viernes, 7 de febrero de 2020

CAPITULO 150 (TERCERA HISTORIA)





Su iPhone vibró en el bolsillo trasero del vaquero. Extrañado, lo sacó y descubrió un mensaje de texto de Paula.


P: Lo siento... Por favor, perdóname... Aunque no me lo merezca... Tu Pau.


Pedro respiró hondo. Estaba dolido. Más que eso. Se sentía una basura. Y lo peor de todo era que se imaginaba que algo así sucedería. 


Primero, Anderson y luego, Karen.


Tecleó la respuesta:
DP: Te lo dije: siempre se interpone algo. No soy bueno para ti, Paula. Y no tengo nada que perdonarte porque todo esto es por mi culpa. Si no hubiera insistido, si me hubiera mantenido al margen, si te hubiera hecho caso cuando me decías que no querías verme más, tú no tendrías los problemas que tienes... Primero, Ramiro intentó forzarte y, ahora, tu madre está en modo acoso y derribo contra ti. Vuelve a Boston con tus padres. Es lo mejor.


Tardó en enviarlo, pero se armó de valor. Sí, era lo mejor. La amaba tanto que estaba dispuesto a renunciar a ella. Se merecía una vida feliz y, con él, nunca la tendría.


Su teléfono vibró de nuevo:
P: ¡No quiero! ¡Te quiero a ti! ¡Te necesito a ti! Por favor... Dime que no me amas, que me has estado mintiendo, y me iré. Pero no voy a permitir que nadie nos separe a no ser que ese alguien seas tú porque hayas estado jugando conmigo.


Pedro gruñó.


DP: ¿Qué clase de gilipolleces estás diciendo, joder? ¡Nunca he jugado contigo!


P: ¡Entonces no me digas que me marche!


DP: Sí, márchate. Vete. Esto es un tira y afloja, joder... ¿Qué harás cuando estemos en Boston?, ¿lo mismo que hoy?, ¿rechazarme si está tu madre delante? Si nos cruzamos con alguien que conozca a tu familia o a Ramiro, o si nos cruzamos con Ramiro, ¿me rechazarás también? ¿Hemos vuelto atrás, Paula?, ¿a cuando me negabas un beso? Y me lo negabas porque estabas prometida a otro, pero ahora se supone que estás conmigo, no con otro... ¿Sabes lo que duele? ¡No te lo imaginas, joder!


P: Lo siento... Soy una cobarde... ¡Pero ya no más! ¡Te lo prometo! No me eches de tu vida por esto, Doctor Pedro... Por favor... Siempre tu Pau...


Se metió en la casita y se sentó en uno de los sofás del salón. Se revolvió el pelo y escribió otro mensaje:
DP: Ya van demasiadas veces que me siento un completo gilipollas contigo. No puedo seguir así. Entiéndeme... No puedo ni quiero competir con tu madre, ¡ni con nadie! Jamás te impondría que te quedaras conmigo. Pero es tu madre... Antes era tu prometido y ahora es tu madre. ¿Qué será lo siguiente? Y yo siempre vuelvo a tu puerta... Siempre... ¡Porque soy un imbécil que no puede separarse de ti! Pero, precisamente porque te amo, voy a terminar con esto. Lo siento, Paula. No puedo... Hemos pasado unos días increíbles, pero has visto a tu madre y me has rechazado... No te hago feliz, no soy bueno para ti. Vete con ellos a Boston. Arréglate con tu madre.


P: Por favor... Eres mi Doctor Pedro, mi doctor Pedro y mi niño preferido, y yo soy tu Pau, tu muñeca y tu leona blanca... El uno para el otro...


DP: Soy Pedro y tú eres Paula. Vete, por favor. Ambos sabíamos que esto no podía funcionar.


—¡No! —gritó Paula, detrás de él.


Pedro se incorporó de un salto. La miró. Tenía los ojos enrojecidos y el rostro empapado en lágrimas. Temblaba y estrujaba el móvil en la mano, sus nudillos estaban blanquecinos.


—¡No me voy de tu lado! —insistió ella en llanto—. ¡Solo quiero estar contigo, no me importa nadie más!


Él tragó el nudo de la garganta, que le rabiaba. 


Apretó la mandíbula. Se obligó a no moverse de donde estaba. El sillón los separaba, aunque no era una barrera en absoluto.


—Paula, por favor... —le rogó en un hilo de voz.


