domingo, 16 de febrero de 2020
CAPITULO 177 (TERCERA HISTORIA)
En el dormitorio, Pedro cogió una de las dos bolsas grandes que había en una esquina y se la entregó.
—Toma. Pensé que podíamos quedarnos el fin de semana aquí. Te he comprado tres vestidos, ropa interior, una cazadora vaquera y tres pares de bailarinas —se revolvió el pelo, nervioso y sonrojado—. Espero que te guste.
Paula abrió la bolsa con manos temblorosas.
—doctor Pedro... —sollozó—. No hacía falta que me compraras nada. Podíamos haber ido a casa y preparar una maleta.
—Bueno, dado que tus braguitas y mi camisa se rompieron misteriosamente... —sonrió, tierno—. Y me apetecía regalarte algo.
Ella lo abrazó y rio entre lágrimas. Él la correspondió con fuerza, estrujándola.
—Yo también me compré unos vaqueros, un par de jerseys, camisetas y Converse —añadió, la besó en los labios y se metió en el baño para ducharse.
Paula sacó la ropa nueva de la bolsa. Los tres vestidos, de seda, eran diferentes entre sí, aunque del mismo color: rosa pálido casi blanco; el primero tenía la espalda al descubierto, mangas hasta los codos y era más largo por detrás que por delante; el segundo era drapeado hasta las caderas y suelto hasta la mitad de los muslos, con las mangas muy cortas y el escote en forma de corazón; y el tercero era ajustado como un guante, cerrado en el cuello, mangas estrechas hasta las muñecas y poseía un fino cinturón de lentejuelas plateadas en las caderas. Había unas bailarinas a juego con el tercer traje, otras lisas con un gran lazo en la puntera para el primer vestido y un tercer par, sencillas y con el talón al aire para el segundo, que fue el conjunto que decidió.
Cogió un sujetador y unas braguitas y entró en el servicio. Él abrió la pequeña mampara, estiró el brazo y la agarró.
—Pedro... —se quejó sin convicción.
Paula acabó en la ducha. El espacio era reducido, apenas cabían los dos.
Pedro cogió el champú y empezó a extenderlo en su pelo. Se sintió mimada y repleta de atenciones. Dejó que enjabonara su cuerpo y aclarara sus cabellos. El problema era que esas caricias, aunque no contenían ninguna intención sexual, alteraron su respiración. Siempre. Y él se percató porque la giró, apoyó sus manos en los azulejos y le retiró los mechones empapados del cuello para chuparla a placer.
—Pedro... —jadeó, bajando los pesados párpados.
—No —la sujetó por las caderas, clavándole los dedos, posesivo y furioso.
—Doctor Pedro...
—Eso sí —colocó una rodilla entre sus piernas, separándolas—. No grites —posó una mano en su vientre y presionó, incitándola a arquearse—. Será rápido... Tengo tantas ganas de jugar con mi muñeca... —resopló en su oído, como un poseso—. Si no fueras tan bonita... —guio la erección hacia su intimidad, desde atrás—. Si no estuvieras tan rica... —gimió, penetrándola poco a poco—. Joder... Joder, Pau... Joder...
—¡Pedro! —se asfixió. Su cuerpo se sacudió de infinito placer.
—No grites —le tapó la boca con una mano y la embistió pausada, pero agudamente—. Joder... Paula... No puedo... dejar de... amarte... Sobre todo así... en esta postura... Me... Joder... —su frente cayó en el hombro de ella—. Me encanta...
Y ella quebrantó su orden, porque gritó en cada acometida como una loca que no sabía ni podía contenerse, aunque el chorro del agua y la mano de Pedro amortiguaron sus ruidos. Y se derritió... Él la ciñó con el brazo con fuerza al notar cómo se le doblaban las piernas, y aceleró el ritmo.
—Paula... —gruñó antes de hundir los dientes en su piel—. Necesito... besarte...
La giró con rapidez, la apoyó en la pared, le alzó una pierna a su cadera y la besó, enterrándose de nuevo en ella sin ninguna delicadeza. Paula se aferró a su cuello y lo recibió con desesperación, la misma desesperación que demostraba Pedro al embestirla con tanto ímpetu. Los besos imitaron sus fieros movimientos. Y juntos, a la vez, perecieron en el infierno...
Se secaron y se dirigieron al dormitorio para vestirse.
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