domingo, 3 de noviembre de 2019

CAPITULO 33 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro entró en el servicio de mujeres, que estaba vacío. Al fondo, se encontraban los lavabos. Había cuatro escusados, dos a cada lado. Su cuñada le indicó con la mano el último de la izquierda, el único cerrado. Él empujó despacio y la puerta cedió: Paula estaba sentada en la taza del váter, abrazándose las piernas contra el pecho. Su tez se había tornado blanca como la nieve y su mirada, en efecto, estaba fija en un punto infinito.


Pedro se agachó a sus pies y sonrió.


—Hola, rubia.


Ella dirigió sus aterrados ojos a él.


—Hola, soldado —ladeó la cabeza. No varió su expresión—. ¿Has venido a rescatarme?


Pedro tragó saliva. Escondió el pánico que le causó tal pregunta.


—Por supuesto. ¿Adónde quieres ir?


—Contigo, al fin del mundo... —suspiró de manera entrecortada.


Una lágrima descendió por su mejilla, lágrima que él le secó con el dedo y aprovechó para acariciarla. Estaba demasiado fría... Inmediatamente, Pedro se quitó la levita y la tapó con ella. Paula se dejó hacer, no se quejó ni se inmutó.


—¿No tienes hambre, rubia? —probó suerte—. Porque yo estoy famélico. La comida está a punto de servirse.


—¿Puedo comer hoy? —el terror de su mirada se incrementó.


Zai ahogó una exclamación.


¿Puedo comer hoy? ¡¿Qué cojones significa eso?!


Él necesitó de todo su autocontrol para no zarandearla y que le explicara lo que sucedía. No era la primera ocasión en que trataba con personas en estado de shock... Pero ¿qué demonios había pasado para que su mujer estuviera en estado de shock?


Pedro... —estiró las manos temblorosas y le rozó la cara—. Yo también tengo hambre... Quiero comer... por favor...


¡¿Qué?!


—Claro que sí, rubia —se levantó y la ayudó a incorporarse.


Ella le tendió la chaqueta y caminó hacia el lavabo para refrescarse la nuca.


Pedro y Zaira se miraron sin comprender y muy, pero que muy, intranquilos.


—¿Qué le pasa? —quiso saber su amiga, en un susurro.


—No lo sé —musitó sin perder de vista a su esposa—, pero lo averiguaré.


Regresaron a la fiesta, se estaba desarrollando el cóctel previo al banquete.


Sin embargo, Paula cambió por completo: la chispa de su mirada exótica se había apagado y su sonrisa se había extinguido. Él le hablaba, incluso le gastaba bromas, pero ella no reaccionaba.


Justo cuando acudieron a la mesa nupcial para sentarse, una mujer morena y menuda, la que él había visto en la entrada de la mansión después de la ceremonia, se chocó con ellos. Paula, entonces, desorbitó los ojos.


—Estás preciosa, Eli—pronunció la desconocida, con la mirada acuosa.


¿Eli?


—Lo lamento, señora, pero no la conozco —le dijo Pedro, con una sonrisa educada, extendiendo la mano para la correspondiente presentación.


La mujer se acobardó, encogiendo los hombros, pero estrechó su mano, aunque con cierta debilidad.


—Soy... —carraspeó—. Soy Juana Chaves, la madre de Eli.




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