domingo, 2 de febrero de 2020

CAPITULO 132 (TERCERA HISTORIA)




El corazón de Pedro explotó. Estiró los brazos y la atrajo hacia su cuerpo.


La apretó con fuerza. Ella suspiró, rodeándolo por la cintura. Él no pudo responder, le picaban la garganta y los ojos una barbaridad.


—Te voy a cuidar siempre, Pau.


Ternura. Solo ternura. La adoraba...


Un pensamiento cruzó su mente como un relámpago. ¡Quería casarse con ella y formar una familia! Un momento... La sostuvo por los hombros.


—Pau, quiero decirte algo.


Paula se asustó al verlo tan serio.


—¿Qué pasa?


—Ayer fue la primera vez que no usé un preservativo con una mujer. Siento decirte esto, pero quiero que lo sepas, porque eres especial para mí, siempre lo has sido, y anoche, lo que hicimos, fue lo más especial que he sentido en mi vida... Y hoy, en la ducha, también... Pau, yo nunca... Yo... nunca he deseado nada que lo que deseo contigo... —se restregó la cara con las manos.


Ella se las retiró, sonriendo con infinito amor.


—¿Qué deseas conmigo, doctor Pedro?


—Lo quiero todo —respondió con rudeza, rechinando los dientes—. Quiero que vivas conmigo, quiero hacerte el amor todo el maldito día, quiero regalarte una casita pequeña con jardín y muchas flores y quiero llenar esa casita de niñas que se parezcan a ti, que sean tan bonitas como tú... —se aproximó a Paula, obligándola a levantar la mirada—. Es la primera vez que me acuesto con una mujer sin ponerme un preservativo y te aseguro que jamás he sentido nada igual...


—Yo también quiero todo eso... contigo... Solo contigo...


Se besaron, muy despacio, temblando.


Pedro... —le rodeó la nuca con las manos, enredando los dedos en su pelo, se puso de puntillas, se pegó a su cuerpo y lo besó, más atrevida—. Podíamos ir cumpliendo tus deseos...


—¿Ahora? —le clavó los dedos en la cintura, respirando ya con dificultad.


—Ahora mismo... —añadió ella, antes de besarle con frenesí.


—Vamos a la cama. Ya —gruñó él, tan excitado que ni siquiera reconoció su propia voz. La agarró del brazo y la condujo a la puerta del invernadero.


—No —lo obligó a parar antes de salir.


—¿No?


—Aquí. Ahora —volvió a ponerse de puntillas y succionó su labio inferior —. Por favor...


Pedro inhaló aire y lo expulsó de forma sonora y discontinua. ¿Quién se negaba a algo así? Él, desde luego, no...


La levantó unos centímetros del suelo y atrapó su boca, introduciéndole la lengua de inmediato y sintiendo una poderosa sacudida en su erección. Caminó hasta la pared pegada a la puerta, la bajó, detuvo el beso y la giró con rapidez.


Cogió sus manos, instándola a que se inclinara hacia la madera, donde se las apoyó. Desde esa posición, Pedro podía vigilar si venía alguien o no. Había jardineros por todas partes y, aunque la iluminación en la cabaña era escasa y la puerta trasera estaba cerrada, no se fiaba de tumbarse por si los pillaban.


—No muevas las manos —le ordenó, ronco.


—No... —pronunció Paula en un hilo de voz.


Pedro le separó las piernas con una de las suyas y le subió el vestido hasta la cintura. Se lo enroscó en el frunce que poseía la seda.


—¿Recuerdas que te dije que había muchas formas de hacer el amor y que te las enseñaría todas? —acarició su trasero por encima de las diminutas y fascinantes braguitas del biquini, bordeándolas con las yemas de los dedos, poniéndoles el vello de punta a ambos.


—Sí... —imploró ella, arqueándose, inconsciente de lo que provocaba su inocente entrega.


Él se excitó más allá del infinito al verla tan trastornada como el propio Pedro.


—¿Preparada para... la siguiente, Pau?


Se liberó del bañador. A continuación, sin perder tiempo, dirigió las manos por sus nalgas hacia su intimidad. Paula gimió. Pedro le retiró el algodón hacia un lado, posó una mano en su vientre, por dentro de las braguitas, muy abajo, para sujetarla y para tocarla... Ella dio un brinco, que él aprovechó para, al fin, penetrarla de una sola embestida profunda y fulminante.


—Pau... estás tan...


—¿Rica?


—¡Sí, joder! —bramó como un demente.


Avanzó más suave, pero decidido. Ella emitió un dulce gemido. Y Pedroaullando como un animal herido, se dilapidó en el placer...


—Rica... Muy rica... Joder... ¡Riquísima!


Por favor, que no venga nadie porque ya no puedo parar...


Se incorporó, la inmovilizó por las caderas y comenzó a entrar y a salir de su adictivo interior como si el mundo fuera a desaparecer al instante siguiente.


Fuerte y vertiginoso. Frenético. Impetuoso. 


Tremendo.


Fue el acto más primitivo, agudo y erótico, sin parangón, que había experimentado jamás. 


Verla en esa postura, acogiéndolo sin reservas, ofreciéndose a cada impía acometida con una solemnidad inconcebible... no tardó ni dos minutos en llevarlos a ambos al infierno, nada del cielo, porque se carbonizaron vivos... Y gritaron, liberando de sus gargantas un éxtasis...
impresionante.


Pedro se desequilibró y aterrizó en el suelo, aún unido a Paula.


—¿Estás bien? —la abrazó, aspirando su fresco aroma a flores y a su propia esencia.


Era innegable lo que acababan de hacer. 


Estaban pringosos por la humedad del invernadero. La camiseta se había convertido en su segunda piel y el vestido de ella, igual.


—Necesito un chapuzón... —suspiró Paula, recostando la espalda sobre él, acariciándole los brazos.


—Pues vamos —se separó con cuidado y la ayudó a levantarse—. Te echo una carrera a la piscina —le guiñó un ojo, travieso.


—No puedo ni andar... —se carcajeó, flexionando las piernas, en las que posó las palmas, agachándose—. Dame unos segundos...


—Claro —frunció el ceño, preocupado. Se acercó—. ¿Estás...?


—¡YA! —chilló ella, al tiempo que salía disparada como una bala de la cabaña.


—Creo que me he quedado sordo... —soltó una carcajada, le permitió ventaja y la imitó.


—¡No me cogerás! —aceleró las zancadas—. ¡No eres el único que practicaba atletismo, doctor Pedro!


Él se rio como un niño, persiguiéndola. Debía reconocer que era muy buena y muy rápida, pero Pedro era más alto y tenía las piernas más largas, por lo que permaneció a corta distancia, sin llegar a tocarla.





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