martes, 4 de febrero de 2020
CAPITULO 137 (TERCERA HISTORIA)
De repente, voló por el aire y cayó en la cama.
Al instante, sin permitirle reaccionar, Pedro se tumbó entre sus piernas y la besó con increíble ardor.
Gimieron como locos y se manosearon con prisas, torpeza y un deseo incuestionable. Se descalzaron sin despegar sus bocas. Él le subió el vestido hasta la cintura y descendió con la lengua por su cuello mientras introducía una mano por dentro de sus braguitas.
—¡Pedro! —gritó cuando tocó su intimidad.
—Solo quería... comprobar... —articuló él, chupándole el escote—, solo quería saber... si... —succionó su labio inferior—. Qué iluso... —mordisqueó su mandíbula—. Siempre estás preparada... —se perdió en su oreja, a la que roció de besos solemnes, dirigiéndose hacia el hombro—. Joder... Perdóname por esto...
—¿Por...? —comenzó, pero el sonido de su ropa interior al rasgarse la interrumpió—. ¡Cielos!
Pedro acarició su inocencia sin nada que lo estorbara. Maravilloso...
Paula se arqueó, jadeando, abriendo todavía más los muslos de manera instintiva, echando la cabeza hacia atrás.
—No pares... —le rogó ella.
—Jamás.
Un fuego atroz recorrió todas sus extremidades, secándole la garganta, aumentando su ensordecedor palpitar. Él bebía de su cuello a la vez que le levantaba más el vestido hasta sacárselo. A continuación, le retiró el sujetador con una sola mano y absorbió su pecho como si se tratase del mayor de los pecados, el más tentador, sabroso y prohibido que jamás existiese... Pecado, sí, porque solo un hombre oscuro era capaz de actuar de esa manera tan perversa, tan intensa y tan asfixiante, porque Paula se ahogaba, siempre se ahogaba cuando la tocaba, despacio y dulce, o rápido y salvaje, de cualquier manera se ahogaba... Y la oscuridad, a veces, era incluso mejor que la luz...
Ella le revolvió el pelo, apretándolo contra su cuerpo, levantando las caderas hacia sus dedos expertos que veneraban su intimidad con una cadencia desmedida.
—Pedro...
—Eres deliciosa, Pau... —mordisqueó ambos senos, los atendió de igual modo—. Estás tan rica...
—Doctor Pedro... —le acunó el rostro y se emborrachó de placer al fijarse en lo turbios que tenía los ojos, turbios por el deseo que sentía por ella—. Te necesito... ahora...
La respuesta de Pedro no se hizo esperar... Se desabrochó los pantalones y se los bajó lo justo. Paula rodeó su cintura con las piernas y se arqueó. No podía ni quería esperar más. Él, sujetándola por las caderas, la penetró de un decidido empujón, profundo, firme e implacable, que los dejó unos segundos sin respiración. Los dos gimieron.
Demasiado bueno, demasiado rico, como para no fundirse en su infierno particular...
Y empezaron a moverse al unísono.
—Pau... Pau... —escondió el rostro en su cuello, al que prodigó de húmedos besos sin fin—. Mía...
—Tuya... Mío...
—Tuyo... Nuestros, Pau... El uno para el otro...
Paula sollozó.
Pedro la tomó de las manos y las enlazó por encima de su cabeza, obligándola a arquearse todavía más. Las embestidas se transformaron en una lenta agonía. Resoplaron en cada atormentada acometida. Sufrían, aullaban.
Ella desnuda por completo. Él vestido.
Y se desmayaron tras un éxtasis arrollador...
Se abrazaron entre temblores y se besaron con abandono.
—Eres mi media naranja, Pedro... —le costaba hablar, pero tenía que decírselo—. A eso me refería antes... Eres mi mitad... porque sin ti, no soy yo...
Él alzó la cabeza y la contempló con ojos brillantes.
—El uno para el otro...
—El uno para el otro, doctor Pedro...
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