viernes, 7 de febrero de 2020
CAPITULO 149 (TERCERA HISTORIA)
En un momento que ella no soportó más la situación, se escabulló a la mansión sin que nadie se percatara, o eso creyó, porque una persona la siguió.
Al entrar en el hall, una mano agarró la suya, frenándola en seco.
—¿No piensas dignarte a hablarme? —le escupió Karen, soltándola de malas maneras. Se cruzó de brazos. Echaba humo por las orejas—. Tu cara lo dice todo, Paula. No eres feliz al lado de ese médico. Y, ¿de negro? —la repasó con la mirada—. ¿Ahora vistes de negro y te pintas las uñas de negro? ¿Eres una de esas que se disfrazan de góticas? ¿Tanta necesidad tienes de llamar la atención?
Paula tragó el nudo de la garganta e inhaló una bocanada de aire que expulsó despacio.
—Soy feliz con Pedro, mamá —la corrigió,
tranquila—. Jamás he sido tan feliz como lo soy con él. Deberías alegrarte por mí.
—Ya lo veo... —ironizó, bufando—. ¿Por eso ha ido a besarte y lo has rechazado? —levantó una mano—. Ramiro no cambiaba ni tu forma de ser ni tu forma de vestir, te aceptaba como, supuestamente, eras. Te miro y no te reconozco... ¿Dónde está mi hija, por el amor de Dios? —alzó los brazos, histérica y roja de rabia—. ¡No lo entiendo! ¿Qué te hemos hecho Ramiro y yo? ¡¿Qué, Paula?! Te estás dejando manipular por ese médico —la señaló con
el dedo índice—. ¡Despierta de una vez!
—¡Erais vosotros los que me manipulabais! —estalló al fin—. Nunca quise a Ramiro, nunca estuve enamorada de él. Acepté el noviazgo por papá y por ti, pero... Me enamoré de Pedro, mamá. Y me di cuenta de que estaba viviendo
una mentira. ¿Prefieres que me case con un hombre al que no amo solo porque tú lo quieres como un hijo? No —chasqueó la lengua—. Lo siento, pero no me separarás de Pedro. ¡Lo amo! —se golpeó el pecho con el puño—. Te lo he dicho miles de veces desde hace dos semanas y no me escuchas —respiró hondo—. Además, cuando vuelva a Boston me voy a ir a vivir con él.
—¡¿Qué?! ¡Ni hablar! —negó con la cabeza—. Mañana mismo te vienes con tu padre y conmigo a Boston, a casa con nosotros, de donde no tenías que haber salido —la empujó hacia las escaleras—. Prepara tus maletas. Esta noche dormirás en el hotel. Y despídete de...
—¡No! —se alejó hacia la puerta—. ¿Por qué haces esto? —las lágrimas mojaron su rostro sin remedio. Tragó repetidas veces—. ¿Por qué me haces daño? ¿Por qué no aceptas a Pedro? —se irguió—. Él jamás te ha criticado, jamás ha hablado mal de ti, todo lo contrario, me abraza cuando tú me haces llorar, está conmigo, me escucha...
—Qué equivocada estás... Tu caída va a ser monumental, madre mía... — sonrió con frialdad, colocando las manos en la cintura y adelantando una pierna—. Se cansará de ti dentro de dos días. Todos los hombres como él embrujan a las niñas débiles como tú para hacer lo que quieran hasta que se les cruza otra.
—¿Sabes cuándo fue la primera vez que me besó, mamá? —inquirió, entrecerrando los ojos—. La noche de la fiesta del Club de Campo, a mediados de junio. Hoy es dos de agosto, y nos vamos a vivir juntos. No se ha cansado de mí. Me ama tanto como lo amo yo a él. Pedro me...
