martes, 11 de febrero de 2020

CAPITULO 160 (TERCERA HISTORIA)




Los días pasaron sin cambios, sin mejoría, sin noticias de los señores Chaves.


No salían del ático excepto lo indispensable, que se resumía en pasear un rato por la noche, porque Pedro no soportaba verla deprimida, en la cama o en el sofá. Había hablado con sus hermanos y con sus cuñadas. Zaira y Rocio procuraban animar a Paula, pero ella fingía sonreír, disfrazaba la realidad, aparentaba que todo estaba bien cuando en el fondo sufría.


Él había tanteado el tema de las clases de yoga, pero Paula enseguida lo desestimaba, aduciendo que en agosto la gente estaba de vacaciones. Pedro decidió aguardar un par de semanas sin agobiarla.


Sin embargo, cuando esos quince días terminaron, sin besos, sin abrazos, sin caricias, sin risas, sin diversión, sin tranquilidad, sin alegría... Telefoneó a su abuela. Le contó lo sucedido en casa de los Chaves y cómo continuaba su novia desde entonces.


—Ay, Pedro... —suspiró Ana a través de la línea—. Tienes que animarla como sea.


—Eso intento, abuela...


Estaba en el Boston Common. Había salido a correr antes de cenar para despejarse. Se sentó en uno de los bancos del parque. El sol ya se escondía en el horizonte.


—¿Y si se involucra en la fiesta de tu madre? Es dentro de dos semanas. Así se distrae. Y ya conoce a los del refugio de animales.


Pedro frunció el ceño. Se había olvidado de la gala.


—Hablaré con mamá.


—Hazlo. Espera, te la paso, que estoy en casa de tus padres. Cenamos con ellos hoy.


—Gracias, abuela.


—No me las des, cielo. Y cualquier cosa que necesitéis tú y tu muñeca, llámame como hoy, ¿de acuerdo? Pero no esperes dos semanas.


—De acuerdo —sonrió.


Tenía más confianza con su abuela que con cualquier miembro de su familia. Sus padres decían que eso respondía a que Pedro era un calco, exterior e interior, de Ana Alfonso y, por tanto, abuela y nieto se entendían a la perfección sin necesidad de explicarse.


—¿Cariño? —dijo Catalina.


—Hola, mamá.


—¿Qué tal está Paula? Ya estoy enterada por Zaira de lo que pasó en casa de sus padres.


—Bueno... —resopló, revolviéndose el pelo con la mano libre—. Está hecha polvo, mamá... No sonríe y... —suspiró, desolado—. No sé qué hacer... La abuela cree que si Paula te ayuda con la gala estará mejor.


—¡Claro, hijo! Pásame su móvil y la llamo para quedar mañana con ella. ¿Te parece bien?


—No se negará, aunque no le apetezca. Pau nunca se niega a nada con nadie, salvo conmigo.


Ambos se rieron con suavidad.


—Eso es buena señal, cariño.


—Eso espero —su corazón se disparó.


—Tu Pau —enfatizó adrede— te adora, hijo. Te aseguro que tu padre y yo no podemos ser más felices por las tres nueras que tenemos, ¡las mejores! Son guapas, inteligentes, simpáticas, cariñosas y, lo más importante, se desviven por vosotros.


—Zai y Rocio son geniales. Es muy fácil vivir con ellas, mamá, igual que con Pau. A pesar de estos últimos quince días, es... perfecta... Pau es perfecta, mamá.


—Ay, cariño... —suspiró, sonora—. El fácil eres tú, tesoro, ¿cuándo te darás cuenta de lo maravilloso que eres?


—Mamá, por favor... —se removió, incómodo y sonrojado por el halago.


—Es cierto, Pedro. Nunca te lo he dicho... Os quiero a los tres por igual con todo mi ser, cielo, pero tú eres quien tiene el corazón más grande, y los de tus hermanos no caben en el firmamento de lo grandes que son, así que imagínate cómo es el tuyo...


Aquello le robó el aliento.


—Mamá... —le tembló la voz—. Gracias...


—No te desmoralices con Paula. No te separes de ella a pesar de su familia. La llamaré ahora.


—Gracias, mamá —le dio el número, se despidieron y colgaron.


Regresó al ático unos minutos después.


Encontró a Paula en la cocina, preparando la cena con Rocio y Mauro, los tres cocineros oficiales de la casa. Pedro no se acercó a darle un beso. ¿Por qué? Porque llevaba dos semanas esperando a que ella lo hiciera primero, a que tomara la iniciativa, dos semanas en las que no había recibido ni siquiera un roce al pasar a su lado.


Se sentía indefenso en su presencia. Ahora el vulnerable era Pedro. Creía estar reviviendo el pasado cercano, cuando él tocaba el timbre de su puerta una y otra vez, cuando no respetaba su decisión de no querer verlo de nuevo porque estaba prometida a otro hombre. La diferencia con respecto a ese momento, justo el mes anterior, era que vivían juntos... Quince días viviendo juntos y parecían compañeros de pisos que dormían en la misma cama, pero bien alejados entre sí.


Murmuró un saludo y se encerró en el baño para ducharse. Debajo de la cascada de agua tibia, estuvo pensando. ¿Y si la estaba agobiando? ¿Y si Paula quería soledad y no se atrevía a decírselo? ¿Y si se habían precipitado? ¿Y si Karen estaba en lo cierto y su hija jamás sería feliz con él? ¿Y si Pedro volvía a trabajar? Quizás, si comenzaban una rutina, la situación entre ellos mejoraría.


Decidido.


Se vistió con unos pantalones negros de algodón cortos y una camiseta blanca que utilizaba para estar cómodo. Descalzo, como siempre, al igual que el resto de los presentes, se dirigió al salón. Se sentó con los demás en los cojines del suelo, en torno a la mesa. Cogió a Caro en brazos y se distrajo con la niña, aunque espiaba por el rabillo del ojo a su novia.


Empezaron a cenar.


—Mañana iré al hospital —anunció Pedro antes de dar un sorbo a la cerveza.


Todos lo miraron, extrañados, menos Paula, enfrente, que no a su lado, como supuestamente prefería, cuya expresión era indescifrable.


—Creía que solo habías gastado un mes de vacaciones —le comentó ella, seria.


—Sí, pero no tengo por qué gastar los otros dos. Me los puedo fraccionar.


—¿Quieres volver al hospital? —frunció el ceño.


De repente, no existió nadie más.


—No es mala idea —contestó él, encogiéndose de hombros, fingiendo indiferencia.


Paula apoyó los cubiertos en su plato y se tiró de la camiseta que llevaba.


¿Se enfada? Increíble...


—¿Y no pensabas decírmelo?


—Te lo estoy diciendo ahora.


Tenso silencio.


—Disculpadme —se excusó Paula, levantándose—. He perdido el apetito —y se encerró en la habitación de un portazo.


Pero Pedro no se inmutó, sencillamente porque se paralizó ante tal reacción.





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