sábado, 15 de febrero de 2020

CAPITULO 174 (TERCERA HISTORIA)




Se sentó en la tarima y se deshizo de la ropa y de los zapatos, con esfuerzo porque no deseaba moverse un ápice. La despojó a ella del sujetador y se puso en pie. Se tumbó en el colchón, encima de Paula, y la besó, transformándose en ese momento en su esclavo, y de buen grado porque esa mujer, la más bonita de todas, no se merecía otra cosa que tenerle a él postrado a sus pies.


Adoró sus labios y su lengua durante una memorable eternidad. Bajó por su cuello, que saboreó como el más apetecible de los manjares. Por sus hombros... Por su escote... Y no se detuvo hasta que alcanzó sus senos, que masajeó con las manos al tiempo que los lamía despacio, que los succionaba, que los idolatraba, porque eran toda una belleza. 


Reemplazó las palmas por los dedos. Los frotó y tiró de ellos con el toque justo de dolor para no herirla.


Y resbaló una mano por sus curvas, por su vientre plano, por sus ingles, hacia su intimidad... Paula brincó, abriendo los muslos en un acto reflejo, un gesto que nunca fallaba cuando la acariciaba, era tan sensible y tan receptiva...


—Doctor Pedro...


Él mimó su inocencia. Y gimió, enloquecido por verla enloquecer gracias a él, solo a él... Y le mordió un seno, impaciente. Hundió los dientes en la tierna carne de su soliviantada leona, que gritó en una mezcla de placer y de molestia, una mezcla explosiva. Él regó su preciosa piel de besos indecentes, descendiendo poco a poco. Paula contuvo el aliento al adivinar lo que se proponía y enterró los dedos en su pelo.


—Por favor... —le rogó ella, arqueándose—. Pedro...


—Hace mucho que no te pruebo... ¿Seguirás igual de rica?


Pedro, al fin, posó los labios en su intimidad. Apenas fue un sutil roce, pero se abrasaron los dos... Le aplastó el trasero con ambas manos y la devoró con los labios, con la lengua, incluso con los dientes. Retuvo sus propias ansias cuanto pudo y la veneró hasta que su sensual muñeca se derritió por entero en su boca.


—Tuya... —exhaló ella en un trémulo suspiro cuando experimentó el segundo clímax—. Soy tuya...


Él rugió, orgulloso de su mujer y orgulloso de sí mismo por satisfacer a su mujer. Se arrodilló en la cama, la agarró de las caderas y la pegó a su erección, que no había disminuido ni un ápice desde que la había encontrado tumbada con ese vestido de flores unos minutos antes.


—Sigo con ganas de ti, Pau... —se restregó despacio, jadeando—. No me canso... No me sacio... Quiero hacerte el amor otra vez... Necesito estar siempre dentro de ti...


Paula sonrió entre lágrimas y extendió los brazos hacia él. Pedro la levantó, sentándola a horcajadas en su regazo. Intentó tranquilizarse escondiendo la cara entre sus cabellos, pero aspiró su fresco aroma floral adulterado con su propia esencia.


—Hueles a mí... —gimió Pedro.


—A mi héroe...


—No me dejes nunca, Pau, ni siquiera cuando creas que es la mejor opción... Yo te demostraré que la mejor opción es continuar conmigo... Te prometo que voy a hacerte feliz... Te lo prometo...


—Lo sabes —afirmó ella en un susurro al comprender sus palabras, su miedo.


—He visto el periódico, pero no lo he leído. No quiero hacerlo. Quiero que me lo cuentes tú —la besó en la cabeza—. Es eso lo que te pasaba antes, cuando me has escrito.


—He estado con mi padre hoy para recoger las denuncias de maltrato animal por lo de la proyección de la gala —recostó la cabeza en su hombro—. Me ha dicho que hace dos semanas, cinco de los siete abogados que trabajaban en el bufete presentaron su renuncia. Mary, su secretaria, me ha dicho que mi padre y Ramiro lo están investigando porque esos cinco abogados perdieron sus últimos casos antes de irse del bufete —lo miró, estaba asustada —. No creen que sea casualidad.


—¿Ramiro lo está investigando? —frunció el ceño—. Pau... ¿Y si es Ramiro quien ha organizado todo esto?


—Yo también lo creí en un principio cuando Mary me... —se ruborizó, desviando los ojos—. Yo no... —nerviosa, se puso en pie y retrocedió—. No sabía que Ramiro, tú y yo... Que en Los Hamptons... Lo de la fuente... Las fotos...


Él se rio. Se incorporó y la cogió de las manos.


—¿No sabías que estábamos protagonizando un suculento triángulo amoroso?


—Claro que no —sus mejillas ardieron aún más.
Pedro soltó una carcajada. La rodeó por la cintura con un brazo y por detrás de las piernas con el otro. La alzó del suelo, la llevó a la cocina y la sentó en la encimera.


—De lo del video me enteré por casualidad —abrió la nevera y sacó limas, limones y agua fría—. Y lo otro, estando en Los Hamptons —sacó una jarra de cristal de uno de los armarios y la llenó de agua—. Si no te lo dije fue porque pensé que no te gustaría ver y leer todo lo que publicaban de nosotros —se encogió de hombros, fingiendo indiferencia, cuando, en realidad, le preocupaba que Paula se enfadara por habérselo ocultado—. Y también
porque no te gustan las fotos —se dedicó a preparar la limonada en silencio.


—Me gustan —musitó ella, colgándose despacio de su cuello—. Las fotos en las que salimos tú y yo. Me gustan mucho —se mordió el labio—. Mary me dijo que me miras como si yo fuera tu universo.


Él se giró y se situó entre sus piernas.


—¿Y crees a Mary, Pau? —deslizó las manos hacia su espalda, instándola a no dejar un solo centímetro de aire entre ellos. Sus senos se aplastaron contra sus pectorales—. ¿Crees que eres mi universo?


—Me dijiste una vez que yo era tu mundo y tu refugio —pronunció en un tono apenas audible.


—Te lo dije la primera vez que hicimos el amor.


—Me lo dijiste la quinta vez que hicimos el amor —lo corrigió ella, peinándole con los dedos—, porque tú me dijiste en una ocasión, en la ducha concretamente, que había muchas formas de hacer el amor y que me las enseñarías todas.


—Tienes razón —sonrió—. Y todavía nos quedan más.


—¿Ah, sí? —lo sujetó por la nuca, acercándolo a su boca—. ¿Cuándo me enseñarás más... —hizo una pausa adrede para añadir—: doctor Pedro?


Pedro se le borró la sonrisa. La escuchaba llamarlo así y se mareaba.


—¿Luego? —ronroneó Paula, antes de chuparle el labio inferior—. ¿O ahora... mismo? —dirigió los labios por su mandíbula hacia su oreja. La
mordisqueó—. Doctor Pedro... 


Pedro se descontroló... La tomó por el cuello para devorarla, pero ella se retiró a tiempo.


—Odio que me niegues un beso, Paula —rechinó los dientes.


Paula sonrió con picardía y le empujó el abdomen con el pie. Él retrocedió, se cruzó de brazos, confuso y enojado porque no comprendía nada y detestaba estar en la ignorancia, pero su novia podía hacer lo que quisiera con él en ese momento porque Pedro se lo permitiría, así de simple.



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