martes, 22 de octubre de 2019
CAPITULO 143 (PRIMERA HISTORIA)
Y, así, al fin, la orquesta entonó música de nuevo y la fiesta se llenó de risas, bromas y animadas charlas.
Después de que los camareros terminaran de servir los canapés, las luces del salón se apagaron. Cuatro doncellas entraron en el gran salón con una inmensa tarta repleta de velas encendidas. La sala rompió a cantar Cumpleaños feliz.
Pedro, avergonzado por ser el centro de atención, cogió a su novia del brazo y la arrastró con él.
—Pide un deseo —le susurró ella, colgada de su cuello.
—Lo tengo todo, pero me falta una cosa —le guiñó un ojo.
Y sopló las velas.
Los aplausos y los vítores inundaron el lugar. La luz de las lámparas retornó y la música cambió a una más alegre y actual. Se formó una pista de
baile en el centro, donde los invitados, enseguida, se desmelenaron, alegres y divertidos. Paula también se les unió, con Stela y Catalina.
Pedro aprovechó y pidió un whisky doble en la barra de la derecha.
Necesitaba algo fuerte para lo que se proponía... Sacó el iPhone del bolsillo interior de la chaqueta y le escribió un mensaje a su adorable pelirroja:
Pedro: Necesito ayuda.
La vio detenerse y extraer su móvil del bolso, que tenía en la mano. Paula frunció el ceño al leer. Tecleó la respuesta girándose, ofreciéndole la espalda.
Paula: ¿Qué te pasa?
Pedro: Para que mi deseo se cumpla, necesito algo.
El camarero le sirvió la bebida. Los nervios lo carcomieron por dentro. Se tomó el whisky de un trago.
Paula: ¿El qué?
Pedro: Me conoces. Yo no pregunto, yo soy...
Paula: Eres un mandón, doctor Alfonso.
Pedro: Exacto. Así que te diré lo que haré para que mi deseo se cumpla, ¿de acuerdo?
Paula: Te leo...
Pedro se rio, pidió otra copa y repitió el rápido proceso.
Paula: Si te pidiera que te casaras conmigo, qué contestarías.
Se revolvió los cabellos. Suspiró, agitado como nunca.
Paula: Tendrías que preguntármelo primero...
Caminó hacia ella sin que esta se percatara. Introdujo la mano en el bolsillo de la americana otra vez. Se detuvo a escasos milímetros. El aroma primaveral de su fragancia lo embrujó. Y le escribió el último mensaje:
Pedro: Cásate conmigo.
A continuación, puso ante sus ojos, desde atrás, un anillo de oro blanco y diminutos diamantes que bordeaban una piedra preciosa de color azul turquesa, idéntica a sus increíbles ojos. Lo había buscado especialmente para ella, antes de saber que estaba embarazada...
Paula contuvo el aliento. Su teléfono cayó al suelo.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Catalina, tapándose la boca con las manos.
Los invitados enmudecieron, pasmados por la escena. La orquesta paró.
Pedro no respiraba, jamás había estado tan nervioso como en ese momento.
—Dime algo... —le susurró al oído, ronco.
—Creía... —pronunció Paula en un hilo de voz—. Creía que tú... no... preguntabas...
Él sonrió, soltando el aire que había retenido. No podía verle la cara, pero aquella frase fue suficiente...
—Y no he preguntado —le colocó el anillo en el dedo anular de su mano derecha.
Las mujeres se enternecieron.
—Y para que conste —añadió Pedro, abrazándola por las caderas y apoyando la cabeza en su clavícula—, pedí que lo diseñaran la tarde de Nochebuena, cuando me echaste del hospital, antes de saber que estabas embarazada. Para mí, nunca es pronto contigo, Paula —le besó el pelo.
La sintió vibrar.
—Pedro... —se dio la vuelta y se arrojó a su cuello—. ¡Sí, quiero, doctor Alfonso! —gritó, entre lágrimas y carcajadas entrecortadas.
Los presentes aplaudieron.
Él la alzó en vilo, contagiándose de su felicidad.
Fue a besarla, pero ella le cubrió los labios con los dedos, impidiéndoselo. Pedro gruñó, bajándola.
—¿Te has olvidado, nene? —sonrió—. Solo tú y yo, nadie más.
Él la sujetó con fuerza de la nuca y la besó.
Paula se rio sobre su boca y lo correspondió. Y se abrasaron por la intensidad de sus sentimientos, por la promesa que escondían sus labios. Ya la había besado en público, el día que habían paseado por los muelles y la lluvia los había empapado, o cuando habían comprado el árbol de Navidad y la había cargado en el hombro, pero, en ese momento, se sentía imparable, ¡invencible! Y solo por tener a esa niña colorida entre sus brazos, a esa adolescente perdida en el arcoíris.
Todos los invitados les felicitaron con entusiasmo.
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