lunes, 30 de septiembre de 2019

CAPITULO 71 (PRIMERA HISTORIA)




—¡Dios mío! —gritó Paula, cubriéndose la boca con las manos.


—Baja la voz —la regañó Rocio, inclinándose.


—Perdona... —apoyó los brazos en la mesita redonda.


Moore le había escrito un mensaje a las cuatro y media de la madrugada para desayunar juntas; Paula lo había leído cuando se había despertado, a las nueve. Quedaron a las diez en una cafetería en North End, donde vivía Moore, el barrio más entrañable de Boston, de influencias italianas y con una gran reputación culinaria. Los edificios eran de ladrillo rojo y con persianas negras, y las cafeterías poseían toldos verdes para proteger del sol las terrazas, aunque ese día se había escondido entre nubes que anunciaban una inminente tormenta.


—Ha sido en el ascensor —le confesó Rocio, removiendo el café con la cucharita, seria y pálida.


—¿Do...? ¿Dónde? —tartamudeó Paula, que no cabía en sí del asombro.


Moore la miró con la frente arrugada. Las ojeras revelaban lo poco o nada que había dormido, aunque su belleza angelical persistía.


—En el ascensor, Pau... ¡En el ascensor! —emitió en un tono demasiado agudo. Rápidamente, agachó la cabeza—. Reza para que no me quede embarazada...


—Solo lo habéis hecho una vez, ¿no? —susurró, inclinándose.


Su amiga estalló en carcajadas, avergonzando a Paula, que se sintió una estúpida sin experiencia.


—Perdóname —se disculpó Rocio, enseguida—. Siento haberme reído — suspiró—. No ha sido solo una vez —cerró los ojos—. Te juro que no sé qué me pasó... ¡Yo nunca he hecho algo así! —se lamentó. Inhaló aire y lo expulsó con excesiva fuerza. Elevó los párpados—. ¿Qué hago, Pau?


—¿De verdad me lo estás preguntando a mí —sonrió ella—, que no tengo ni idea de lo que es... —se sonrojó—hacer el amor?


—Te aseguro que lo de anoche no fue hacer el amor... —le aclaró Moore.


—¿Habéis hablado? —dio un sorbo al chocolate caliente.


—¡No! —chilló, horrorizada.


—Tranquila —la tomó de la mano—. ¿Y la píldora del día después?


—Me la he tomado antes de venir aquí. Cruzo los dedos. ¡No puedo esperar casi un mes! —se desesperó, recostándose en la silla.


En ese momento, vibró el móvil de Pau, junto a su taza. Sonrió al ver en la pantalla el nombre de quien la estaba llamando. Su vientre sufrió un exquisito pinchazo. Descolgó.


—Buenos días, doctor Alfonso —se mordió el labio.


—Hola, bruja.


Ella suspiró, cautivada. Adoraba su voz grave y profunda, pero más adoraba que la apodara bruja...


—Ya voy a buscarte, solo quería avisarte, por si se te había olvidado.


—¿Olvidarme de qué? —le preguntó, traviesa.


—De que hoy eres mía.


Paula meneó despacio la cabeza, con el cuerpo palpitando por tales palabras.


—Estoy... —tragó—. Estoy en una cafetería del North End.


—¿Con quién? —utilizó un tono brusco.


—¿Estás celoso, doctor Alfonso? —jugueteó con la servilleta de papel, arrugándola sin darse cuenta—. Estoy con Rocio.


—¿Moore?


—Sí.


—Interesante... ¿Quieres que te recoja más tarde?


Pau miró a su amiga, que sonreía con picardía.


—No. ¿Dónde quedamos? —le dijo a Pedro, notando cómo se le chamuscaban las mejillas.


—Mándame la ubicación en un mensaje.


—Sí, señor mandón.


—No te imaginas lo mandón que puedo llegar a ser... Ahora nos vemos.


—Muy bien, doctor Alfonso.


Colgaron.


Le mandó la ubicación y apoyó el teléfono en la mesa. Suspiró por enésima vez.


— Por lo visto, va viento en popa, ¿no? —preguntó Rocio—. Ayer dejó bien claro lo mucho que le importas —apuró el café.


—Bueno, en realidad no sé cómo va... —musitó ella, con la vista fija en la mesa.


