martes, 22 de octubre de 2019

CAPITULO 142 (PRIMERA HISTORIA)





—Georgia Ruth Graham, queda detenida por doble intento de asesinato: uno, a Ernesto Sullivan, ocurrido hace tres años, y otro, a Paula Chaves, sucedido hace tres meses —dijo uno de los dos policías vestidos de paisano que habían asistido a la fiesta, caminando hacia Georgia con las esposas en la mano—. Tiene derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga puede ser utilizada en su contra ante un tribunal. Tiene derecho a consultar a un abogado. Si no lo tiene, se le asignará uno de oficio —le apresó las muñecas.


La señora Graham no reaccionaba, estaba estupefacta. El agente la agarró del brazo y la sacó al recibidor, donde estaban los atónitos invitados que habían escuchado la confesión, gracias a un micrófono que había instalado Callem esa semana en el espejo del baño, conectado a los altavoces del techo del gran salón.


Pedro observó a su novia, henchido de orgullo. 


Era la mujer más valiente que había conocido en su vida, tan pequeña, pero tan fuerte...


Paula lo miró con las lágrimas inundándole las ruborizadas mejillas.


Enlazó las manos a la espalda y se balanceó sobre sus talones. Tal gesto revolucionó el corazón de Pedro, que acortó la distancia y la tomó de la nuca.


—El plan puede terminar aquí —le susurró él, preocupado—, no tienes por qué hacer...


—Lo haré —asintió, solemne.


Ella se secó el rostro y se encaminó hacia el gran salón, decidida. Los presentes la siguieron, entre curiosos y alucinados. Lo habían escuchado todo porque Catalina había detenido la orquesta y silenciado a los invitados en cuanto Georgia había entrado en el baño, y Callem había activado los altavoces gracias a un interruptor que parecía una de las luces de la estancia.


Así se habían enterado.


—Atención, por favor —pidió la anfitriona, tintineando la copa de champán, al lado de Paula—. Creo que no hace falta explicar lo que acaba de pasar —sonrió—. Eduardo está tranquilamente en su casa, recuperándose de la
arritmia que sufrió al enterarse de todo la semana pasada. Él mismo ha mandado un comunicado a la prensa, que se publicará mañana —permaneció unos segundos callada y continuó—: Georgia Graham ha hecho mucho daño a su marido, uno de nuestros mejores amigos, también a Ernesto —sonrió a Sullivan
—, y, sobre todo —tomó la mano de Paula—, a la niña más buena que he conocido en mi vida, la que será la mamá de mi primer nieto, mi nuera, y, si ella me lo permite, la hija que nunca he tenido —la miró, emocionada.


Las dos se abrazaron en llanto, sin emitir sonido. Catalina retrocedió, pero Paula tiró de su brazo para que no la abandonara. Ante aquello, el corazón de Pedro frenó en seco.


—Solo... —comenzó ella. Carraspeó—. Solo quiero aclarar las acusaciones que se hicieron sobre mí la semana pasada —respiró hondo—. Hace ocho años, mi madre y mi tía murieron en un incendio. Mi padre se quemó. Yo salí ilesa. Sí, vertí el alcohol de mi madre. Era alcohólica y,
también, una mujer amargada con el mundo y con su propia vida. Esa noche, le tiré las botellas, pero fue ella quien encendió una cerilla. He estado ocho años culpándome por ello, pero se acabó, ya no más —negó con la cabeza—. Ahora, júzguenme si quieren —se irguió, sin miedo.


Ana se acercó, sonriendo.


—Fue un accidente, cariño —le dijo la anciana, pellizcándole la nariz—. Nadie tiene derecho a juzgarte, ni Georgia ni ninguno de nosotros. Tú no hiciste nada malo.


Los invitados apoyaron a Ana Alfonso al instante, rodearon a Paula y le brindaron su apoyo en contra de Georgia Graham.




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