viernes, 7 de febrero de 2020
CAPITULO 148 (TERCERA HISTORIA)
Terminaron con los globos y colgaron guirnaldas del techo del porche. Los hombres se encargaron de la barbacoa y las mujeres ayudaron a las doncellas a traer la comida de la mansión a la cocina de la casita.
Julia, Daniela y Claudio estaban invitados.
Según le contó Pedro, Mario, no, porque Manuel lo odiaba y el sentimiento era mutuo; y había sido el propio Mario quien había rechazado acudir al evento. Y ya solo por eso, Paula no
quiso conocerlo. A pesar de haber estado los primeros días en los establos montando con Claudio, no había visto a Mario, ni quería.
—Hola, Paula—la saludó Claudio con una amplia sonrisa—. Hace casi una semana que no te veo —le dio un codazo en el costado, señalando a Pedro con la cabeza—. Me alegro de que las cosas vayan bien.
En los ratos en que habían charlado, Paula había descubierto en Claudio a un buen amigo. Enseguida, se instauró una entrañable confianza entre los dos.
Y se desahogó con él en cuanto a Pedro se refería.
—Sí, la verdad es que muy bien —sus mejillas ardieron.
—Podríais acercaros mañana. He estado practicando los pasos de doma que me enseñaste.
—Se lo diré a Pedro —asintió, encantada.
—¿Hasta cuándo os quedaréis? —le preguntó Claudio, abriendo un botellín de cerveza.
—No lo sé —se encogió de hombros—. No lo hemos hablado, pero Zaira, Mauro y Caro regresarán mañana a Boston porque...
—Mira quién ha venido, Paula —la interrumpió Catalina, estirando un brazo hacia la puerta de la casita.
Ella se giró y se cubrió la boca, desorbitando los ojos.
Los presentes se acercaron a recibir a Elias y a Karen Chaves.
Han venido... ¡Han venido!
—Me llamó tu padre ayer, cariño —le susurró la señora Alfonso, colgándose de su brazo e incitándola a caminar hacia los recién llegados—. Pedro le pasó mi teléfono antes de que viniérais a Los Hamptons, para que estuvieran tranquilos. Y hoy querían darte una sorpresa —sonrió, aunque parecía que se estaba esforzando.
—Paula —le dijo su madre, escueta, erguida y seria.
—Mamá.
Catalina le tendió una mano a Karen y a Elias, rompiendo así la tensión.
—Gracias por venir. Estáis en vuestra casa.
—Mi niña —su padre la abrazó y la besó en la cabeza—. Te he echado de menos.
—Y yo a ti, papá —lo correspondió, al borde de las lágrimas.
—Me alegro de veros —declaró Pedro, educado y serio.
—Pedro, muchacho, ¿qué tal las vacaciones? —se interesó Elias, estrechándole la mano.
—Disfrutando mucho —contestó el aludido, guiñándole un ojo a ella, que se ruborizó.
Su padre sonrió con sinceridad. Su madre, en cambio, también sincera, carraspeó, molesta, repasando el atuendo de Pedro, sin esconder su desagrado y deteniéndose en las Converse negras que calzaba.
Paula acortó la distancia y se inclinó para besarla en la mejilla, pero Karen escapó hacia Rocio para felicitar a Gaston y entregarle el regalo que llevaba en la mano, envuelto en papel de Mickey Mouse.
Paula sintió el rechazo como un puñal en la espalda... Agachó la cabeza y le sirvió una cerveza a su padre. De repente, unos dedos alzaron su barbilla.
—¿Qué le apetece beber a mi muñeca? —sonrió Pedro con dulzura—. Podías haber hecho tu limonada para hoy. La echo de menos, ¿lo sabías?
Ella procuró sonreír. No lo consiguió.
Entonces, él fue a besarla en los labios, pero los ojos de Paula se cruzaron con la furiosa mirada de su madre, se asustó y retrocedió.
La expresión de estupor, seguida de desolación, de Pedro le partió el corazón...
¿Cómo he podido hacerle esto...? ¿Qué demonios me pasa?
—Perdona —se disculpó él enseguida, con los pómulos teñidos de vergüenza, antes de dar media vuelta y alejarse.
Ella se insultó a sí misma tantas veces que perdió la cuenta. ¿Desde cuándo había vuelto a negarle un beso? La culpa era de su cobardía.
Primero, Ramiro y ahora, su madre...
El cumpleaños fue horrible. Pedro no se aproximó a ella un solo segundo y, si se cruzaban, huía. ¡Huía! Y Paula se lo merecía.
Lo sabía, lo aceptaba y, lo peor de todo, no intentaba evitarlo.
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