sábado, 8 de febrero de 2020
CAPITULO 151 (TERCERA HISTORIA)
Pedro observó a su familia, que contemplaban a Paula con gravedad, enfado e indignación. Su abuela le indicó que se la llevara. Él la cogió en vilo y caminó deprisa hacia la mansión. No se detuvo hasta entrar en el pabellón.
La tumbó en la cama. Ella se giró, de espaldas a él, y cerró los ojos.
—Quédate conmigo... —le susurró Pedro, sentándose y acariciando su cadera—. No huyas de mí, por favor...
—Amaba a mi hermana como a nadie —su tono de voz estaba roto por el dolor—. Me marché por Lucia, porque sentía que debía realizar su sueño, un sueño que la vida le robó siendo demasiado pequeña... —ahogó un sollozo—. La mañana que nos vinimos a Los Hamptons, cuando discutí con mi madre por teléfono en la cocina de tu apartamento, me lo dijo... que los abandoné cuando más me necesitaban... Me dijo que Ramiro sí estuvo a su lado, no yo... Por eso no podía mirarte ese día, Pedro... Por eso le dije a Daniela al llegar que éramos amigos... Me avergüenzo de mí misma... —tiritó—. Mi madre tiene razón... Soy una egoísta, una cobarde, incluso una mala novia que te niega un beso por miedo... Soy una mala persona...
—¡No! —la levantó y la zarandeó—. No vuelvas a decir algo así. Jamás.
—¡Es cierto!
—No, Paula. No abandonaste a nadie. Y tú me contaste que fue tu padre quien te dio la idea de viajar. No voy a consentir que te culpes, incluso que tu madre te culpe, por algo que no has hecho —le acarició el rostro, limpiándole las lágrimas. Sonrió con ternura—. Eres todo bondad, Pau, todo bondad... — la envolvió con fuerza entre sus brazos, en un vano intento por desvanecer su sufrimiento.
Paula lloró, histérica. Descargó la amargura que había regresado a su vida, esa amargura y esa desgracia que experimentó al fallecer Lucia.
¿Qué madre era capaz de provocar tal situación? ¿Qué madre era capaz de recurrir al maltrato psicológico para recuperar a su hija?
No. No la estaba recuperando.
Y no podían continuar así. Pedro tenía que actuar, aunque fuera a escondidas de Paula. Debía hablar con Karen.
—¿Por qué no me lo has contado? —quiso saber Pedro—. ¿Por qué no te has apoyado en mí? ¿Por qué nunca me has dicho lo que te gritaba tu madre, Pau?
—Porque no hubieras podido hacer nada... Mi madre tiene razón. No tenía que haberme ido. Perdieron a Lucia y yo salí corriendo en dirección contraria.
—Tú también perdiste a Lucia. Cada persona se enfrenta a la pérdida de forma diferente, y no por ello somos cobardes, egoístas o débiles —suspiró y la besó en la cabeza—. Tienes que hablar con tus padres y contarles todo: tu viaje a China, lo mal que lo pasaste en Shangái, tu ataque de ansiedad en el aeropuerto de Nepal, la anciana que te cuidó... Tus padres se merecen saberlo. Y lo que intentó Anderson.
—Lo de Ramiro, no —se asustó.
—¿Por qué no? —arrugó la frente—. Tu madre tiene que saber qué clase de hombre es Anderson, y más si está tan manipulada por él como acabo de ver.
Ella sufrió un escalofrío.
—No me creerá...
—Inténtalo, Pau. Confía en ellos. Al menos, piénsatelo —la besó de nuevo.
Paula se durmió entre lágrimas.
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