sábado, 19 de octubre de 2019
CAPITULO 133 (PRIMERA HISTORIA)
El edificio se elevaba sobre cuatro plantas de ladrillos rojizos que, en sus buenos tiempos, estaba rodeado de enredadera en la parte de atrás, en el jardín. El fuego había consumido las plantas y ennegrecido la construcción.
Las ocho ventanas de la fachada ahora eran huecos o tenían los cristales rotos.
No había flores ni césped, era tierra seca y oscura lo que poblaba la entrada.
Traspasó la baja reja oxidada sin molestarse en cerrarla. Anduvo por el estrecho y corto sendero hasta los cuatro peldaños previos al pequeño porche.
La madera del suelo había sido blanca, pero, en ese momento, estaba negra, gris y a trozos. Las luces de las farolas de la acera alumbraban la casa.
Sacó la llave que siempre llevaba consigo y entró.
Vacío.
Nada.
Cerró los ojos y aspiró el inconfundible aroma a cenizas. Las lágrimas estallaron en silencio, despiadadas. Sintió náuseas, pero respiró hondo para serenarse. Se estrujó la túnica en el estómago. Caminó por el espacio y giró hacia las escaleras. Algunos escalones estaban destrozados y faltaba un trozo de la barandilla.
Subió con cuidado, notando cierta rigidez en la pierna, y se detuvo en la segunda planta, donde estaban los dormitorios; en la tercera, se encontraban los cuartos de invitados, un baño completo y la biblioteca; en la última, la buhardilla, se hallaba el despacho de su padre, que se había cerrado con candado cuando Carlos y Alicia se habían separado.
Continuó hacia su cuarto, a la izquierda. Empujó la puerta entornada con una mano temblorosa.
Su corazón incrementó los latidos. Se le escapó un sollozo. Se cubrió la boca. Alcanzó la pared de enfrente, perpendicular a la fachada, donde había estado su cama. Se deslizó hacia el suelo, flexionó las piernas y escondió la cabeza entre ellas.
—Tu papá —escupió Alicia con desagrado— no va a regresar. Ha decidido abandonarte porque no le importas una mierda —arrastraba las palabras debido a la embriaguez por la cantidad de alcohol que había ingerido ya, la botella de vodka en su mano, casi vacía, lo confirmaba. Estaba descalza y su oscuro cabello era una grasienta maraña, sin brillo, sin esplendor—. ¿Sabes por qué? Porque prefiere a tu tía Caro antes que a ti.
—¿Qué? —pronunció Paula, en llanto desconsolado—. ¡Eso no es verdad! ¡Mientes! ¡Nos quiere a la tía Caro y a mí! ¡A mí, también! —se apuntó a sí misma.
—Igual que ella, maldita niña... —se tambaleó. Tuvo que apoyarse en la pared—. Eres igual que la zorra de tu tía. ¡Serás igual de zorra que ella! ¡Os odio! —chilló, enloquecida—. Pero no permitiré que se salgan con la suya —cabeceó—. Me arruinaron la vida y ahora les toca pagar las consecuencias.
—¿Por qué papá se ha marchado? —le exigió, tirando de la camiseta de su madre, sucia de vómito.
—¡Ya te lo he dicho! —se soltó. Trastabilló con sus propios pies y cayó al suelo—. ¡Solo quiere a Carolina! ¡Solo a ella! ¡Si de verdad te quisiera a ti, no se habría ido de esta casa! ¡Idiota! —gesticuló, desquiciada.
La botella salió volando por el pasillo. Paula corrió y la cogió antes que ella.
—¡Dámela! —gritó Alicia, incorporándose con dificultad.
La niña, de diez años, se metió en su cuarto, aferrando el vodka contra el pecho. No consentiría que su madre siguiera bebiéndolo. Solo cuando ingería el contenido de esas botellas, gritaba... Zahira odiaba sus gritos...
Odiaba verla mal... No lo entendía, pero sabía que ese líquido la cambiaba, la dañaba.
—¡Si papá se ha ido es por tu culpa! ¡Por esto! —la acusó, levantando la botella en el aire.
Alicia la miró con rabia un segundo y, al siguiente, le cerró la puerta. La llave que echaba el pestillo estaba por fuera. La niña escuchó un chasquido.
—Mamá... ¡Mamá! —golpeó la madera—. ¡MAMÁ!
—A las niñas malas hay que castigarlas —le dijo su madre desde el otro lado.
—¿Qué he hecho? —se lamentó, el pavor la devoraba a pasos agigantados—. ¡Ábreme, por favor! Por favor... Mamá...
—Tu padre me ha abandonado. Me traicionó con mi propia hermana. ¡Los dos me traicionaron! Alguien tiene que pagar, y no pienso ser yo. Te quedarás encerrada hasta que yo lo decida —se alejó.
—¡MAMÁ! ¡POR FAVOR, MAMÁ! ¡VUELVE! ¡ÁBREME! ¡MAMÁ!
Unos pasos se acercaron, despertándola del pasado. Paula se tapó los oídos y se meció sobre sí misma, observando el pasillo con un miedo atroz. Su madre aparecería en cualquier momento. Iba a encerrarla otra vez...
Sin embargo, no fue Alicia quien asomó la cabeza.
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