sábado, 15 de febrero de 2020
CAPITULO 175 (TERCERA HISTORIA)
Entonces, ella se bajó al suelo de un salto.
Corrió al salón, desnuda, sin ningún pudor, y conectó el iPod. Y regresó a la cocina.
La voz de Whitney Houston comenzó el tema I will always love you.
—Es mi canción favorita —le confesó, ruborizada y tendiéndole la mano —. ¿Bailas conmigo, por favor? La he puesto en modo repetición, espero que no te importe. Pararemos cuando quieras, si quieres bailar, claro...
Todo rastro de enfado se desvaneció al notarla tan tímida. Él asintió, serio.
Tragó, emocionado, no pudo evitarlo. Aceptó el gesto y la llevó al centro del salón. Colocó la mano derecha de Paula en su corazón, apresándola con la suya; posó la otra en la parte baja de su espalda. Ella descansó la cabeza en su pecho. Y empezaron a moverse al ritmo de la preciosa canción, una canción que en ese instante se convirtió también en su preferida.
Ambos cerraron los párpados y se mecieron lentamente, ajenos a la realidad, atrapados en su universo particular. Whitney Houston cantó tres veces I will always love you mientras ellos bailaban en la misma posición, en silencio. Pedro estaba impresionado por su indomable corazón, que bombeaba tan fuerte y ensordecedor como el de su muñeca.
—Discutí con mi madre hoy —le dijo Paula en voz baja.
—Por mí —afirmó Pedro en un áspero susurro.
—Creo que está celosa de ti. Lo he estado pensando y creo que es eso — respiró hondo, tranquila—. No la culpo. Está dolida porque me fui de su lado cuando murió Lucia, porque cuando me desperté del coma me apoyé en ti sin apenas conocerte y porque estoy viviendo con tu familia, no solo contigo. Está celosa. Ramiro le dijo que la estoy reemplazando por tu madre, y más cosas que no me contó —permaneció unos segundos callada—. Me ha pedido tiempo, pero no se lo voy a dar.
Pedro arrugó la frente.
—No —continuó ella—. Es cierto que los abandoné cuando más me necesitaban al morir mi hermana. Ahora mi madre me necesita otra vez porque cree que la he reemplazado y no es cierto. Es mi madre y no la fallaré. Han pasado muchas cosas en muy poco tiempo. Y en cuatro años apenas he estado con ella unos meses. Por desgracia, suceden cosas que no podemos evitar ni controlar. El destino es cruel cuando quiere... La muerte de Lucia, mi huida a China, mi accidente... Mi madre se siente sola sin mí y no voy a consentir que Ramiro siga haciéndole más daño, porque es él quien le mete esas ideas en la cabeza, es él quien la manipula, quien la pone en mi contra y en la tuya. Es malo... —sufrió un escalofrío—. Es muy malo...
—Lo es.
—Las personas malas, ¿pagan por sus actos? Porque mi hermana era buena y murió. Yo no me considero mala y estuve un año y medio en coma... —se le quebró la voz—. Pero Ramiro sigue y sigue y sigue...
Aquellas palabras lo angustiaron.
—Eres la mujer más buena de este mundo, Pau, la mejor...
—Sé que mi madre te aceptará, porque la mejor persona del mundo no soy yo, lo eres tú, Doctor Pedro. Es tan fácil quererte...
Pedro sonrió, con una indescriptible dicha recorriendo su interior. La besó en el pelo. Paula depositó un suave beso en su pecho como respuesta al suyo.
Se miraron con los ojos brillantes.
—El uno... —dijo Paula.
—Para el otro.
Se inclinaron a la par. Sus labios se encontraron a mitad de camino. Ella se alzó de puntillas y se abrazaron. Abrieron sus bocas y, despacio, las enlazaron. Sus almas se vincularon y sus corazones se convirtieron en uno... inquebrantable. Se besaron al compás de la melodía de fondo que se transformó en el bombeo del único palpitar.
Él acarició su piel con las yemas de los dedos. Paula emitió un gemido entrecortado, a la vez que ascendía las manos por sus brazos, por sus hombros, por su nuca, hasta sus cabellos. Pedro, sin aliento por los delicados mimos que recibía, bajó las suyas hacia su trasero, que silueteó para apresarlo, moldearlo y levantarla paulatinamente del suelo. Ella lo rodeó con las piernas a idéntico ritmo.
Ambos sabían que el tiempo se había suspendido, que el tiempo les había concedido un maravilloso soplo de inmenso amor. No existía hora, ni día, ni noche. No existía nada que no fuera ese momento, ese beso, esa caricia... Y lo atesorarían porque se amaban con locura, con pasión, con agonía. Los miedos, las dudas y los problemas se relegaron al olvido. Lo que estaban sintiendo, los sonidos ininteligibles que articulaban y las respiraciones enardecidas los llevaron al cielo... y continuaron subiendo hacia el firmamento.
Él se arrodilló y la tumbó en la esterilla rosa. No despegó la boca de la suya, era impensable tal hecho. Se apretaron el uno al otro. Y se enterró profundamente en ella.
Se estremecieron...
Temblando, entre sollozos, se amaron con intensidad una sagrada eternidad... en el cielo.
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