sábado, 19 de octubre de 2019

CAPITULO 134 (PRIMERA HISTORIA)





—¡Joder!


—Hijo, tranquilízate, por favor —le rogó su madre.


Sus hermanos se habían encargado de despedir a los invitados. Pedro se tiraba del pelo, impotente, caminando de un extremo a otro del comedor. Su familia, incluidos sus abuelos, Ana y Miguel, estaban sentados en los sofás. Ernesto se encontraba con ellos, había llamado a su amigo policía para ayudar como pudiera.


Estaba desquiciado. Paula había apagado el móvil, lo había confirmado Pedro al comprobar su localizador: sin señal; entonces, se había recorrido los lugares que frecuentaba: Hafam, su apartamento, los hospitales, el Boston Common, la residencia donde vivía Carlos Chaves, incluso el callejón de La fábrica de los sueños. Había telefoneado a Jorge, a Stela Michel y a Rocio,
que, en cualquier momento, se presentarían en la mansión, junto con Sara, a quien Manuel había ido a recoger.


Nada. No había rastro de ella.


Bruno se había marchado a buscarla en el todoterreno, pero no había vuelto todavía.


¿Dónde estás, Paula?


—¡JODER! —bramó, golpeando la pared con todas sus fuerzas.


—¡Dios mío! —se espantó Catalina—. ¡Samuel, haz algo!


—Hijo... —su padre le agarró el brazo.


Pedro explotó. Cayó de rodillas al suelo. Lágrimas furiosas inundaron su rostro en silencio.


—No puedo perderla, papá...


—No lo harás, hijo —Samuel se agachó a su lado y lo abrazó—. Aparecerá. Está escondida, pero aparecerá, ya lo verás.


¿Escondida? ¿Dónde se escondería una niña asustada?


—Un momento... —dijo Pedro, incorporándose despacio—. Jorge me dijo que Paula jamás le había contado a nadie nada de su vida —su mente elucubraba, a cada segundo con mayor coherencia—, solo a mí, la primera persona en ocho años con quien se desahogaba. Está atormentada por el pasado y, esta noche, su pasado ha salido a la luz después de tanto tiempo.


—¿Qué quieres decir? —quiso saber su madre, atenta a sus palabras.


—Sé dónde está Paula —anunció él, seguro de sí mismo.


Sacó el iPhone del bolsillo interior del frac y entró en la aplicación del GPS, donde tenía guardada una dirección, de cuando había acudido con su padre al Boston Children’s y había leído el historial de Paula. Supo, sin lugar
a dudas, en ese preciso instante, que esa dirección que halló tachada en el historial se trataba de la antigua casa de ella.


Cogió el casco de la moto que había dejado en uno de los sillones.


—¿Adónde vas, hijo? —se preocupó su padre.


Pedro les mandó un mensaje a sus hermanos, indicándoles el lugar al que se dirigía.


—A Back Bay —contestó, antes de marcharse.




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