domingo, 16 de febrero de 2020

CAPITULO 178 (TERCERA HISTORIA)






Paula se colocó la ropa interior nueva, rosa, lisa y de algodón. Cogió el vestido drapeado. Al quitar la etiqueta, desorbitó los ojos.


—¡Me has comprado un vestido de cuatro mil dólares!


—Joder... —masculló él, arrebatándole el papel donde aparecía el precio y la talla—. La etiqueta está mal, no hagas caso —mintió, ofreciéndole la espalda mientras se ajustaba los vaqueros, ignorándola.


—¿Que la etiqueta está mal? ¡Me has comprado un vestido de cuatro mil dólares! —no daba crédito. Entonces, comprobó las demás etiquetas y sumó mentalmente—. Ay, cielos... ¿Te has gastado quince mil dólares en mí? No. Ni hablar —guardó todo en la bolsa—. Lo vas a devolver.


—No —frunció el ceño y se cruzó de brazos.


—Claro que sí. Haz el favor. ¿Estás loco? —gesticuló al hablar. El corazón le latía a la velocidad del rayo por los nervios—. Lo estás, definitivamente, lo estás.


—¿Te gusta o no? —inquirió Pedro, molesto e incómodo.


—¡Pues claro que no!


El semblante de él se cruzó por el dolor. Paula contuvo el aliento. Le encantaba todo, pero no lo que le había costado.


En ese momento, recordó algunas palabras de Pedro desde que empezaron a ser amigos. Él le había confesado su miedo a decepcionar a las personas que amaba, que se había esforzado siempre en agradar a su familia. 


Quería comprarles una casa a sus hermanos porque era su manera de agradecerles el simple hecho de estar a su lado siempre. Y ahora con ella, regalándole quince mil dólares en ropa... No había que pensar demasiado para entender tal cuantioso gasto de dinero. Sin embargo, Pedro no tenía que agradecerle nada, ¡nada!, ¡al contrario!


Pedro... —se acercó despacio—. No puedes gastarte tanto dinero. Es demasiado. Y tengo mucha ropa. Yo no... —se retorció las manos—. No me gusta que me compres cosas tan caras. Ya me regalaste un iPhone, unas Converse, un peluche gigante, hasta una botella de champán rosado que valía quinientos dólares, sin contar con la de Hoyo, y ahora esto... Yo tengo dinero, tengo ahorros, pero no... —se ruborizó—. No se puede comparar mi dinero con el tuyo, lo sé, pero... A mí también me gustaría regalarte más cosas y no puedo hacerlo si tú te gastas en mí tanto dinero de golpe. Yo... —agachó la cabeza, abatida—. Pedro, yo... —suspiró—. Si tú me regalas tanto, yo siento que jamás podré... Que yo nunca... —se detuvo, incapaz de expresarse con claridad.


—Lo he hecho porque he querido, Pau—acortó la distancia y la tomó de las mejillas—. Me hacía ilusión —sus pómulos estaban teñidos de rubor y su voz estaba rasgada por la emoción—. Te aseguro que no pretendo demostrar cuánto dinero tengo, mucho menos hacerte sentir inferior a mí. Lo siento — sonrió con tristeza—. Lo devolveré si te hace sentir mal, te lo prometo. Lo último que quería era herirte... —la soltó y se giró con los hombros hundidos.


Paula sollozó y lo abrazó al instante.


—Perdóname tú a mí... —se disculpó ella, temblando—. Lo siento... Me encanta todo... No lo devuelvas, por favor...


Pedro se dio la vuelta y la envolvió entre sus protectores brazos. La cogió en vilo y se sentó en la cama.


—Lo siento, Pau. No pensé que pudieras sentirte así. Si te digo la verdad... —respiró hondo, tranquilo—. Eres la única persona con la que soy yo mismo. No me veo obligado a demostrarte nada, a agradecerte nada o a ocultarte nada. Todo lo que he hecho, todo lo que te he dicho, desde que te di el alta, te aseguro que ha sido sin pensar. Contigo no actúo, contigo me comporto según me sale... —suspiró— del corazón.


Paula lo miró, conmovida por su declaración.


—doctor Pedro... —lo besó en los labios—. No me pidas perdón. Soy una tonta... —se avergonzó, bajando la barbilla—. Soy una niña... Perdóname tú a mí...


— Eres una muñeca —la corrigió Pedro, acunándola en su cálido pecho.


—Tu muñeca.


—Mi muñeca —la besó en la cabeza—. Tus padres tienen que estar desquiciados, sobre todo, tu madre...





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