lunes, 10 de febrero de 2020

CAPITULO 157 (TERCERA HISTORIA)




El resto del día, hasta que se arreglaron para la cena con Elias y Karen, pasó volando. Mauro los ayudó a descargar la mudanza, mientras Zaira
cuidaba de Caro y les abría y cerraba las puertas. Dejaron todas las cajas en la parte de la izquierda de la habitación, donde estaban el escritorio y la estantería pegada a la pared. Después, decidieron visitar tiendas de decoración.


No obstante, los ánimos de Paula barrían el suelo...


—¿Qué tal si te preparo un baño —le sugirió él, de camino al apartamento —, te pongo música, te sirvo una copa de champán rosado y desconectas un ratito?


Ella asintió. Y eso hizo el maravilloso Pedro Alfonso.


Cuando la bañera estuvo lista y cargada de espuma, enfrente de los lavabos, a la izquierda y debajo de la ventana del servicio, Pedro la cogió en brazos para llevarla al baño. La desnudó despacio, dándole suaves besos en cada porción de piel que descubría. Le recogió los cabellos en un moño deshecho para que no se los mojara y la metió en el agua con cuidado. A continuación tocó un aparato táctil que había clavado al lado de la puerta. De repente, la canción The A Team de Ed Sheeran resonó por el espacio. Le sirvió la copa de Cristal Rosé y la dejó sola, cerrando al salir.


Paula bebió un sorbo pequeño y apoyó la copa en el mármol blanco italiano que rodeaba la bañera. Observó el lugar y sonrió. No era tan grande como el de Los Hamptons y carecía de jacuzzi, a pesar de que la bañera era de hidromasaje. Un banco de madera negra la separaba de la impresionante ducha que ocupaba la pared entera del fondo, la única pared negra del baño, que contenía una pequeña balda de cristal opaco, donde se encontraba el champú y el gel de Pedro; la mampara de cristal transparente, corredera, se abría desde el centro; poseía un rociador rectangular que colgaba del techo y que, dedujo, simulaba una cascada; había, además, dos alcachofas con grifo, una en cada lateral de la ducha; el plato era de piedra negra, mate. Las toallas se hallaban dobladas por tamaños en el banco de madera, junto al retrete, el cual, a su vez, se situaba entre el lavabo y la ducha.


Disfrutó del delicioso champán en su nueva bañera, en su nuevo servicio, en su nueva habitación, en su nueva casa... El aleteo de su estómago le arrancó una risita infantil.


—¡doctor Pedro! —lo llamó unos minutos después.


Él apareció al segundo escaso, en calzoncillos.


—¿Me acercas una toalla? —le pidió, ruborizada.


Pedro le guiñó un ojo y se acercó al banco. Ella ladeó la cabeza y admiró su semidesnudez.


Ver esto a diario... ¡Cielo santo! ¡Sí!


Él desplegó la toalla y esperó, sonriendo con travesura. Paula, sin pudor, salió del agua y permitió que la arropara, aunque Pedro se demoró en secarle ciertas partes de su cuerpo. Ella gimió cuando la besó en el cuello. Él soltó una carcajada, le quitó la toalla de un tirón y le azotó el trasero.


—Vístete —le dijo su novio—, que ya solo me falta llegar tarde para caerle mejor a tu madre.


Ella se resignó, se dirigió al dormitorio y sacó un vestido rosa, adrede porque era su primera noche en el ático y quería que fuera especial para su héroe, que adoraba verla de ese color. El vestido era corto, suelto desde la cintura, con escote en pico y sin mangas, cómodo y sencillo. Se calzó las Converse rosas de flores, las que le había regalado él, y se sujetó el pelo en una coleta ladeada con una cinta también rosa.


Pedro eligió unos vaqueros negros largos, las Converse negras y blancas que le había comprado Paula, sin saber que ella había hecho lo mismo, y una camisa blanca con cuello mao, fina, por fuera de los pantalones, y que se remangó en los antebrazos.


Cuando ambos se miraron los pies, se echaron a reír.


Y partieron hacia la casa de los señores Chaves.
Paula rezó una plegaria.



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