domingo, 9 de febrero de 2020
CAPITULO 155 (TERCERA HISTORIA)
La pareja subió las escaleras hasta la última planta. Entraron en el apartamento. No les hizo falta inhalar mucho para percatarse de que su casa apestaba a la colonia de Ramiro y a otra que no supo identificar... Y, aunque parecía todo recogido, escucharon una especie de ruidito agudo.
Pedro levantó la mano hacia Paula para que no se moviera, mientras se aproximaba a los flecos. Pero Paula no obedeció. Lo siguió. Y, al entrar en la habitación... Ambos desorbitaron los ojos.
Había una mujer morena, ¡desnuda!, dormida en la cama. ¡En su cama!
No lo pensó, cogió un cojín y se lo lanzó a la cara.
—¡Sal de mi casa ahora mismo!
La desconocida se despertó sobresaltada. Los miró, se asustó, se cubrió con la sábana y se encerró en el baño. Paula golpeó la puerta de manera insistente.
—¡¿Quién demonios eres tú y qué demonios haces en mi casa?! —vociferó —. ¡Sal! —tiró del picaporte, pero la mujer había echado el pestillo—. ¡Sal, maldita sea, o llamo a la policía!
—Tranquila —le pidió su novio, rodeándola por los hombros y alejándola del servicio—. Es evidente de quién es amiga y qué hace aquí, Pau —se rio.
—¿Te parece gracioso?
—Sí —sonrió con satisfacción—. Anderson solo cava su hoyo más y más profundo.
En ese instante, oyeron un portazo proveniente de la puerta principal.
—¡Clara! —gritó una voz masculina muy familiar, acompañada de unos pasos apresurados—. ¡Clara! ¡No he podido venir antes! ¡Tienes que...!
Ramiro surgió ante ellos y se detuvo abruptamente al verlos. Iba de traje y corbata. Su asqueroso cabello rubio estaba engominado hacia atrás. No faltaba la característica frialdad de sus ojos azules.
Pedro se situó entre Anderson y Paula para protegerla, pero ella, cuya rabia aumentaba con creces por segundos, lo sorteó y se enfrentó al asqueroso abogado.
—¡Fuera de mi casa, los dos! ¡Lárgate o llamo a la policía! No tienes vergüenza...
Ramiro entrecerró la mirada y se irguió.
La desconocida, ¡al fin!, enfundada en un vestido ajustado, rojo intenso, escote hasta el ombligo, y corto, con zapatos de tacón de aguja y labios rojos, salió del baño.
¡Encima se ha tomado su tiempo para pintarse!
—Hola, cariñito —saludó la desconocida a Anderson, marcándole el pintalabios en el cuello.
Eran tal para cual.
¡Qué asco!
Paula sintió arcadas. Hizo una mueca sin molestarse en ocultarla.
—Me das asco... —bastante se había callado ya—: ¡Odio a los rubios! — gesticuló como una loca—. ¡Odio los ojos azules! ¡Te odio, Ramiro! ¡TE ODIO!
Uf... Qué a gusto me he quedado...
De repente, Pedro se echó a reír. Ella se contagió y lo imitó.
—Fuera de aquí, Anderson —le ordenó su héroe—, si no quieres que te eche a patadas, además de denunciarte por entrar en una propiedad privada que no es la tuya. ¿Cómo lo llamas a eso, letrado? Porque tiene un nombre, y
es un delito.
Ramiro avanzó un paso, con la cara encendida de ira.
—No te lo aconsejo —lo previno Pedro, gélidamente calmado—. La última vez te dejé una buena señal en la cara, y mi amigo Mau, también. ¿Lo recuerdas? Fue quien te pateó el culo.
La desconocida retrocedió, tirando de Anderson.
—¡Uy, doctor Pedro! —exclamó Paula, divertida—. No fuiste tú, ni Mau. Resulta que cuatro carteristas intentaron robarme el bolso aquella noche. Ramiro me defendió con uñas y dientes. Ni él me tocó, ni tú lo tocaste a él. ¿Verdad, Ramiro?
Pedro la miró con el ceño fruncido. Apretó la mandíbula y, en un instante, agarró a Anderson de la pechera. Las dos mujeres contuvieron el aliento.
Ramiro forcejeó. Era más robusto y parecía mucho más grande que Pedro, a pesar de que contaban con la misma altura, pero este no se amilanó, sino que lo sujetó con una fuerza sobrehumana, prohibiéndole moverse un ápice, incluso defenderse: le colocó un brazo en el cuello y con el otro le ancló los dos al abogado. Paula quedó fascinada por la rapidez y la agilidad de su héroe...
—Si no te parto la cara ahora mismo —sentenció Pedro en un tono afilado — es por respeto a mi mujer, la dueña de la casa que tú has ocupado de forma ilegal —lo empujó—. Lárgate de aquí y no vuelvas, o la próxima vez será una denuncia por intento de violación. El testigo principal soy yo. Y hubo tres más que lo presenciaron.
La desconocida desorbitó los ojos y se cubrió la boca, horrorizada por lo que estaba oyendo.
—Esto no se va a quedar así —les amenazó Anderson—. Vais a pagar los dos —contempló a Paula con tal aversión, que ella se abrazó a sí misma en un acto reflejo—. Vámonos, Clara.
Y se fueron.
—doctor Pedro... —susurró, muerta de miedo.
—Pau—la envolvió entre sus poderosos brazos—. Estás temblando...
—No me ha gustado lo que ha dicho —confesó en un hilo de voz.
—Siempre cuidaré de ti, muñeca. Conmigo, nada has de temer, ¿de acuerdo? —la besó en la cabeza—. Nunca me separaré de ti.
Paula respiró hondo profundamente.
—Oye... —murmuró ella, pensativa—. Antes, Ramiro ha dicho que no había podido llegar antes.
—¿A qué te refieres? —la interrogó Pedro.
—A mi móvil —sacó el iPhone, no el rosa, el otro, el negro—. Al llamar a mi padre, le ha tenido que llegar un aviso a Ramiro. Tiene mis llamadas desviadas a su teléfono.
—Luego te paso los contactos, las fotos y demás cosas a tu ordenador para meterlo todo en el iPhone rosa, ¿vale?
—Ya sabes que fotos no tengo. Lo único, los contactos, por mis alumnos de yoga.
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