martes, 4 de febrero de 2020

CAPITULO 138 (TERCERA HISTORIA)





Aguantaron tres días encerrados en el pabellón. 


Pedro salía para coger comida de la cocina cuando no había nadie. Bajaba en calzoncillos. 


No se cruzaba con nadie y había colocado un papel pegado a la puerta para que no entraran, pues a diario las doncellas limpiaban las estancias.


Sin embargo, quedaba muy poco para el primer cumpleaños de Gaston y su abuela lo telefoneó para avisarlo de que esa misma tarde llegarían a Los Hamptons para disfrutar de vacaciones aprovechando la celebración, por lo que decidieron salir al mundo.


Se vistieron entre arrumacos y caricias. 


Definitivamente, no se saciaban, era un hecho que habían corroborado tres veces más. Poco, quizás, pero no se quejaba, habían hablado mucho. Se habían contado su infancia y su adolescencia sin obviar ningún detalle. Se habían gastado bromas e, incluso, habían jugado al escondite por el pabellón.


Eran dos niños que habían madurado demasiado pronto. Él se dio cuenta de ello al rememorar sus palabras cuando Paula se durmió antes de que amaneciera. Ella creció de golpe al nacer su hermana Lucia; con cuatro añitos, Paula había decidido ser una ayuda más para el bebé. A medida que iba creciendo, en lugar de jugar con sus amiguitos de la escuela, como cualquier niña de su edad, había optado voluntariamente por cuidar de su hermana junto con sus padres, en especial con su madre, pues era ama de casa. Tenían dos doncellas que se encargaban del hogar, pero, al nacer Paula, Karen Chaves, al igual que Catalina Alfonso, había abandonado el trabajo para dedicarse por entero a su familia.


Paula había sido la más estudiosa de su clase. 


Acabó la primera de su promoción en el instituto. 


Y en la universidad, siendo ayudante de Elias a
media jornada, continuó su alto listón de excelentes notas, incluso avanzó más
que sus compañeros, y se hubiera graduado un año antes de lo previsto si Lucia no hubiera fallecido.


Eso intimidó a Pedro, aunque no se lo confesó. A él siempre le había costado demasiado aprenderse de memoria una mera frase, por muy pequeña que fuera, por ello había necesitado saltarse horas previas a un examen, pero a ella, no. Incluso le contó, muy avergonzada, por cierto, que su coeficiente intelectual era de ciento cincuenta, y, al igual que Pedro, había vivido todo en su momento,
sus padres así lo habían querido y ella no había podido tener una vida mejor.


También lo enorgulleció, pero no pudo evitar sentirse poca cosa a su lado.


¿Qué le ofrecía a una persona tan extraordinaria como lo era ella? Por ese motivo, decidió estar bien atento a Paula para adelantarse a sus necesidades.


De ese modo, ella jamás lo abandonaría, jamás se aburriría de un hombre tan corriente como él, tan común. Era médico, y le había costado un triunfo sacarse la carrera, pero eso no lo transformaba en mejor persona que ella, ¡ni hablar!


Y no descansaría ni un solo día. La enamoraría a diario, nunca permitiría que se escapase, y si tenía que esforzarse lo haría gustoso. Estaba
acostumbrado, desde que era un niño, a emplearse a fondo cada vez que quería algo. 


Ahora que al fin Paula era completamente suya, Pedro se desviviría por ella, porque jamás había querido nada como la quería a ella. Y empezaría ya.


Bajaron a la cocina, besándose cada pocos pasos, entre risas.


—¿Tienes hambre, amiga? —le preguntó Pedro, haciéndole cosquillas en el costado.


Habían decidido, como una broma entre ellos, que no eran novios, sino amigos.


—¡Sí! —chilló, carcajeándose sin control, retorciéndose entre sus brazos.


Él se unió a la diversión y así alcanzaron la escalera del hall del castillo.


—¡Pedro, para, por Dios!


—No.


Continuó con las cosquillas, pero ella consiguió escapar y descendió los peldaños. Pedro la siguió y la atrapó antes de que pisara el mármol del vestíbulo. La giró y la pegó a su cuerpo. Y la besó. Y la pasión se apoderó de la pareja. Y los besos se tornaron flamígeros en cuestión de un instante. Se fundieron en un abrazo sonoro por sus respiraciones alteradas, y ardiente porque, por enésima vez, se quemaron...


—Ejem, ejem —carraspeó alguien a su izquierda.


Detuvieron el beso de golpe y giraron los rostros hacia... ¡la familia Alfonso al completo! Sus padres, sus abuelos, sus cuñadas, sus sobrinos y Mauro Alfonso, que había estado al cuidado de Catalina y Samuel, además de Julia y Daniela, estaban frente a ellos, sonriendo.


—Genial... —masculló Pedro, separándose de una muy colorada Paula.


Comenzaron los saludos.


—¿Qué tal está mi niño favorito? —Ana se colgó de su brazo—. Veo que muy bien, ¿no?


—Abuela... —se ruborizó—. Ya no soy solo tu niño favorito —sonrió, observando a su novia con una expresión de puro embeleso—. Ella también me llama así.


Su abuela le dedicó una preciosa sonrisa. Esos ojos tan sabios se emocionaron.


—No sabes la alegría que me das, cariño —tiró de él para que se agachara y poder besarlo en la mejilla con adoración—. Me gusta mucho esa muñequita para ti. Tu madre me ha puesto al corriente, pero ya sabes que me gusta hablar
contigo.


—Todavía estoy enfadado por lo que hiciste en la fiesta de papá —se quejó Pedro en voz baja—. Me encerraste con Pau en mi habitación.


—Yo no te encerré, cariño —se rio—. Lo hiciste tú solo. Echaste hasta el pestillo —le guiñó un ojo—. Yo os reuní en tu habitación. El resto dependía de vosotros.


—¿Nos vigilaste? —inquirió, sorprendido.


—Pues claro. ¿Creías que os iba a permitir escapar? No, cariño. Necesitabais un empujoncito. Recuerda —levantó un dedo en el aire—, soyvieja y más experta que tú en estos temas. Solo había que veros las caras que arrastrabais los dos por el suelo —frunció el ceño—. Ya hablaremos, cielo — y añadió en un susurro—, porque me han dicho tus hermanos que su madre está enfadada con ella.


—Por desgracia, así es —suspiró, apesadumbrado.


Su abuela le golpeó el antebrazo con suavidad y se acercó a saludar a Paula, que en ese momento charlaba con Catalina, Rocio y Zaira.






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