martes, 18 de febrero de 2020

CAPITULO 183 (TERCERA HISTORIA)




Como todo buen caballero, Pedro la ayudó a descender del coche cuando pararon en las puertas del hotel. Enlazó una mano con la suya y atravesaron la alfombra roja, a continuación de los invitados de la gala que iban delante de
ellos. Numerosos flashes los cegaron. Los periodistas los llamaban por sus nombres para que les prestasen atención. Sonrieron y prosiguieron el sendero hacia el hall del hotel.


Descendieron a la planta inferior por las escaleras del fondo. Un amplio corredor con gruesas columnas en el centro simulando dos senderos conducía al gran salón, donde se llevaría a cabo la fiesta.


Notó la mano de Paula sudorosa.


—¿Estás nerviosa? —le preguntó él, deteniéndose.


—Un poco... —admitió, pálida—. Nunca he hablado delante de tanta gente. En la universidad teníamos que hacer exposiciones orales, también simulábamos juicios en algunas asignaturas, pero quinientas personas son muchas personas... —agachó la cabeza—. Y no sé si la proyección está bien hecha, no sé si...


Pedro la besó, acallando sus palabras.


—Lo harás muy bien, Pau —la besó otra vez, acariciándole los labios con el pulgar—. ¿Sabes por qué? Porque eres una leona blanca. Y según las creencias africanas, los leones blancos son seres divinos que otorgan la felicidad a cualquiera que se cruce en su camino, es decir, que, teniendo a todos felices a tu paso, nada has de temer. Les encantará tu exposición porque se enamorarán de ti nada más verte, sobre todo, hoy —la repasó de los pies a la cabeza—. Eres la mujer más hermosa del universo, Pau.


Ella sonrió, deslumbrante.


—Mi héroe... La más hermosa de tu universo —le rozó los mechones que le caían por la frente—. Te has peinado.


—Por ti.


Se besaron de nuevo.


Y continuaron hacia casi el final del pasillo. A la derecha, un mayordomo a cada lado flanqueaba la doble puerta abierta, erguidos, les saludaron con rígidas inclinaciones de cabeza, a las que ellos respondieron de igual modo.


Gran parte de los invitados disfrutaban ya de una copa de champán con sus respectivos trajes de gala: esmoquin para los hombres y vestidos largos para las mujeres.


Nada más entrar, a la izquierda, había dos doncellas que custodiaban un cofre de madera donde los presentes depositaban los cheques para la causa de la fiesta benéfica. En las dos terceras partes del espacio se disponían las mesas para la cena, con los nombres de cada uno escritos a mano en una etiqueta sobre la porcelana blanca, sencilla y brillante de la vajilla.


Al fondo estaba la orquesta, en la esquina derecha, que amenizaba con música instrumental. En el centro de la pared, se disponía una pantalla blanca.


Frente a la misma, estaba el proyector y el portatil cerrado de su novia, junto a un atril, las tres cosas sobre un podio de terciopelo rojo. A la izquierda, Catalina, Bianca, Denise, Sabrina, Zaira y tres mujeres más, charlaban en un círculo.


Pedro acompañó a Paula hacia el rincón.


—¡Cariño! —la saludó Catalina, abrazándola—. Tus padres ya están aquí.


Llegáis un poquito tarde, ¿no? —señaló su cuñada, con cierta picardía.


Él le guiñó un ojo y la besó en la mejilla.


—Estás preciosa, Zai.


De aspecto menudo y cabellos de fuego, Zaira solía vestirse en las galas del color favorito de Mauro, en tonos grises. Era una mujer llamativa, no solo por el pelo o sus ojos azul turquesa, sino porque sabía arreglarse. En realidad, sus dos cuñadas eran muy atractivas, pero, como su muñeca, ninguna...


—¿Y tu marido?


—Con Manuel y Rocio, pero no sé dónde están.


Pedro dejó a Paula preparándose y buscó a sus hermanos. Hablaban con su padre.


Rocio, en efecto, estaba guapísima, tal como había sospechado Pedro. Su voluptuosa anatomía y el brillo especial de sus ojos marrones, un brillo que se había intensificado desde que se habían enterado de que estaba embarazada, acentuaban su belleza angelical. Vestía de azul marino, en honor a su marido.


—Creo que en los últimos tres meses te he visto más veces peinado que en toda tu vida, hijo —bromeó Samuel, levantando su copa en un brindis.


Los presentes soltaron una carcajada.


—¿Y eso? —se interesó Manuel, agarrándolo de la muñeca—. ¡Joder, es genial!


—Me la ha regalado Pau.


—¿Es tu anillo de compromiso? —insinuó el travieso de su hermano. Todos se unieron a la broma, avergonzándolo.


Unas azafatas lo rescataron, indicándoles su mesa correspondiente para la cena. Pedro caminó hacia el proyector.


—Pau —le susurró a su novia al oído.


Ella se giró, seria. Él se rio por lo atacada que estaba.


—Todo irá bien. Vamos a cenar.


Paula asintió. Pedro la besó en el cuello para que se relajara.


—Me encanta tu peinado hoy, muñeca —la besó otra vez, pero utilizando la punta de la lengua—. Siempre podríamos saltarnos la cena. Quiero comerte a ti...


Su novia sonrió, al fin, enroscándole los brazos en la nuca, se alzó de puntillas y lo besó en los labios. Y Pedro se perdió... Los dos se perdieron... hasta gimieron, estrechándose con abandono, fundiéndose en un beso increíble que los dejó tiritando.


—Joder... —siseó él, apoyando la frente en la de ella, sujetándola por las mejillas—. Te secuestraría, te lo prometo... Pero no lo haré porque sé lo importante que es esta gala para ti —respiró hondo para serenarse. La besó en el flequillo—. ¿Tienes hambre?


Ella negó con la cabeza de forma frenética. Pedro sonrió.


Se acomodaron con Mauro, Zaira, Manuel, Rocio, Dani, Mauricio y Lucas.


La cena fue muy divertida. Todos le gastaron bromas a Paula para relajarla, tan nerviosa que ni siquiera probó bocado. Él pidió una copa de champán rosado para que se calmara y ella se la bebió de un trago, para asombro de los presentes. Estallaron todos en carcajadas, 


incluida Paula.


Después del postre, pidieron unos gin tonic en la sobremesa.


—Atención, por favor —dijo Catalina a través del micrófono del atril.


La estancia se silenció para escucharla.


—Muchas gracias a todos por asistir a esta gala, damas y caballeros. Me gustaría presentarles a una mujer muy especial —sonrió—. Mi hijo pequeño dice que es una muñeca de lo bonita que es. —El salón se rio—. Yo os puedo asegurar que es cierto —levantó una mano, para enfatizar—, porque no solo es bonita en su exterior, sino también en su interior. Es una de las personas más buenas que he tenido el placer de conocer, que sabe lo que es cuidar a un animal que, por desgracia, ha sido maltratado —adoptó una postura grave—, que es, precisamente, por lo que estamos aquí. Con todos ustedes, Paula Chaves.


Los quinientos invitados prorrumpieron en aplausos. Sus hermanos, sus amigos y sus cuñadas la vitorearon.


Pedro se incorporó y le tendió una mano. Paula lo miró asustada y aceptó el gesto. Él la acompañó hasta el estrado, a dos metros de la mesa. Besó sus nudillos y la ayudó a subir al podio. Le guiñó un ojo. Ella sonrió con timidez y el color retornó a su precioso rostro.


Regresó a su asiento, henchido de orgullo y admiración.


Mañana compro las Converse perfectas. Esta muñeca se casará conmigo.



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