martes, 11 de febrero de 2020

CAPITULO 161 (TERCERA HISTORIA)





Paula no cabía en sí del asombro. Se había quedado dormida sola y se había despertado sola. ¿Dónde estaba su novio? En el hospital.


Ya había amanecido. De hecho, eran las diez de la mañana, tardísimo para sus costumbres, pero se había acostado muy tarde, esperando, en balde, a hablar con Pedro a solas. Era lo que había pretendido al interrumpir la cena, que él comprendiera que debían charlar en privado sobre retomar su trabajo.


Sin embargo, su novio no había reaccionado como ella esperaba. Ni ella había salido del cuarto, ni él había entrado.


Respiró hondo. Se quitó el pijama a manotazos. 


No recordaba estar tan enfadada en su vida. Se duchó. Se lavó el pelo. Se arregló con un vestido
camisero azul celeste, de cuello bebé, redondo, y mangas hasta los codos; se ajustó un cinturón fino y trenzado, de color marrón, en las caderas, a juego con el bolso; se calzó las Converse del mismo tono que la ropa; se recogió los cabellos en su característica coleta lateral con una cinta azul; y se maquilló con rímel, colorete y brillo labial. Tenía una cita con Catalina para almorzar
y quería estar presentable.


Se preparó una infusión en la cocina y se la bebió, sin variar el ceño fruncido.


—Buenos días —la saludó Zaira—. La niña se acaba de dormir.


—¿No vas al taller de Stela hoy?


—Sí, más tarde —se sirvió una taza de chocolate caliente que había en una cacerola en la vitrocerámica—. Comeré con vosotras.


Paula sonrió. Le encantaba pasar tiempo con sus dos amigas, pero en especial con la pelirroja. Sentía cierto vínculo. Rocio era muy extrovertida, Zaira era más tímida, más como la propia Paula. Y sus personalidades se asemejaban, hasta sus gustos. Tal vez, eso influía en la facilidad con que se trataban desde el principio.


—Hoy, Mauro ha empezado una guardia de cuarenta y ocho horas —hizo cómicos pucheros—. Lo voy a echar tanto de menos...


Ambas se rieron.


—¿Todo bien con Pedro? —se interesó Zai.


—Sí —respondió, escueta, girándose para fregar su taza.


—Ya...


Paula apagó el grifo y se giró. Zaira sonreía.


—No —reconoció—. No está nada bien con Pedro... —suspiró y se sentó en uno de los taburetes de la barra americana—. No creo que decidir volver al trabajo, interrumpir las vacaciones, sin consultarme, sea empezar con buen pie nuestra nueva vida juntos. Tenía que haber hablado conmigo —agachó la cabeza—. Estamos viviendo juntos. Se supone que eso significa dar un paso importante en la relación. Y que él haya decidido algo sin hablarlo conmigo, me hace plantearme si no nos hemos precipitado...


—Precisamente, Pedro es el único de los tres que piensa antes de actuar, que da un paso porque está convencido de que ese paso es bueno para los demás, no para él —se acomodó a su lado y la cogió de la mano—. Mira, Paula,
llevas viviendo aquí dos semanas. Yo también estoy aquí y no te he visto... — sonrió con tristeza—. Sé lo que es que una madre no te acepte, te lo aseguro, aunque lo que sucede entre tu madre y tú tiene solución, al contrario que en mi caso —arqueó las cejas—. Lo que te quiero decir con esto es que si Pedro ha decidido volver al hospital es por ti. Lo de tu madre te afecta mucho, como es normal, pero tienes que entender a Pedro... —respiró hondo—. No me lo tomes a mal, Paula, pero siempre huyes de él cuando tienes un problema. Él ha regresado al trabajo para darte espacio. No me lo ha dicho, pero lo sé.


—Yo no huyo de él... —pronunció ella, sin convicción.


—Puede que no, o puede que sí y no te des cuenta de que lo haces —se encogió de hombros—, pero llevo quince días viendo a Pedro como un alma en pena, y a ti, también —le apretó la mano—. Has estado, y estás, ausente. Es normal. Se trata de un problema muy grave entre tu madre y tu novio. Eres tú quien más sufre porque estás en medio. Sin embargo —le levantó la barbilla —, Pedro está un poco perdido ahora. No es la primera vez que ocurre algo y tú te alejas de él o lo rechazas.


—Yo... —tragó. Las lágrimas ya mojaban su rostro—. He sido una tonta... Ya me lo dijo una vez, que siempre hay algo que se interpone, pero... No es que huya de Pedro, es que... —dejó caer los brazos, derrotada—. Tengo miedo...


—No —se incorporó y consultó el reloj de la cocina, junto a la nevera, colgado en la pared—. Lo que tienes es tiempo —le guiñó un ojo—. Ve al hospital. Habla con él.


Paula asintió, solemne. Se incorporó y se arregló el maquillaje en el baño.


Después, abrazó a Zaira y se dirigió al hospital.




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