lunes, 10 de febrero de 2020
CAPITULO 158 (TERCERA HISTORIA)
Elias les dio la bienvenida, aunque su expresión era de todo menos alentadora...
—Estamos en la cocina —estrechó la mano de Pedro.
Paula, cohibida, se acercó a su padre y lo besó en la mejilla. Parecía asustada.
—Hola, papá.
Elias sonrió, sin humor, y les indicó la puerta cerrada del fondo del pasillo.
A medida que avanzaban, Pedro escuchaba dos voces distintas y muchas risas, masculina y femenina. Apretó los puños a ambos lados del cuerpo.
Caminaba detrás de su novia. Ella abrió y ahogó una exclamación.
Lo que me imaginaba... ¿Qué coño hace aquí?
Karen y Ramiro se callaron al verlos.
—Buenas noches —los saludó, en exceso educada, la señora Chaves, bien erguida y limpiándose las manos en el delantal que llevaba en la cintura—. Por favor, pasad.
—Hola, Paula —le dijo Anderson, acortando la distancia.
Pedro se interpuso al instante y entornó los ojos. El abogado sonrió con malicia y alzó las manos, retrocediendo. El absurdo traje y el absurdo pelo engominado enervaron a Pedro más de lo que ya estaba.
—Bueno, pues yo ya me voy —señaló Ramiro—. Espero que disfrutéis de la cena en familia. Cocinas como los ángeles, Karen. Sabrá tan bien como huele, estoy seguro.
—De eso nada, Ramiro —se negó Karen, colgándose de su brazo—, te quedas a cenar. Mi marido ha invitado al médico, y yo te invito a ti.
Ahí va la primera... Y esto no ha hecho más que empezar...
—Puedes llamarme Pedro, Karen—declaró él, tranquilo y sonriendo—. Ahora mismo estoy de vacaciones y prefiero mi nombre a secas, si no te importa —tomó de la mano a su novia y tiró para situarla a su lado. Le besó los nudillos—. Gracias por la invitación. Le doy la razón a Anderson, huele muy bien.
—Tú a mí puedes llamarme señora Chaves, doctor Pedro.
La segunda...
—Ya vale, Karen, por favor —la regañó Elias, abriendo la nevera—. ¿Una cerveza, Pedro? ¿O prefieres vino?
—Cerveza está bien.
—¿Y tú, cariño? —le preguntó a su hija—. ¿Champán rosado muy frío?
Paula, de repente, se emocionó. Se aproximó a su padre y lo abrazó.
—Mi niña... —susurró el señor Chaves, correspondiéndola.
Pedro sonrió y se acomodó en uno de los taburetes de la isla.
—Ese justo es el asiento de Ramiro—apuntó Karen, sin variar la frialdad de su sonrisa.
A él sí se le borró la suya, pero no se incorporó.
Se obligó a sí mismo a no demostrar que tal actitud lo incomodaba, en especial en presencia del ex prometido de su novia.
La tercera...
La señora Chaves se acomodó en el otro que había y lo miró, esperando a que se moviera, pero Pedro no lo hizo. Paula le ofreció un botellín de cerveza y se colocó de pie entre sus piernas, rodeando sus hombros con un brazo, para sorpresa de todos.
—¿Tampoco te piensas levantar para cederle el asiento a mi hija, doctor Pedro? —indagó Karen, frunciendo el ceño.
—Estoy muy bien, mamá —respondió ella, contemplando a Pedro, de perfil a su madre—. Estoy justo donde quiero estar.
Él envolvió su deliciosa cintura, pegándola a su cuerpo, y se inclinó, deteniéndose a un milímetro de su boca. Quería besarla, pero se dominó en el último momento por un posible rechazo.
El rubor de ella se intensificó. Paula le sonrió con timidez y...
¡Lo besó!
Fue breve, apenas un roce, pero lo dejó tiritando de amor... Esa muñeca, al fin, se había atrevido a besarlo delante de su familia y de Anderson. La besó en la nariz y dio un sorbo a la cerveza.
—Esto es una casa decente, Paula —le increpó la señora Chaves—. Que sea la última vez que te veo hacer lo que acabas de hacer.
Creo que voy a dejar de contar... No llevamos ni cinco minutos... Menuda cena nos espera...
—En cambio, cuando Ramiro me besaba, poco te importaba, ¿verdad, mamá?
Karen bufó, poniéndose en pie.
Automáticamente, el abogado ocupó su
lugar, demasiado pegado a Paula, para inquietud de Pedro.
—Así que estáis juntos —afirmó Anderson, con gélida calma—. ¿Desde cuándo, si puede saberse? Me refiero a sin esconderos.
Ella apoyó el champán con brusquedad en la encimera de la isla y giró el rostro hacia el abogado, furiosa.
—Estamos juntos desde antes de que rompieras la cerradura de mi casa, te colases con una desconocida con la que te has estado acostando en mi cama, y que dicha desconocida enviase mi coche al taller por un accidente. Y resulta que en ninguno de esos tres casos, te escuché pedirme permiso, ni para entrar en mi casa, ni para acostarte con alguien en mi cama y ni para prestarle mi coche a tu amante. ¿Te vale como respuesta?
Ramiro palideció.
Karen desorbitó los ojos.
Pedro estuvo a punto de estallar en carcajadas, aunque se contuvo a tiempo.
—¿Se puede saber qué significa eso? —exigió el señor Chaves, dedicándole una mirada oscura a Anderson.
—No sé de qué está hablando Paula, Elias —su cara se encendió de vergüenza—. Es una más de sus invenciones.
—¿Invenciones? —repitió ella, atónita—. ¿Lo que pasó ayer es una invención? Su amante, novia o lo que sea —hizo un ademán—, se llama Clara —añadió hacia sus padres—. La encontramos Pedro y yo durmiendo desnuda en mi cama. Pero hay más... —gesticuló, sin freno alguno—. Esta mañana, descubro que mi coche ha desaparecido porque la supuesta Clara se chocó con otro coche. Está en el taller. El capó y la puerta del conductor están abollados. Los faros y la luna delantera están rotos. ¡Mi coche! —se apuntó a sí misma—. ¡Mi cama! ¡Mi casa! ¡Mi vida, maldita sea! ¡A ver qué te inventas tú ahora para explicarles esto a mis padres! —lo señaló con el dedo índice, echando humo por el rostro rojo de rabia.
Bueno, creo que la cena se suspende, me apuesto lo que quieras...
Durante un eterno minuto solo se oyó el cronómetro del horno, hasta que...
—Será mejor que os marchéis —ordenó la señora Chaves—. Me refiero a ti y a tu... amigo, Paula. No te creía capaz de inventarte tal disparate —arrugó la frente—. Es increíble que vengas aquí, a la casa de tus padres —alzó una mano hacia el techo—, e insultes a un invitado, además de insultarme a mí, que soy tu madre —entrecerró los ojos—, con la presencia del dichoso médico, que está hasta en la sopa.
Su hija fue a replicar, pero su marido se le adelantó:
—Aquí el que se va soy yo. Ya no aguanto más.
Y, en efecto, Elias giró sobre sus talones y se fue de la casa. El portazo de la puerta principal retumbó en la cocina.
Anderson murmuró algo, pálido otra vez, antes de desaparecer también.
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