—Estás enamorada de él —afirmó.


Paula no respondió a eso, pero se desahogó:


—Me da miedo... —habló en voz baja—. Me saca catorce años, Rocio, es una diferencia bastante grande, y más si contamos con que no tengo experiencia de ningún tipo en cuestión de hombres.


—Si te sirve de consuelo —sonrió con cariño—, el doctor Alfonso es la comidilla del hospital. Todo el mundo comenta lo despistado que está en las últimas semanas —soltó una risita.


—¿Y eso? —se preocupó.


—Está ausente —se encogió de hombros, coqueta—, su mente se encuentra lejos y, a veces, se queda embobado. Está distraído.


—¡Eso es terrible! —frunció el ceño—. ¿Qué le pasa?


—¿Tú qué crees, Paula? —arqueó las cejas.


—¿Yo...? —se ruborizó.


—El director West siempre dice que el cerebro y el corazón van de la mano y que, si uno falla, el otro, también —ladeó la cabeza—. ¿Puedo preguntarte algo? —adoptó una actitud seria.


—Claro —accedió ella, observándola con curiosidad.


—¿Habéis hecho algo más que... —carraspeó— besaros?


Paula palideció.


—Vale —asintió Rocio—, es suficiente como respuesta... ¿Y alguna vez te has liado con un chico? Has dicho que acostarte no, pero ¿alguna... caricia de algún chico en el instituto, por ejemplo?


—No... Mi primer beso fue con Pedro. Lo sé —respiró hondo—, es patético.


—No lo es —le apretó el brazo—. Por mucho que digan que los hombres prefieren una mujer con experiencia —sonrió con dulzura—, respetan y admiran la inocencia, aunque la mayoría no lo reconozca —agregó en un tono triste.


—Siento cosas que nunca he sentido... Me asusta... —flexionó los brazos y descansó la barbilla en el dorso de sus manos entrelazadas. Contempló el exterior a través de la ventana que había detrás de su amiga—. No dejo de pensar en él, en besarlo, en que me abrace, porque me encanta estar entre sus brazos... —sus mejillas ardieron mucho más que antes. Sus ojos se perdieron en el infinito—. En lo que sería sentirse amada por él... En si, alguna vez, llegará a quererme como lo quiero yo... En si esto es un juego o no para él... —arrugó la frente—. No sé qué pinta un hombre como él conmigo.


—Es pronto para que encuentres las respuestas a esas preguntas —susurró, tan alejada como Paula de aquella cafetería—. Tendrás que esperar a ver qué pasa, adónde os conduce esto, y dejarte llevar, porque si no te dejas llevar, no sabrás si sale bien o no.


—Créeme que no hago otra cosa que dejarme llevar —declaró con una sonrisa tímida—. Pedro... —resopló, acalorada— es tan... autoritario...


—Y te encanta —emitió una sonora carcajada.


—¡Sí! —contestó Pau, entre risas.


—Georgia Graham es una mala mujer —chasqueó la lengua—. Bruno me dijo que Alejandra es una arpía de doble cara, que siempre ha querido el dinero de su hermano, digna hija de su madre.


—Pero —frunció el ceño— los Graham tienen muchísimo dinero. Son una familia muy poderosa, lo sé por Catalina.


—Pues, a lo mejor, solo es apariencia —sonrió sin humor—. A lo mejor, están arruinados, pero jamás lo reconocerán porque la gente como ellos lo último que desea es que su reputación caiga en picado.


—Además —continuó Paula—, Ernesto Sullivan, el que estuvo sentado a mi lado en la cena, es un hombre también poderoso. Estuvo prometido con Alejandra. Según Pedro, basa su vida en aumentar su fortuna, y vive en Suffolk, un barrio muy lujoso. No... —murmuró, pensativa—. Debe de haber otra razón... —se golpeó el mentón—. A ver —se irguió—, Pedro es atractivo, famoso y
proviene de una familia de prestigio, pero Ernesto, también. ¿Por qué Alejandra abandonaría a Ernesto, pocos meses antes de la boda, por Pedro?


—Quizá, está enamorada de él, y nunca lo estuvo de Ernesto.


Podría ser. Los Graham eran amigos de los Alfonso desde hacía años. Los celos la inundaron. Alejandra y Pedro se conocían desde niños...



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