incorporó—. Perdona, pero... Joder... —se frotó la cara—. Necesito... —se encerró en el baño.
Paula se recompuso la ropa y se cepilló los cabellos con los dedos en un vano intento por domar los enredos y por aplacarse. Pero no se relajó. ¿Por qué no quería que Paula lo tocara? ¿Por qué solo quería ser él el que tocaba?
Esas preguntas y más quedaron en el olvido porque Pedro salió del servicio y la contempló con tanta avidez, que a ella no le importó nada más que él.
Se encontraron a mitad de camino. Paula saltó a sus brazos y cayeron al colchón, besándose de forma escandalosa, como meros adolescentes exaltados, durante un rato que se convirtió en uno más inolvidable de la larga lista de momentos que vivía ella con su doctor Pedro Alfonso...
Minutos más tarde, decidieron arreglarse para salir a comer con los hermanos Alfonso, Rocio, Zaira y los niños. ¡El domingo prometía!
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