viernes, 11 de octubre de 2019

CAPITULO 107 (PRIMERA HISTORIA)




Vieron la televisión, aunque no le prestó atención a nada que no fuera su inquietante interior. Manuel y Bruno no aparecieron, estuvieron solos, pero la tensión era demasiado grande, y, cuando llegó el momento de arreglarse, la situación se tornó insostenible para Paula.


En el dormitorio, la maleta se encontraba abierta en el suelo y el vestido, extendido sobre la cama, con las medias, la ropa interior y el neceser. Los tacones descansaban a los pies de la cama.


Supuestamente, se habían reconciliado, o la había perdonado. No obstante, él no estaba igual, apenas habían cruzado palabra y no se habían tocado. Ella no lo soportó más y se dirigió de nuevo al salón. Se colocó enfrente, con la mesa en medio de los dos y se cruzó de brazos.


—He dejado el hospital —le confesó Paula, en voz baja.


Pedro, sentado en el sofá, apagó la tele y apoyó los codos en las rodillas.


No la miró, sino que enfocó los ojos a la alfombra.


—También, el hospital Emerson —continuó ella, con un nudo en la garganta —. Mi padre está... —tragó repetidas veces, retorciéndose los dedos en el regazo—. Mi padre está enfermo y, por eso, ya no iré más a los hospitales. Me necesita y yo... —se mordió la lengua un segundo—. Es lo que hago las tardes de los lunes, los martes y los miércoles, cuidar de él —agachó la cabeza—. No te lo he dicho antes porque no me... no me resulta fácil hablar del tema.


Silencio.


Pedro... —se acercó—. Por favor, dime algo... —ahogó un sollozo.


Silencio.


Pe... Pedro... —estiró la mano.


De repente, se encontró entre sus piernas, apresada entre sus poderosos brazos.


—¿Por qué creías que no iba a entender algo así? —inquirió Pedroronco, metiendo la nariz entre sus cabellos—. ¿Es que no te das cuenta de lo mucho que significas para mí, Paula? Nada de lo que hagas o digas, nada de lo que hayas hecho o dicho, me alejará de ti. Nada. Nunca.


Paula lo miró, boquiabierta. Las lágrimas bañaron su rostro, pero no eran de tristeza, sino de alivio. Él la contempló con intensidad y fiereza, apretando la mandíbula, conteniéndose.


Pedro... —le acarició su atractivo y salvaje semblante.


Pau cogió su móvil, que estaba en la mesa, sin apartarse de su doctor Alfonso, y le escribió un mensaje.


No podía callar más...


Paula: Te amo...


El iPhone de Pedro sonó sobre un cojín. Él frunció el ceño y observó la pantalla encendida. Automáticamente, contuvo el aliento. Ella, también, sobre todo cuando lo vio teclear...


A los dos segundos, el teléfono de Paula vibró en sus manos.


Pedro: Joder, Paula, y yo... Te amo... ¡Te amo, joder!


Paula ahogó un sollozo.


Dios mío... ¡Me ama!


Su corazón se detuvo. Le mandó otro mensaje:
Paula: Esa boca, doctor Alfonso, esa boca...


Pedro se rio al leerlo.


—Ven aquí, nena.


—¡Pedro! —lo abrazó, llorando por la emoción.
Los móviles cayeron al suelo.


¡Me ama! ¡Mi doctor Alfonso me ama! ¡Me ama! ¡No quiero despertar!


—No te imaginas el miedo que he pasado estos días... —pronunció él en un susurro áspero, acomodándola a horcajadas—. No te imaginas lo mucho que te he echado de menos... —le besó las mejillas con infinita ternura—. No te imaginas cuánto te amo, Paula, porque ni yo mismo lo sé...


Y la besó en la boca, ¡al fin!


Jadearon en cuanto unieron sus labios. Y, justo en ese instante, la puerta del apartamento se abrió.


—Joder... —maldijo Pedro, mientras se incorporaban del sillón.


—¿Interrumpimos algo, parejita? —les dijo Manuel, con una pícara sonrisa, seguido de Bruno, que lo imitó.


—Ve a vestirte —le indicó a Pau, malhumorado—. Yo lo haré después.


Ella obedeció, ruborizada y frustrada. 


Necesitaba horas y más horas dejándose mimar, besar y acariciar por ese hombre, y mimándolo, besándolo y acariciándolo ella también.




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