—Ramiro te ama —la cortó—, el médico, no. Ramiro es un hombre honorable que ha estado a tu lado desde hace más de cuatro años, y enamorado de ti desde que te conoció. Pedro es un médico que traspasó la línea. Eras su paciente y en cuanto despertaste del coma le cedió tu caso a otro médico. No es de fiar. Luego vuelve, te lía con tonterías y provoca una discusión tras otra entre tu novio y tú, hasta el punto de que quieras cancelar tu boda. ¡Y no lo pienso permitir!
—La boda está cancelada —aclaró ella, meneando la cabeza.
—La boda sigue en pie.
—¡¿Qué?!
—Ramiro te está esperando. Te está dando tiempo. Quédate si quieres unos días más de vacaciones con tu médico —hizo una mueca—, porque, repito, Paula, volverás con Ramiro, te casarás con Ramiro y formarás una familia feliz
con Ramiro. ¡Ramiro, no Pedro! ¡Ramiro!
—¡Déjalo ya! —se frotó la cara, exasperada.
—No, Paula. Eso harás, porque ahora estás confundida.
—Pero ¿de qué estás hablando? ¡No estoy confundida! —apretó los puños.
—Lo estás —rebatió su madre en un tono normal y sosegado—. Una cara atractiva, una personalidad de mujeriego y una herencia impresionante es lo que te nubla la razón.
—¿Herencia? —bufó, incrédula—. No me interesa su dinero.
—Por supuesto que sí. Estás en Los Hamptons, hija —abarcó el espacio con los brazos—. Le montaste el numerito a Ramiro cuando Pedro te invitó a la mansión de su familia. No hagas que no entiendes de lo que hablo. Ramiro tenía razón —la observó con cólera contenida—. Ramiro siempre me decía que tenía miedo de que su modesto sueldo no fuera suficiente para ti. No te creía capaz de ser tan superficial, hija. Es una decepción tras otra... —y añadió, observando el techo—: ¡Qué ciega he estado contigo!
—Ramiro tiene chófer privado y un apartamento de cuatrocientos metros cuadrados en el mejor barrio de Boston, mamá. No es un sueldo modesto ni lleva una vida modesta. ¡Y no soy superficial! ¿Cómo puedes pensar eso de mí?
¡Esto es una pesadilla! ¡¿Dónde está mi madre?! ¡¿Qué has hecho con ella, Ramiro?! ¡Maldito seas!
—El apartamento se lo regalamos nosotros, como también le regaló tu padre un veinte por ciento de las acciones del bufete. Si no es por nosotros, Ramiro no te hubiera dado la vida que has llevado desde que tuvisteis la primera cita.
—¿Qué vida, mamá? —se rio, sin una pizca de alegría—. ¿Invitarme a cenar unos meses? ¡Venga ya! De esos cuatro años, estuve dos viviendo en China y luego un año y tres meses en coma. ¡Despierta tú!
—No sirve de nada intentar hacerte entrar en razón. Ha sido un error venir aquí, como es un error lo que estás haciendo con tu vida. Pedro te está destruyendo.
—¡Soy feliz! —se desquició. Se quitó la cinta del pelo y se tiró de los mechones en un ataque desesperado—. Acéptalo o tú y yo continuaremos así. Me estás haciendo elegir —se mordió el labio con saña—, y quien me obliga a elegir sale perdiendo.
—¿Ahora también amenazas? ¿Quién eres, Paula? —la sujetó por los hombros y la zarandeó—. ¿Es que no ves que Pedro es una mala persona? Solo una mala persona es capaz de meter tales ideas en la cabeza a una niña como tú.
—¡No soy débil! ¡Estoy harta! —se soltó con brusquedad—. Pedro es la mejor persona que he conocido en mi vida, y eso te incluye a ti. Deberías aprender, aunque solo fuera un poco, de él. ¿Y sabes una cosa más? —se aguantó las lágrimas—. No quiero... —tragó con dificultad—. No quiero que me llames mientras no aceptes mi relación con Pedro. No quiero verte...
Su madre dio un respingo, se tapó la boca y salió de la mansión.
Paula corrió hacia el pabellón. Se tumbó en la cama, se abrazó las piernas y lloró, lloró y lloró...
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