martes, 18 de febrero de 2020

CAPITULO 184 (TERCERA HISTORIA)





—Buenas noches a todos —saludó al gran salón.


Le temblaban las manos. Sudaba. Inhaló aire. Buscó a su héroe. Él sonreía, y le transmitió esa paz que tanto necesitaba Paula en ese instante. Pedro movió los labios: te amo, le dijo. Ella, entonces, sonrió, sintiendo ese mariposeo revolucionando su interior.


Una doncella encendió la pantalla. Las lámparas se apagaron y un único foco alumbró a Paula. Cogió el mando, pensó en Lucia e inició la proyección.


Durante media hora, habló sobre el maltrato animal, sobre la importancia de erradicar el problema, sobre la injusticia a la hora de condenar a los culpables, sobre las infinitas denuncias que se archivaban por el mero hecho de que la víctima era un animal y no una persona, sobre la necesidad de cuidar a un ser vivo como podía ser un roedor, un perro, un gato... sobre el cariño, la bondad e, incluso, la dicha que uno experimentaba al atender a criaturas abandonadas que no deseaban otra cosa que ser amadas.


—La construcción del edificio —concluyó, con las manos apoyadas en el atril, observando a los invitados— es solo el principio, no es la solución, porque la solución depende de cada uno de nosotros. Dicen que cada ser viene al mundo con un propósito y que cuando lo cumple se marcha. Bueno, pues a eso yo añado —los señaló con el dedo— que ampliemos ese propósito ayudando no solo a las personas que nos rodean, sino también a los animales, esos seres mágicos que se convierten en nuestros mejores amigos sin esperar nada a cambio —sonrió con tristeza—. La vida es injusta, hablo por propia experiencia. Hagamos, entonces, un mundo mejor. Entregar amor no cuesta.Gracias por escucharme. Gracias por estar aquí. Gracias por apoyar esta causa.


Los presentes se levantaron de los asientos para ovacionarla.


Encendieron las luces.


Paula soltó el aire que había retenido. De repente, unos protectores brazos la levantaron del suelo y la aplastaron contra un cuerpo cálido y duro que reconocería con los ojos vendados.


—Eres increíble, Pau —le susurró Pedro al oído—. Estoy muy orgulloso de ti.


Aquello la conmovió.


Él la giró y la besó, abrazándola con fuerza. Ella le devolvió el beso entre lágrimas.


La familia Alfonso al completo los rodearon. Se abochornó por tantas muestras de cariño que recibió.


—¡Mi niña! —exclamó su padre.


—¡Papá! ¡Mamá!


Paula corrió hacia Elias y Karen, que la recibieron con los brazos abiertos.


—Deberías terminar Derecho, tesoro —le dijo su madre, emocionada—. La pasión con la que hablas es la misma que la de tu padre.


Elias besó a Karen en la mejilla como respuesta.


Sin embargo, el maravilloso momento se ensombreció por culpa de cierto abogado rubio y engominado que surgió ante ellos.


—Paula —la saludó Anderson con una petulante sonrisa.


—Ramiro.


—Felicidades por tu discurso.


—Gracias.


Sus padres no sabían adónde mirar.


Entonces, unos labios besaron su sien.


—Doctor Pedro —siseó Ramiro, tendiéndole la mano. Sus ojos se tornaron gélidos, más de lo habitual—. Siempre es un placer.


—No puedo decir lo mismo —contestó Pedro, rechazando el saludo—. ¿Os apetece una copa? —añadió a los tres Chaves.


Paula y Elias ignoraron a Anderson. Karen, en cambio, contempló al abogado con lástima.


—¿Qué tal, Ramiro? —se interesó su madre.


—Nosotros nos vamos —anunció Paula, enfadada, empujando a Pedro hacia la barra que habían dispuesto a la izquierda—. No entiendo qué es lo que ve mi madre en él...


—Bueno, si supiera...


—No —lo cortó ella al adivinar sus palabras—. Quiero una copa de champán rosado.


—Ya te has tomado una antes, ¿no crees que es mejor algo sin alcohol? — sugirió él, sonriendo con dulzura.


Pero Paula se enojó aún más y comenzó a estirarse el vestido.


—¿Se puede saber qué problema hay en que beba alcohol? ¿Desde cuándo te pareces a él?


Pedro gruñó.


—No me compares con ese gilipollas —se cruzó de brazos, indignado—. Te lo digo porque no has comido desde el desayuno de lo nerviosa que estabas. Si bebes alcohol con el estómago vacío, te vas a marear.


Ella suspiró sonoramente.


—Tienes razón, Pedro. Perdona... —agachó la cabeza, abatida—. Odio verlo... Y odio ver a mi madre atenta a él...


—Eso es algo que tendrás que aceptar, Pau —le alzó la barbilla y la besó en la comisura de la boca—. Ramiro es la mano derecha de tu padre y como un hijo para tus padres. Por cierto, ¿has hablado con tu padre?, ¿sabes algo de la investigación?


El camarero les sirvió un refresco sin alcohol para Paula y un gin tonic para Pedro.


—No. Y mi madre tampoco me ha dicho nada. Al menos, esta semana no se ha publicado nada del bufete.



No hay comentarios:

Publicar un comentario