—¡No me llames Paula! ¡Te amo!


—¿Qué clase de espectáculo es este, por el amor de Dios? —inquirió Karen, furiosa—. ¿Ahora también chillas como una loca y suplicas? No haces más que darme la razón, Paula. ¡Mírate, maldita sea! ¿Acaso no tienes
dignidad? —la señaló con la mano, acercándose a ella—. ¡Te dije que se cansaría de ti! ¡Solo quiere destruirte y lo está consiguiendo! Solo eres una de sus muchas conquistas —escupió, sin disimular su desagrado.


Aquello encolerizó a Pedro. Soltó el iPhone y se interpuso entre las dos.


No se fijó en que todos observaban la escena desde el porche; la puerta corredera estaba abierta y los estaban escuchando.


—Es mi hija —sentenció la señora Chaves con ira contenida—. Quítate de en medio.


—No.


—¡Es mi hija! —vociferó.


—Pues su hija es mía. Y no voy a permitir que nadie le hable o la trate mal. Y me importa una mierda quien sea ese alguien, ¿está claro?


Karen fue a agarrar a Paula, pero él le cortó el paso.


—¿Quién demonios te crees que eres? —pronunció la señora Chaves, roja de ira—. No has parado hasta que la has alejado de su familia, hasta que has destruido su vida. Pero no lo voy a consentir. Mi hija se casará con Ramiro, ¿entendido? Y ahora mismo se viene conmigo y con su padre a Boston.


—¡No! —se negó Paula, aferrándose al brazo de Pedro, adelantándose para enfrentarse a su madre—. No voy a casarme con Ramiro. Repito, mamá: acepta Pedro o entre tú y yo no habrá nada.


Los presentes ahogaron exclamaciones de asombro.


—Pau, no hagas...


—No —lo cortó ella, contemplándolo con determinación—. Se acabó —se giró y miró a Karen—. Quédate con Ramiro, mamá, después de todo, ya lo elegiste a él como tu único hijo hace bastante, ¿verdad?


—¿Qué clase de tonterías estás diciendo? —preguntó Elias, consternado—. Tú eres nuestra hija. A Ramiro lo queremos mucho, pero jamás se comparará contigo. Eres nuestra niña.


—Eso lo piensas tú, papá. Mamá no está de acuerdo contigo.


¿Karen? ¿De qué está hablando Paula?


La señora Chaves tomó una gran bocanada de aire, se irguió, se cruzó de brazos y elevó una ceja.


—Por supuesto —confirmó Karen con tranquilidad—. Tal vez debería saber la familia Alfonso qué tipo de persona eres, ¿verdad, Paula? Deberían saber que, cuando hay un problema, sales corriendo en dirección contraria. Huyes. No te enfrentas a nada. Eres egoísta, cobarde y débil. Solo te preocupas por ti misma y a los demás, pan y agua, que se arreglen como quieran, pero tú no los ayudarás, sino que los apartarás de tu camino porque todos te estorban. Ya lo has demostrado una vez.


Ninguno entendía nada, excepto Paula y su madre, que se dedicaban una mirada cargada de profundo rencor.


—Se murió Lucia —comenzó la señora Chaves, dirigiéndose a los presentes — y, unos días después de enterrarla, Paula se fue a China. ¡Dos años estuvo viviendo en China! —levantó un dedo, enfatizando—. Nos abandonó. Abandonó a su padre y me abandonó a mí, que soy su madre. Ni siquiera guardaste luto y encima te marchaste a la aventura. ¡Una sola llamada a la semana y que duraba menos de un minuto! Eso solo desmuestra que ni querías a tu hermana ni nos querías a nosotros.


—¡Ya basta! —clamó su marido.


Pedro se percató del cambio drástico que sufrió Paula. Su expresión era una mezcla de vergüenza, arrepentimiento, dolor, tristeza, soledad... No lo soportó un segundo más y la abrazó. Ella lloró, asida a Pedro con pavor.


—Fuera de mi casa —gruñó él—. Ahora.


Elias empujó a su esposa hacia la puerta de la casita y desaparecieron.




2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyyy, qué hiena la madre de Pau. Menos mal que están juntos.

    ResponderEliminar
  2. Pero que vieja hdp!!! Por qué no le grito en la cara las cosas que hizo su protegido??? Espero que el padre intervenga y le acomode las ideas

    ResponderEliminar